Tras la derrota en las elecciones
parciales de hace unas semanas, Obama afronta el tramo final de su mandato con
unas cámaras en contra y un electorado propio muy desmotivado. Los años del
“pato cojo” como se conocen a este último tramo del mandato, amenazan con ser
para él devastadores, sobre todo dada la ilusión con la que fue recibida su
llegada al cargo y los réditos, escasos, que a día de hoy se perciben de su
ejercicio. Por ello, y dado que haga lo que haga ya no se volverá a presentar,
tiene ante sí dos opciones claras. Rendirse y dejar pasar el rato o enfrentarse
y hacer algo de lo que prometió. Parce que opta por lo segundo.
Si la sanidad fue el tema
estrella de su primera legislatura, la inmigración parece serlo el de este
final de mandato, con permiso de lo que suceda en el escenario internacional.
El asunto de la inmigración, que se ve de manera diferente en una nación como
la norteamericana, creada por sucesivas olas de inmigrantes, es ahora mismo un
campo de batalla política entre demócratas y republicanos, y que tiene a
millones de personas, se estiman en más de diez, pendientes de lo que se acabe
decidiendo. En
su discurso de ayer, muy esperado, Obama anunció que se salta los vetos de las
cámaras y propondrá un decreto presidencial para evitar la expulsión de unos
cinco millones de indocumentados, en lo que puede ser el primer paso para
un proceso de regularización que consiga que todos los inmigrantes ilegales que
ahora residen en el país pasen a ser ciudadanos de ley. Muchos de ellos
trabajan, pagan impuestos, compran y venden, pero carecen de papeles que, en
caso de ser detenidos o parados por la policía, les impidan acabar al otro lado
de la valla, en un Méjico que es la puerta de entrada para casi todos ellos.
Hay cientos de miles de niños que han cruzado la frontera, cuyos padres y demás
familia se han quedado al otro lado, y que viven como pueden en EEUU,
suministrando divisas muchos de ellos a sus familias. A muchos de estos
inmigrantes se les conoce como los “dreamers”, soñadores, porque saben que EEUU
es el país en el que quizás sea posible alcanzar una vida que, por los motivos
que fuera, se les niega en su nación de origen. Huyen de la desesperación, sí,
pero acuden atraídos por la llamada del sueño americano, que conocen de primera
mano porque parientes suyos o conocidos lo lograron en el pasado. Y esa ola
imparable, aunque parezca un problema de fondo para los norteamericanos, es, en
mi opinión, una de sus mayores fortalezas, porque sigue siendo un lugar visto
por gran parte del mundo como el más propicio para poder desarrollarse, ejercer
una vida y alcanzar el bienestar. Por eso creo que las medidas que logren
regularizar a esas personas, además de solucionar un grave problema legal y
social que existe ahora mismo en el país, lograrán a largo plazo que la nación
en su conjunto crezca mucho más, siendo fiel a su propio espíritu de integración,
mucho mayor del que existe en Europa, donde el cantonalismo nacionalista
siempre ve al otro como un invasor, un usurpador, alguien que viene a robarnos,
y no como quien, con nosotros, puede crear, construir y crecer.
Y claro, además de toda esta bella filosofía de
fondo, están los intereses políticos. Obama sabe que millones de regularizados
serán muchos votos futuros para un partido demócrata, y que un republicanismo
cerril que les niegue la legalidad verá como la demografía de sus votantes se
estanca, y no será rejuvenecida por la savia nueva del latino, que supera ya
los cincuenta millones de personas en el conjunto de la unión. Con su discurso
de ayer, emitido por internet y no por las cadenas nacionales, ojo, Obama
declara la guerra a unas cámaras que le van a hacer la vida imposible, y espera
ganar el enfrentamiento no tanto con votos electorales sino con la política de
los hechos consumados. Será muy interesante ver cómo se desarrolla este asunto.
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