Y
ayer Ana Mato dimitió. Pocas personas en España han concitado tantos deseos
de verse dimitidas como el caso de la ya exministra de Sanidad. Sin ningún
respaldo social, asediada por todos, asaetado por medios propios ajenos,
carente de defensas, su permanencia en el puesto era fruto de una obcecación
propia respaldada por el inane comportamiento de su jefe, Rajoy, que debió
cesarla hace mucho tiempo, cuando cualquiera de los escándalos que han surcado
su nombre y familia ya eran mucho más que problemas emergentes. Su marcha,
ahora, es una renuncia carente de valor, amortizada desde hace mucho tiempo,
demasiado.
Lo cierto es que Rajoy ya cometió
un error con su nombramiento, que nunca ha quedado demasiado justificado.
Presente en la ejecutiva del PP desde hace mucho tiempo, y rostro de renovación
durante la década de los noventa, Mato ocupó varios cargos internos en el
organigrama de Génova y, creo recordar, un escaño en el Parlamento Europeo. Su
trayectoria como gestora pública no es conocida, y sí las responsabilidades en
el partido, coordinando varias campañas electorales, entre ellas la que llevó a
Rajoy a la Moncloa en 2011. Ya por aquel entonces su nombre se asociaba a la
trama gürtel, dadas las vinculaciones de su exmarido, Jesús Sepúlveda, anterior
alcalde de Pozuelo de Alarcón (municipio riquísimo sito al lado oeste de la
casa de campo) con los cabecillas de la red corrupta. Rajoy llega al gobierno y
en su lista misteriosa de ministros pone a Ana Mato al frente de la sanidad, un
departamento muy vaciado de competencias por las Comunidades Autónomas, pero
que tiene su importancia ante posibles crisis de gravedad (como se demostró en
el caso del Ébola) y que debe coordinar la política sanitaria en toda la
nación, en este caso imponiendo recortes de prestaciones dada la situación de quiebra
financiera del país. Desde un primer momento Mato muestra una total falta de
empatía con la población e incapacidad para enarbolar un discurso, no sólo de
manera figurada, sino literalmente, hablando. Sufre algo parecido a ataques de
pánico cuando ve a la prensa, la elude en todo momento y, cuando está forzada a
comparecer, no logra superar la elocuencia que tendría un alumno de ESO. La
gürtel le persigue, y las noticias referidas a las fiestas en su casa, los
globos, el confeti y el jaguar le hacen ser el hazmerreír de media España, que
se mofa de su pijerío manifiesto o de su ceguera selectiva, o de ambas
cuestiones. Su situación en el gobierno se vuelve permanentemente inestable y
es un flanco muy fácil para atacar a Rajoy que, sin sentido alguno, la mantiene
en el cargo. En este camino de continuado descenso la crisis del Ëbola de hace
un par de meses supone, o eso creíamos muchos, su picota. Incapaz de
reaccionar, desbordada, asustada por la magnitud del problema me atrevería a
decir, Mato es relevada de facto por Rajoy y es escondida de cara a la opinión
pública, asumiendo la Vicepresidenta del Gobierno sus competencias y la gestión
y comunicación de la crisis, tras unos primeros días de absoluto caos y
descontrol. Si no hubiera sido por todo lo anterior, y aunque sólo fuera por la
desautorización que este hecho supuso, Mato debió irse por vergüenza propia.
Pero no lo hizo, ni se le cesó. Pasaron los días, el Ébola siguió matando en
África, pero aquí perdió las portadas, y Mato continuó en su puesto fantasma,
sin que se supiera qué hacía ni para qué estaba. El auto del juez Ruz de ayer,
que no la imputa, pero la acusa de haberse beneficiado de la red corrupta, era
demasiado. Pero aun así no quería irse. Rajoy, que hoy comparece en el Congreso
para hablar de corrupción, la destituyó ayer para evitar hoy una imagen
bochornosa. Qué final más triste.
Y la verdad es que la menos culpable de toda
esta historia, a mi modo de ver, es la propia Mato. Evidentemente incapacitada
para ejercer ese cargo, quien allí le puso y mantuvo, Rajoy, es quien carga con
la responsabilidad de su ineficacia. Por qué lo hizo y por qué la ha tenido
tanto tiempo, en un aparente gesto de obcecación infantil y carente de lógica,
sólo él podrá explicarlo. Nuevamente la táctica Rajoy de dejar que los
problemas se solucionen por inacción le ha estallado en la cara, mostrando que
ni es una manera eficaz de arreglar los problemas ni sirve para controlarlos. Si
espera Rajoy ganar las elecciones del año que viene de esta manera ayer tuvo un
nuevo ejemplo de lo que le puede estar esperando a la vuelta de la urna.
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