Hoy se publica la encuesta de
intención de voto del CIS, la oficial por así llamarla. Desde hace muchos días
se viene insistiendo que otorgará unos resultados sorprendentes, con un PP y
PSOE a la baja y un Podemos elevado a los altares, quizás en primera posición
por intención directa de voto. El momento del sondeo tuvo lugar cuando estaba
en plena efervescencia el caso de las tarjetas opacas de Bankia, y señalaron
muchos analistas que el CIS ofrecía una magnífica oportunidad para volcar la
frustración y el cabreo del electorado. A falta de lo que haya hecho la
“cocina” los resultados prometen ser muy interesantes.
Como para romperle la exclusiva, publicaba
ayer El País una encuesta propia, de Metroscopia, que también coloca a Podemos
a la cabeza de unas teóricas generales. Con un 27,7% de los voto supera por
poco a un PSOE que, con un 26,2%, no logra remontar desde sus mínimos y a un PP
que marca un 20,7%, mínimo absoluto desde que llegó al gobierno, con más del
doble de los votos, y que dibuja una trayectoria de descenso abrupto y
aparentemente sin fin. Ya saben que hay que tener mucho cuidado con las
encuestas, que no son sino la foto de un instante, y que a la hora de votar de
verdad la gente se lo piensa dos veces y no hace exactamente lo que ha dicho
que va a hacer, y luego viene ese obtuso proceso de transformar votos en
escaños, que puede ofrecer sorpresas de todo tipo, pero es evidente que el
cabreo nacional ha encontrado en Podemos la tabla en la que agarrarse y, de
paso, bien sujeta, el instrumento contundente con el que golpear a las cabezas
de los partidos tradicionales, encarnados en el binomio PP PSOE, que ven como
su credibilidad cae día tras días a medida que conocemos la podredumbre de un
pasado que ahora se nos revela en toda su corrupta crudeza. Hastiados, hartos,
cansados de los reproches mutuos, de ese “y tú más” que no sirve para nada,
millones de ciudadanos contemplan a Pablo Iglesias y a su tropa como una
corriente de aire fresco, algo nuevo, algo diferente., algo aún inmaculado, no
corrupto (porque nada ha gobernado) y se lanzan en sus brazos desesperados,
reitero que más por rechazo a lo conocido que por creencia en lo nuevo
prometido. Podemos se erige así, de momento, como el ganador absoluto de la
presente carrera electoral, una formación surgida hace pocas semanas, creada a
base de tertulias televisivas y de un intenso proceso de márketing viral a
través de internet, mostrando una enorme destreza a la hora de manejar las
modernas formas de comunicación, con un mensaje ambiguo, marcadamente
populista, de una extrema izquierda caduca que suena a caricatura de sí misma,
con una imagen bolivariana como referente social y económico, que promete
castigar a los culpables de la crisis, acabar con las prebendas de la banca y
la política, y que espera otorgar a la población pensiones a los 60 años,
subsidios de desempleo indefinidos y una serie de fantásticas prestaciones
sociales, imposibles de cumplir, pero que suenan a cielo prometido a gran parte
de un país empobrecido por la crisis, angustiado por la falta de recursos,
agobiado por llegar a un fin de mes que parece que se alarga a cada día que pasa,
y que no deja de ver cómo a su alrededor quienes debían gestionar la cosa pública
no han hecho otra cosa que robar. En este caldo social es imposible que Podemos
no pesque un numero inmenso de votos, y por tanto el resultado de los sondeos,
aun siendo espectacular, no debiera sorprendernos.
Lo realmente sorprendente es la ceguera de los
dirigentes políticos clásicos, por así llamarlos, que son en gran parte responsables,
por sus acciones y omisiones, de esta situación. La demanda de cambio, de
regeneración, de ejemplaridad, que surge de una sociedad hastiada (y por
cierto, muy comprensiva con la corrupción aunque lo niegue) ha sido escuchada
por todos los dirigentes. Y es tremendo que sólo el Rey, el único que
precisamente no se presenta a unas elecciones, haya convertido a la ética y la
regeneración en parte constante de su discurso, lo que hace que, junto a
la Reina y Pablo Iglesias sean los únicos tres que aprueben en valoración pública
(curioso trío, la verdad). El resto suspenden, y si quieren aprobar y salvarse
deben cambiar mucho, y muy rápido. El tiempo se les acaba.
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