Seguro que lo que más le interesaba
a muchos de los que acompañaban ayer
a Rajoy en su visita a Hollande era saber cómo se organiza el mandatario
francés sus citas amorosas en el Eliseo, cómo entra y sale Jullie del palacio y
en qué habitaciones tuvieron lugar las amargas broncas entre el todavía
presidente de la República y su antigua compañera, Valeire Trewieller. Es casi
seguro que nadie dijo una palabra sobre estos asuntos durante el encuentro mantenido
por los dos gobernantes y sus equipos, pero me apuesto lo que quieran a que fue
un tema obligado entre los chascarrillos y comentarios de la delegación
española.
Yendo un poco a asuntos más
serios, la verdad es que el encuentro de ayer fue curioso, porque reunió a dos
presidentes que, según todas las encuestas, caminan de manera firme y decidida
hacia el fracaso. Sobre Rajoy sabemos mucho, y de cómo le tratan las encuestas,
y del efecto de Podemos, y de la indignación social, y su indolencia a la hora
de tratar los problemas (o nombrar ministros, que llevamos casi una semana sin
ocupar la cartera de Sanidad y no pasa nada). De Hollande sabemos menos, pero
lo que nos llega, cuernos y sentimentalismos aparte, me hace afirmar que su
situación es aún peor que la de Mariano, si es que eso es posible. Habiendo
cumplido ya la mitad de su mandato de cinco años, el estado de su presidencia
es desastroso. Con unos índices de aprobación que no llegan al 20%, una
economía riquísima, pero que no crece, una confusión absoluta sobre qué rumbo
político tomar y un Partido Socialista desmembrado en facciones cada vez más
opuestas, Hollande se tiene que levantar cada mañana con la sensación de que la
pesadilla nunca termina. En frente, el inquieto Sarkozy amenaza con volver,
seguro que más motivado por la inmunidad que otorga el poder ante los juicios
que le esperan que por disfrutar de las mieles del éxito. Vencedor
por poco margen de las primarias de su partido este fin de semana, su
retorno, polémico y aún discutido por muchos, amenaza con tambalear más a las
estructuras de la derecha francesa que al propio Hollande. La UMP, que es el
partido de Sarkozy, está aún más dividido que el socialismo, asaetado por casos
de corrupción y en un estado de quiebra financiera prácticamente irresoluble.
“Sarko” que es megalómano hasta para saludar, promete recuperar el prestigio
perdido, pero es difícil que los franceses, y no sólo ellos, que quedaron muy
decepcionados con el resultado de su presidencia, le vuelvan a dar un apoyo
masivo. Quien observa todo esto desde una barrera muy tranquila es Marine Le
Pen, actualmente la política con más poder, mejor imagen y más probablemente
vencedora de unas presidenciales. Tan ideológicamente nefasta como su padre,
pero mucho más lista, ha vendido su discurso xenófobo y antieuropeo envuelto en
el celofán de la solidaridad ante la crisis, llevándose riadas de votos
tradicionalmente partidarios del socialismo y conservando los muchos que ha
arrebatado a la derecha tradicional. Sin muchas salidas de banco, sin
declaraciones ruidosas que generen polémica, pero pensando lo de siempre, el
populismo del Frente Nacional encabeza todas las encuestas desde hace meses, y
otorga la panorama político francés el dudoso honor de ser ahora el, probablemente,
más peligroso riesgo para la pervivencia de la UE. Imaginarse a Marine como
presidenta del país es una pesadilla a la que ningún analista quiere siquiera
hacer frente, pero entre su astucia, la crisis infinita y la ineptitud de sus
rivales, cada día que pasa resulta ser un escenario más realista.
Imagino a Hollande y Rajoy contándose estas
penas en privado, y preguntándose ambos cómo han logrado hundirse así en la
miseria y elevar a los altares a populistas como Marine o Iglesias, que
amenazan con desestabilizar sus países. Los dos, de orígenes e ideologías muy
distintas, han acabado juntos en muchas de las iniciativas europeas frente a
Alemania, pero sobre todo comparte un probable destino de fracaso, que unas
futuras elecciones certificarían de una manera clara, pero que ahora no es sino
una leve sombra que invade todas sus acciones y decisiones. Curiosa, sí, y
tristona, la cumbre celebrada ayer en París.
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