viernes, noviembre 28, 2014

Cisne negro, negro de color petróleo


Como la mañana de hoy en Madrid, sometida a un fuerte vendaval de lluvia y hojas arrancadas de los árboles, así fue de violento el desplome de los precios del petróleo registrado ayer en los mercados tras el anuncio de la falta de acuerdo para recortar la producción que se debatía en la reunión de la OPEP de Viena. Había varias opiniones que decían que, aunque modesto, ese recorte se podría acordar, pero finalmente no fue así, y la OPEP, que ya sólo controla un tercio de la producción mundial, se levantó de la mesa mucho más pobre que cuando se sentó, aunque sospecho que las sensaciones serían muy distintas entre todos sus miembros.

Ya les comenté hace unos días que Juego de Tronos es una serie de corte infantil y desenfadado en comparación a la batalla campal que se vive en el mercado mundial de petróleo. A medida que pasan los días y que los precios, lejos de remontar, encaran una espiral bajista, que los hace perder ya un tercio de su valor desde los máximos de este año, las consecuencias no dejan de producirse. Al nivel de entorno a los 70$ a los que cerró el barril ayer parte de las explotaciones de fracking norteamericanas, que son las que han inyectado más petróleo nuevo en el mercado en estos últimos años, empiezan a no ser rentables, por lo que el golpe bajo que, presuntamente, los países del Golfo quieren asestar a las nuevas tecnologías norteamericanas empieza a dar en donde más le duele a Washington. Como la economía norteamericana crece, de manera envidiable para nosotros, posee suficiente músculo para aguantar este envite durante un tiempo, pero no es ese el caso de otros países productores, sean de la OPEP o no. Nigeria, Rusia, Irán o Venezuela, por poner los casos más claros, observan con terror como sus presupuestos nacionales, dependientes como yonkis compulsivos del precio del crudo, se hacen añicos, y sus déficits exteriores escalan a cifras insostenibles. Esos países no pueden aguantar mucho tiempo con estos precios y, de consolidarse a los niveles de ayer, no pasara mucho antes de que sus gobiernos se vean obligados a aplicar duros recortes de gasto y, en paralelo, se produzcan disturbios sociales, revueltas y otro tipo de escenarios similares. En el plano internacional estos países evidentemente van a perder poder, tanto de influencia indirecta como de ejercicio puro del mismo. El conflicto Rusia Europa al respecto de Ucrania, o las negociaciones de Irán con las potencias occidentales sobre su programa nuclear van a verse afectadas muy directamente, por poner dos ejemplos de gran importancia, porque en ambos casos el actor díscolo, por así llamarlo, pierde poder a cada dólar que baja el barril de crudo. Tensar la cuerda en la mesa y dilatar las negociaciones es ahora mismo una buena táctica por parte de occidente para hacer que la quiebra del oponente se vaya cociendo a un fuego cada vez más vivo. En esta partida también hay actores que tienen un corazón “partío” como decía la canción. Un caso obvio es el de EEUU. El bajo precio le hace mucho daño a su industria nacional de fracking, como hemos visto, pero beneficia al conjunto de sus ciudadanos al reducir la factura energética que pagan y debilita, como vemos, a algunos actores regionales con los que se encuentra enemistado. ¿Qué es mejor para los norteamericanos? Pues depende. Las empresas petroleras, muchas de ellas afincadas en aquel país, van a ver cómo sus cuentas de resultados se deterioran a marchas forzadas a medida que el valor de lo que venden y de lo que mantienen almacenado cae con ganas, y muchas inversiones futuras de exploración se frenarán al no ser ni rentables ni necesarias, en un mercado saturado de producto.

Dos aparentes ganadores de este juego, y por vía indirecta, son Europa y China. Ambos consumen mucho, producen muy poco y tienen que comprarlo casi todo, por lo que pueden aprovechar para reducir sus facturas y aumentar sus provisiones, hecho este último que China está llevando a cabo sin perder tiempo alguno. En Europa, sin embargo, hay un reverso negativo, porque este fenómeno agudiza la espiral deflacionista en la que algunas economías, como la nuestra, parecen haberse instalado, y puede tener consecuencias no deseadas, que Draghi observa asombrado desde su torre del BCE. Y miles de derivadas más de un fenómeno que empieza a adquirir dimensiones de cisne negro y que, por definición, tendrá grandes y profundas consecuencias.

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