Cuando estaba en Elorrio, el
módulo de descenso Philae se quedó sin baterías en la superficie del cometa
67P, entró en modo hibernación para garantizar su futura supervivencia y emitió
sus últimos datos. Lo que se presumía iba a ser una misión de varios meses se
convirtió en un fin de semana de contrarreloj para poder saber lo más posible
sobre el cometa y sus propiedades, y algunos
medios, que pusieron mucha atención en todo lo que tenía que ver con la
misión, empezaron a criticarla por su supuesto fracaso o, en el mejor de los
casos, ignorarla. Años de trabajo y esfuerzo sólo para “eso”, decían muchos.
Y “eso” tan poco importante, en
apariencia, es haber logrado alcanzar, en medio de la nada, un objetivo de un
tamaño ridículo para lo que es el espacio, y haberse posado sobre él. A la
cerca de media hora luz de distancia que nos separa de 67P es imposible,
incluso para un tertuliano sabelotodo, poder maniobrar en directo cualquier
nave y corregir trayectorias o hacer frente a imprevistos. El aterrizaje, si se
puede usar la expresión, de Philae sobre el cometa fue bastante más accidentado
de lo que se preveía y, al parecer, fueron tres los rebotes que experimentó,
causados principalmente por la prácticamente nula gravedad que existe en la
superficie de ese pedrusco. El primer punto en el que se pudo tomar tierra era muy
bueno, pero en cada uno de los rebotes la sonda se fue alejando cada vez más de
él y acabó en un lugar en el que apenas podía recibir luz solar, poco más de
una hora, insuficiente para recargar sus baterías con los paneles que porta y,
por tanto, estaba condenada a quedarse sin energía en un plazo de decenas de
horas. Las beterías estaban diseñadas para dar soporte a la maniobra de
aterrizaje y los primeros momentos de estancia sobre la superficie, y algunas
rutinas esenciales, pero en ningún caso se pensaron ni construyeron para
aguantar semanas, o meses (mire a su precioso Smartphone y piense lo que le
dura la batería, de una tecnología mucho mejor a la que lleva Philae, antes de
sacar conclusiones precipitadas) En
esa carrera contra el tiempo la sonda desplegó todos sus instrumentos, midió lo
que pudo y envió lo que fue capaz a Roseta, que sigue orbitando en torno a
67P, y es nuestro nexo de unión con él. Los resultados son muy interesantes.
67P es mucho más denso de lo que se pensaba en un momento, cuando muchos lo
suponían como una agregación de polvo, puede contener agua en forma de hielo en
su interior, y existen trazas de sustancias orgánicas, lo que refuerza la teoría
de que los cometas pueden ser capaces de transportar elementos capaces de sustentar
vida y llevarlos a lugares donde no existan. La sonda porta un taladro que
estaba diseñado para penetrar en la superficie, que se ha activado, pero que aún
no está claro si fue capaz de horadarla como se preveía o no. Lo que sí ha
podido estudiarse más en detalle es la atmósfera o, mejor dicho, la traza
gaseosa que existe justo en la superficie del cometa. Muchos son los datos que
en estos pocos días de angustia Philae ha podido remitir al control de misión,
y que sin duda son tan valiosos como complejos de analizar. En este sentido la misión
ha sido un éxito, y todos los que en ella han trabajado durante años, décadas,
pueden y deben sentirse muy orgullosos, y los europeos, que la hemos financiado
con nuestros impuestos, también.
Existe una pequeña posibilidad, pero no nula, de
que Philae vuelva a ponerse en marcha. En su trayectoria orbital 67P se acerca
al Sol (la P del nombre indica que es periódico en su órbita solar, que va y
viene con regularidad) y cuanto más cerca esté mayor será la intensidad de la
luz y, pese a su escasez, quizás sea capaz de recargar las baterías para un
rearranque. También es verdad que la superficie del cometa se inestabilizará
con el calor y viento solar y que, al empezar a generar una cola, acabará por
destruir la sonda por completo, pero hay una pequeña ventana de oportunidad
para que Philae pueda volver a contactar con nosotros, quizás dentro de un año,
o algo más. Ojalá pueda!!!!!
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