Llegué a casa el sábado por la
noche a la hora a la que casi todo el mundo sale de juerga, lo que ya dice
mucho del estado de mi vida social, tras una tarde larga fuera. Me cambié y, de
mientras cenaba muy poca cosa, puse la tele, y observé como en Tele5 se emitía
la ansiada entrevista al llamado “pequeño Nicolás”, que a sus veinte años de
edad, mofletes hinchados y melena leonina no aparenta ser tan pequeño. Con unos
ojos con aspecto lloroso pero de mirada fija, y ante un grupo de personas que
simulaban ser periodistas, Nicolás iba desgranando bombas con una claridad
pasmosa. No aguanté mucho delante de la tele.
Tras el plantón que le dio Pablo
Iglesias a Tele5 el jueves, y su propuesta de plasma estilo Rajoy, rechazada
por la cadena, los directivos de Fuencarral se buscaron un as bajo la manga para
derrotar al debate de la Sexta, y se encontraron con una baraja completa. A
cada pregunta que le realizaban, Nicolás contestaba con una afirmación aún más
gruesa que la que había soltado cinco minutos antes, y al poco tiempo daba
la sensación de que él era, como en esas ilustraciones orientales que muestran
quién rige el mundo, el que sito en su centro, y con múltiples brazos, movía
los hilos y voluntades de toda España. Por un momento me entró la risa, pero a
medida que la entrevista seguía y las afirmaciones de Nicolás no dejaban de
crecer me empecé a sentir un poco tonto, con la sensación de estar asistiendo a
un magnífico teatro, una absurda broma interpretada por un genio del humor, un
personaje, el tal Nicolás, que se merece varios premios por su interpretación,
que aguató el tipo, que fue capaz de demostrar que en los programas de sábado
noche en la tele española hay de todo menos periodistas, y que necesita tanto
tratamiento psiquiátrico como sesión de peluquería para mantener las ondas de
su pelo (tiembla Paula Echevarría, el próximo pelo Panten es el de Nicolás!!!) era
tal el cúmulo de despropósitos y la supuesta gravedad de lo que allí se estaba
afirmando que, de ser cierto sólo el 1%, sería motivo suficiente para salir
corriendo rumbo a Barajas. Como comentaban muchos en twitter, el espíritu de
Orson Welles se estaba levantando, cual cilindro invasor marciano, asombrado y
orgulloso de su sucesor, que mantenía a un país enganchado a la pantalla
contando una sarta de bulas que tenían un aspecto muy creíble, dado lo que ya
sabemos de la cutre vida y sociedad que hemos compuesto entre todos. Un país
hastiado y descreído prestaba atención a un jovenzuelo muy bien posicionado,
que le contaba a la audiencia todo lo que se quisiera creer sobre las cloacas
de un estado, de un país, en el que la mierda hace mucho tiempo que nos
anestesió a todos con su olor. De ese deseo de creer en la conspiración surge
el éxito de Nicolás ante la audiencia, y de la corrupción que todo lo enfanga
su ascenso entre la camarilla de pelotas y sobornadores que tratan de medrar
comisionando a quien fuere con tal de llevarse contratos y mucha más pasta de
la que le cuestan los sobornos. Es así de simple y obtuso. Surgido al calor de
la burbuja, inflado con el dinero fácil, listo para colarse por los huecos
disponibles, y megalómano hasta el extremo, Nicolás, en parte como Pablo
Iglesias, ha aprovechado la coyuntura y las oportunidades para subir hasta lo más
alto, hacer creer a todos su discurso y llevarse la fama y gloria. En su melena
no hay u pelo de tonto, y sí muchos de iluminado, y el espectáculo del pasado sábado
fue de los antológicos. Vacío y falso, sí, pero espectáculo a fin de cuentas.
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