jueves, noviembre 27, 2014

El final de Ana Mato


Y ayer Ana Mato dimitió. Pocas personas en España han concitado tantos deseos de verse dimitidas como el caso de la ya exministra de Sanidad. Sin ningún respaldo social, asediada por todos, asaetado por medios propios ajenos, carente de defensas, su permanencia en el puesto era fruto de una obcecación propia respaldada por el inane comportamiento de su jefe, Rajoy, que debió cesarla hace mucho tiempo, cuando cualquiera de los escándalos que han surcado su nombre y familia ya eran mucho más que problemas emergentes. Su marcha, ahora, es una renuncia carente de valor, amortizada desde hace mucho tiempo, demasiado.

Lo cierto es que Rajoy ya cometió un error con su nombramiento, que nunca ha quedado demasiado justificado. Presente en la ejecutiva del PP desde hace mucho tiempo, y rostro de renovación durante la década de los noventa, Mato ocupó varios cargos internos en el organigrama de Génova y, creo recordar, un escaño en el Parlamento Europeo. Su trayectoria como gestora pública no es conocida, y sí las responsabilidades en el partido, coordinando varias campañas electorales, entre ellas la que llevó a Rajoy a la Moncloa en 2011. Ya por aquel entonces su nombre se asociaba a la trama gürtel, dadas las vinculaciones de su exmarido, Jesús Sepúlveda, anterior alcalde de Pozuelo de Alarcón (municipio riquísimo sito al lado oeste de la casa de campo) con los cabecillas de la red corrupta. Rajoy llega al gobierno y en su lista misteriosa de ministros pone a Ana Mato al frente de la sanidad, un departamento muy vaciado de competencias por las Comunidades Autónomas, pero que tiene su importancia ante posibles crisis de gravedad (como se demostró en el caso del Ébola) y que debe coordinar la política sanitaria en toda la nación, en este caso imponiendo recortes de prestaciones dada la situación de quiebra financiera del país. Desde un primer momento Mato muestra una total falta de empatía con la población e incapacidad para enarbolar un discurso, no sólo de manera figurada, sino literalmente, hablando. Sufre algo parecido a ataques de pánico cuando ve a la prensa, la elude en todo momento y, cuando está forzada a comparecer, no logra superar la elocuencia que tendría un alumno de ESO. La gürtel le persigue, y las noticias referidas a las fiestas en su casa, los globos, el confeti y el jaguar le hacen ser el hazmerreír de media España, que se mofa de su pijerío manifiesto o de su ceguera selectiva, o de ambas cuestiones. Su situación en el gobierno se vuelve permanentemente inestable y es un flanco muy fácil para atacar a Rajoy que, sin sentido alguno, la mantiene en el cargo. En este camino de continuado descenso la crisis del Ëbola de hace un par de meses supone, o eso creíamos muchos, su picota. Incapaz de reaccionar, desbordada, asustada por la magnitud del problema me atrevería a decir, Mato es relevada de facto por Rajoy y es escondida de cara a la opinión pública, asumiendo la Vicepresidenta del Gobierno sus competencias y la gestión y comunicación de la crisis, tras unos primeros días de absoluto caos y descontrol. Si no hubiera sido por todo lo anterior, y aunque sólo fuera por la desautorización que este hecho supuso, Mato debió irse por vergüenza propia. Pero no lo hizo, ni se le cesó. Pasaron los días, el Ébola siguió matando en África, pero aquí perdió las portadas, y Mato continuó en su puesto fantasma, sin que se supiera qué hacía ni para qué estaba. El auto del juez Ruz de ayer, que no la imputa, pero la acusa de haberse beneficiado de la red corrupta, era demasiado. Pero aun así no quería irse. Rajoy, que hoy comparece en el Congreso para hablar de corrupción, la destituyó ayer para evitar hoy una imagen bochornosa. Qué final más triste.

Y la verdad es que la menos culpable de toda esta historia, a mi modo de ver, es la propia Mato. Evidentemente incapacitada para ejercer ese cargo, quien allí le puso y mantuvo, Rajoy, es quien carga con la responsabilidad de su ineficacia. Por qué lo hizo y por qué la ha tenido tanto tiempo, en un aparente gesto de obcecación infantil y carente de lógica, sólo él podrá explicarlo. Nuevamente la táctica Rajoy de dejar que los problemas se solucionen por inacción le ha estallado en la cara, mostrando que ni es una manera eficaz de arreglar los problemas ni sirve para controlarlos. Si espera Rajoy ganar las elecciones del año que viene de esta manera ayer tuvo un nuevo ejemplo de lo que le puede estar esperando a la vuelta de la urna.

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