La
imagen de Oriol Junqueras posando delante de la cámara, serio pero satisfecho,
recontando votos, resume bastante bien a mi entender el sentido de lo que
pasó el Domingo 9 en Cataluña, hasta qué punto la votación que se llevó a cabo
tenía, o más bien carecía, de rigor, y las fuerzas que se movilizaron para
propiciarla. En un ambiente sereno, sin apenas incidentes y con imágenes de
colas abundantes, el día transcurrió sin algaradas ni escenas violentas, que es
lo mejor que se puede decir en estos casos. El resto de las conclusiones son,
como poco, preocupantes e invitan a una profunda reflexión en todas partes.
Lo cierto es que cerca de dos
millones de personas acudieron a esta consulta no legal, sin control alguno de
edades, censos ni demás, por lo que habrá votos repetidos e inválidos que
ninguna junta electoral de tipo alguno va a censurar, pero la movilización fue
amplia, y se dio. Si nos agarramos a las cifras de participación y las usamos
en ambos lados, un tercio de los catalanes acudieron a votar y de ellos una
inmensa mayoría se declaró independentista. Lo trascendente de esto, creo yo,
no es el número, que representa una minoría sobre el conjunto del censo
catalán, sino que realmente existe un sentimiento independentista anidado en
una porción pequeña, pero muy importante, de la sociedad catalán. Y eso es un
hecho objetivo que hace que haya que tratarlo de alguna manera. El
nacionalismo, esa ideología perversa que ha sometido a la guerra y ruina España
y el conjunto de Europa durante gran parte del siglo XX, vuelve con fuerza en
el XXI, y como sentimiento que es apenas apela a razones prácticas de tipo
económico, todas ellas claramente decantadas hacia los procesos de unidad. El
rancio nacionalismo español que dominó la vida de este país durante cuatro
décadas no sirvió de vacuna para aprender la maldad que supone envolverse en
banderas ya tizar a otros con ellas, sino más bien de acicate para extender ese
virus por otras partes. Hoy en día Cataluña, y otras regiones europeas,
muestran un resurgir nacionalista que clama por salirse de los estados en los
que se encuentran enclavados desde hace siglos, muchos en algunos casos. ¿Cómo
lidiar con este problema? ¿Cómo lograr una convivencia tranquila y el bienestar
común? No lo tengo nada claro. Cuestiones identitarias de este tipo provocan
fracturas sociales, de mayor o menor grado, pero que pueden acabar desgarrando
el tejido de una sociedad, y esas grietas, esas heridas, puedan curarse o no,
dejan cicatrices que están ahí mucho tiempo. Es evidente que ha llegado el
momento de que Rajoy y Mas, por poner dos nombres, se reúnan y empiecen a
hablar en serio, y se proceda de una manera ordenada a la reorganización de una
España que posee demasiada descentralización en unos casos en los que no hace
falta. La idea del café para todos que se estipuló en los setenta y ochenta
como vía de acceso al autonomismo se ha demostrado fallida en varios aspectos,
pero es muy complejo y polémico determinar en dónde se pueden hacer reformar,
qué es lo que hay que tocar, y las implicaciones sobre la desigualdad de los
españoles, que ya existe en demasía, y que toda modificación que se haga irá en
el sentido de ampliarla, no reducirla. Hace falta tranquilidad, altura de
miras, sosiego y ganas. Creo que no se dan ninguno de estos factores, por lo
que el resultado lo veo muy incierto, pero frente a la táctica de esconderse
ante los problemas, típica de Rajoy, este es de los que empiezan a reclamar una
solución ya. Seguir perdiendo tiempo y esfuerzos sólo agravará la situación.
Se ha utilizado mucho la metáfora del muro de
Berlín en este puente referida a cómo unos crean barreras y otros las derriban.
Comparto esa idea, pero no sólo a nivel España, sino en el conjunto de Europa.
Lo que nos enseña el siglo XX es que uniendo naciones y gobiernos Europa puede
ser un lugar de encuentro, prosperidad y paz, mientras que las divisiones han
acarreado las más terribles guerras imaginadas. La UE se crea, en el fondo,
para evitar una nueva guerra entre europeos. Ahora mismo Ucrania, hace veinte
años Yugoslavia, el terrorismo de ETA…. muchas son las nos muestras de que entre
nosotros sigue larvado el espíritu guerrero en torno a una bandera y tierra.
Hablemos, escuchemos, unámonos y desterremos esos muros que sólo sirven para
aprisionarnos cada vez más. Está en nuestras manos.
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