Habla Muñoz Molina con voz
apagada, suave, queda, como deseando no molestar al interlocutor, con firmeza y
claridad de pensamiento, pero con escasa presencia, necesitado de un micrófono
para que sea perfectamente audible, antiejemplo de la ruidosa España que le
acoge. Su pose también es de timidez retraída, quizás producto de horas
infinitas de lectura en soledad, de introspección entre los párrafos y pasajes
de los libros que le han cautivado. Una rara avis en nuestro panorama que
apenas duraría un par de minutos en las vocingleras tertulias de nuestros
medios. Bendita rara avis.
Asistir a una presentación de un
libro, o a un acto, en el que este Antonio Muñoz Molina es para mi un placer y,
además, un honor. Su trayectoria literaria no necesita aval ni explicación
alguna, sus libros no son sencillos de leer, pero atrapan en su profundidad y
belleza, y miles son los lectores que a lo largo de los años le hemos ido
encumbrando a un pedestal en el que, como escritor, ocupa una de las
referencias, guías o estrellas que, como la Polar, sirven para marcar nuestro
rumbo. Pero además Muñoz Molina se ha ido convirtiendo con los años en una
figura intelectual de talla internacional, en una persona con un criterio moral
absoluto y una profunda visión de la realidad social que le rodea. Inmerso en
ella plenamente, podía haber escogido una vida de lujos, de altas esferas, de
oropeles incluso, pero no, a medida que su talla literaria, y la fama asociada
a la misma ha ido creciendo, Muñoz Molina se ha encerrado más socialmente pero
se ha abierto del todo al mundo, a través de sus escritos. Artículos semanales,
u otros de periodicidad irregular, le muestran como un profundo crítico de las
maldades de este mundo, que son creadas por nosotros, pero no lo hace desde una
tronera altiva, desde una posición de superioridad sobre el bien y el mal, no,
sino sabiéndose parte de esa sociedad, reconociéndose culpable en la parte que
le toca de lo que está mal, o de lo que mal se hizo en su momento, y
proponiendo algunas soluciones pero, sobre todo, vías para tratar de perdonar
la culpa que le producen sus errores propios. No conozco descripción más
mordaz, cruel, dura y certera de la crisis que ha vivido y vive este país que
la expuesta por él en su ensayo “Todo lo que era sólido” que debiera de ser
lectura obligada en colegios y universidades, porque allí se describe
perfectamente cómo es la sociedad española, en su grandeza y en su miseria, en
su cultura y su soberbia ignorancia. En esas páginas dijo lo que algunos
pensaban, muchos temían y nadie se atrevió a poner negro sobre blanco, y él lo
hizo, y como es habitual, de manera insuperable. Por ello, con el paso del
tiempo, para muchos Muñoz Molina se ha convertido, se nos ha convertido, en un
referente moral, en una guía para saber cómo actuar. Ante muchos problemas y
situaciones diarias, personales, políticas o sociales, a veces pienso en mi
interior qué es lo que él opinaría para tratar de usarlo como guía, y anclaje,
de mi respuesta. Una buena amiga mía decía que para ella fue Delibes el
escritor que le servía como referente moral, y su elección me parece óptima.
Delibes, trágicamente, ya no está con nosotros, y su ausencia y el vacío que
nos dejó se nota cada vez más. Quizás Muños Molina pueda para muchos recoger
ese testigo, servir como apoyo en el caminar, y no sólo ofrecer deleite en sus
páginas de narrativa, sino también consuelo ante el corazón dudoso, que busca
ansioso la ejemplaridad perdida, y que la encuentra en este señor que es lo más
parecido que imaginarse uno pueda a la concepción de esa palabra que anida en
nuestra memoria.
Tras el acto, presentado por Carlos Santos, se
produjo una cola para firmar ejemplares de la novela, titulada “Como
la sombra que se va” y al llegar ante él, y agradecerle su trabajo y
ejemplo, le señalé que entre el público de la sala se encontraba el arquitecto
Rafael Moneo, y le dije que, cómo el premio Pritzker, él era capaz de levantar
tanto catedrales como pequeñas estancias a base de palabras, y lograba la magia
de que en ambos recintos el lector se sintiera igual de a gusto y acogido. Aún
no he leído su novela, quizás lo haga en Navidad, pero creo que en ella
encontraré otro edificio, grande, pequeño, no lo se, en el que poder sentirme,
como lector, en el cálido hogar.
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