Ayer, finalmente, Philae logró
alcanzar su objetivo y, pese
a que hay serias dudas sobre la estabilidad que tiene sobre la superficie de
67P, dado que los sistemas de enganche no han funcionado como debían y
apenas son unos tornillos lo que la mantienen anclada, lo cierto es que ha
logrado emitir datos desde el suelo del cometa, y el éxito de la misión, de
momento, es total. Años de trabajo, el esfuerzo de miles de personas y una
inversión en tecnología punta coronadas por el éxito de una maniobra de una
complejidad difícil de asimilar y que tiene lugar entre las órbitas de Marte y
Júpiter, a una distancia asombrosa, en medio de la nada.
Hay algunas lecciones que nos
otorga la carrera espacial que vienen muy bien para la vida diaria, en todos
los sentidos, y que debiéramos utilizar mucho más de lo que lo hacemos. Una de
ellas es la de la cooperación. La ESA es un consorcio formado por un montón de
países europeos, que aportan fondos, especialistas, contratistas y tecnología
para poder llevar a cabo sus proyectos. A medida que los retos espaciales se
complican la necesidad de cooperar es mayor, y se convierte en una condición
necesaria si se quieren abordar objetivos como una estación espacial o un viaje
interplanetario. La estación, precisamente, es uno de los mayores exponentes de
lo que la cooperación internacional puede llegar a alcanzar, y nos emite un
mensaje que no necesita de antenas ni de otros dispositivos para ser captado.
Juntos somos más. Los humanos somos capaces de lograr maravillas asombrosas e
infamias incalificables, pero juntos nuestras capacidades crecen y podemos
afrontar retos que serían imposibles de manera aislada. Otro de los mensajes
profundos es el del pensamiento a largo plazo. La misión Rosetta
fue aprobada por la ESA en el año 1993, y despegó de la Tierra en 2004, y ha
alcanzado su objetivo en 2014. Casi veinte años han transcurrido desde que se
dio el pistoletazo de salida al diseño y construcción de las naves hasta que
estas han alcanzado su objetivo, incluyendo un periodo de diez años, diez, dos
legislaturas y media, de viaje espacial a lo largo de los planetas interiores
del sistema solar para poder alcanzar su objetivo, sito en el exterior, más allá
de Marte. Es obvio que tantos años de trabajo exigen una dedicación enorme,
pero sobre todo un pensamiento profundo y con una dimensión temporal igualmente
larga. En tiempos como los que vivimos en los que los plazos se acortan, en los
que todo es para ya y sino no tiene sentido, pensar en objetivos a diez, veinte
años se nos antoja ilusorio, una fantasía, pero la exploración espacial es una
carrera de muy muy largo fondo, no es un sprint que sucede en apenas unos segundos.
Como en otros proyectos científicos, como el caso del acelerador LHC, se
requiere una mentalidad de trabajo muy alejada del frenético ritmo de vida
actual, tanto por la complejidad de lo que se está realizando como por las
dificultades técnicas que se abordan. Simplemente, viajar en el espacio es muy
complicado, soñamos con naves que vayan a velocidades fascinantes de un planeta
a otro, pero eso sólo pasa en las películas. De hecho nuestras naves “vuelan” a
asombrosas velocidades de decenas de kilómetros por segundo, pero la inmensidad
del espacio es tal, inimaginable aún en las dimensiones de nuestro barrio
planetario, que se requieren años para cualquier misión que trate de acercarse
a un cuerpo “cercano”. Ir a Marte es un proceso de viaje cercano al año y en
los momentos de máxima aproximación. Sólo nuevas tecnologías, aún
experimentales, y que parecen ser prometedoras, pero en futuros algo lejanos,
podrían acortar estos plazos, pero manteniéndolos en un orden de dimensión muy
grande. Pensar en “ahí fuera” implica pensar en años.
Y claro, requiere invertir dinero. Mucho o poco,
pero invertirlo, en el antiguo sentido de la inversión, el de arriesgar unos fondos
durante bastante tiempo para acabar consiguiendo un rendimiento sujeto a mucha
incertidumbre. La carrera espacial es rentable, sí, a largo plazo lo es, pero
nada puede hacer frente a ganancias instantáneas en operaciones financieras de
cortísimo plazo. Por ello muchos ingenieros ahora no están en la NASA o la ESA,
sino en bancos o entidades financieras, diseñando productos complejos para
operar en los mercados. Ojalá Philae vuelva a despertar vocaciones perdidas y
logre que los ojos que, una vez miraron a las estrellas, y ahora sólo ven
oficinas, retornen a esos mundos del espacio.
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