jueves, diciembre 04, 2014

En la presentación del nuevo libro de Antonio Muñoz Molina


Habla Muñoz Molina con voz apagada, suave, queda, como deseando no molestar al interlocutor, con firmeza y claridad de pensamiento, pero con escasa presencia, necesitado de un micrófono para que sea perfectamente audible, antiejemplo de la ruidosa España que le acoge. Su pose también es de timidez retraída, quizás producto de horas infinitas de lectura en soledad, de introspección entre los párrafos y pasajes de los libros que le han cautivado. Una rara avis en nuestro panorama que apenas duraría un par de minutos en las vocingleras tertulias de nuestros medios. Bendita rara avis.

Asistir a una presentación de un libro, o a un acto, en el que este Antonio Muñoz Molina es para mi un placer y, además, un honor. Su trayectoria literaria no necesita aval ni explicación alguna, sus libros no son sencillos de leer, pero atrapan en su profundidad y belleza, y miles son los lectores que a lo largo de los años le hemos ido encumbrando a un pedestal en el que, como escritor, ocupa una de las referencias, guías o estrellas que, como la Polar, sirven para marcar nuestro rumbo. Pero además Muñoz Molina se ha ido convirtiendo con los años en una figura intelectual de talla internacional, en una persona con un criterio moral absoluto y una profunda visión de la realidad social que le rodea. Inmerso en ella plenamente, podía haber escogido una vida de lujos, de altas esferas, de oropeles incluso, pero no, a medida que su talla literaria, y la fama asociada a la misma ha ido creciendo, Muñoz Molina se ha encerrado más socialmente pero se ha abierto del todo al mundo, a través de sus escritos. Artículos semanales, u otros de periodicidad irregular, le muestran como un profundo crítico de las maldades de este mundo, que son creadas por nosotros, pero no lo hace desde una tronera altiva, desde una posición de superioridad sobre el bien y el mal, no, sino sabiéndose parte de esa sociedad, reconociéndose culpable en la parte que le toca de lo que está mal, o de lo que mal se hizo en su momento, y proponiendo algunas soluciones pero, sobre todo, vías para tratar de perdonar la culpa que le producen sus errores propios. No conozco descripción más mordaz, cruel, dura y certera de la crisis que ha vivido y vive este país que la expuesta por él en su ensayo “Todo lo que era sólido” que debiera de ser lectura obligada en colegios y universidades, porque allí se describe perfectamente cómo es la sociedad española, en su grandeza y en su miseria, en su cultura y su soberbia ignorancia. En esas páginas dijo lo que algunos pensaban, muchos temían y nadie se atrevió a poner negro sobre blanco, y él lo hizo, y como es habitual, de manera insuperable. Por ello, con el paso del tiempo, para muchos Muñoz Molina se ha convertido, se nos ha convertido, en un referente moral, en una guía para saber cómo actuar. Ante muchos problemas y situaciones diarias, personales, políticas o sociales, a veces pienso en mi interior qué es lo que él opinaría para tratar de usarlo como guía, y anclaje, de mi respuesta. Una buena amiga mía decía que para ella fue Delibes el escritor que le servía como referente moral, y su elección me parece óptima. Delibes, trágicamente, ya no está con nosotros, y su ausencia y el vacío que nos dejó se nota cada vez más. Quizás Muños Molina pueda para muchos recoger ese testigo, servir como apoyo en el caminar, y no sólo ofrecer deleite en sus páginas de narrativa, sino también consuelo ante el corazón dudoso, que busca ansioso la ejemplaridad perdida, y que la encuentra en este señor que es lo más parecido que imaginarse uno pueda a la concepción de esa palabra que anida en nuestra memoria.

Tras el acto, presentado por Carlos Santos, se produjo una cola para firmar ejemplares de la novela, titulada “Como la sombra que se va” y al llegar ante él, y agradecerle su trabajo y ejemplo, le señalé que entre el público de la sala se encontraba el arquitecto Rafael Moneo, y le dije que, cómo el premio Pritzker, él era capaz de levantar tanto catedrales como pequeñas estancias a base de palabras, y lograba la magia de que en ambos recintos el lector se sintiera igual de a gusto y acogido. Aún no he leído su novela, quizás lo haga en Navidad, pero creo que en ella encontraré otro edificio, grande, pequeño, no lo se, en el que poder sentirme, como lector, en el cálido hogar.

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