Creo que está ya analizado el
proceso por el que una noticia logra ascender desde la nada a lo más alto de
los titulares para, desde ese punto, ir decayendo y perdiendo espacio frente a
otras que experimentan ese mismo proceso de crecimiento viral, como
enfermedades que se solapasen unas sobre otras. Sin embargo, la realidad a la
que suelen hacer referencia esas noticias no sigue ese ritmo. El ébola mata hoy
en África lo mismo que hace tres semanas, sin que podamos leer crónicas al
respecto, cuando días atrás no dejábamos de hablar de esa enfermedad. Hoy
habrá un repunte con la salida del hospital de Teresa Romero, y luego,
probablemente, la nada.
La curación de Teresa, su salud
recobrada, su liberación del obligado encierro al que ha sido sometida desde
hace meses, es lo único que me parece positivo de toda esta desgraciada
historia de enfermedad, hipocresía, politiquero barato, alarmismo y demagogia
en la que, como sociedad, hemos mostrado lo peor de nosotros mismos. Desde unos
políticos que, con el contagio, lo primero que trataron fue de eludir sus
responsabilidades y tratar de que el muerto, expresión poco afortunada en este
caso, recayera sólo en la enferma, hasta unos medios de comunicación que, con
excepciones, no prestaron atención alguna a lo que pasaba en África hasta que
el caso llegó aquí, momento en el que hicieron todo lo posible por conseguir
exclusivas morbosas y fotos denigrantes, y una sociedad alarmada y alarmista,
que ha mostrado un grado de irracionalidad extremo con una enfermedad que no es
ni de lejos tan grave como se la pinta… todo lo relacionado con el ébola en
España ha sido deprimente y, como en los casos de corrupción, nos ha retratado
fielmente. La táctica común a casi todos los implicados en esta historia ha
sido la de eludir sus responsabilidades, tratar de escaquearse, colgarse
medallas cuando fuera posible y declarar que de nada eran responsables cuando
llegaban los auténticos problemas, estrategias zafias que, por otra parte,
vemos cada día en todos los asuntos públicos que nos atañen, sean de la
gravedad que sean, en los que la asunción de responsabilidades brilla por su
ausencia, el cuelgue de medallas es más o menos constante y las desgracias,
como las nubes, las trae el viento de las borrascas atlánticas. Sin embargo,
como en el caso de las tarjetas negras de CajaMAdrid, donde hubo cuatro
inocentes frente a ochenta y dos culpables, aquí también hay honrosas
excepciones que deben señalarse. Teresa ni es culpable ni es inocente. Es
simplemente una enferma, que se contagió de un virus y ya está. Es así de
simple. Culpables de su contagio serían quienes no vigilaron el cumplimiento de
esos protocolos fantasmas a los que todo el mundo se agarra, y que una
prometida investigación (que nunca se hará, esto es España) debiera aclarar.
Los héroes principales de esta historia, y casi únicos, son los que han
trabajado día a día en el Carlos III atendiendo a Teresa, a los dos misioneros que
fallecieron y a las decenas de posibles casos que han pasado por ese complejo
durante las semanas de la histeria. Personas anónimas, profesionales de lo
suyo, trabajadores de fichaje o no, que día tras día acuden a su puesto de trabajo,
en este caso un hospital, y cumplen con su labor. Esos son los héroes de esta
historia, los responsables de que haya acabado bien, a quienes Teresa debe la
vida (y a sus genes), a los que seguramente nunca conoceremos. Hoy por la mañana,
antes del alta de Teresa, darán una rueda de prensa conjunta, en la que veremos
muchos rostros anónimos, que seguramente nunca más volvamos a contemplar, y
que, ojalá me equivoque, ninguna autoridad pública reconocerá como los que han trabajado
sin descanso para derrotar a la enfermedad. Tras esa rueda de prensa volverán a
sus batas, habitaciones y pasillos, algunos permanecerán, otros serán
despedidos (así de ingratos somos) y nadie se acordará de ellos.
El
otro héroe nacional de esta historia es Fernando Simón, el profesional al
que, tras días de inepto comportamiento del gobierno nacional y autonómico, se
le encargó la labor de comunicar a la sociedad qué era el Ébola y que pasaba
con la salud de Teresa y el resto de enfermos. Y sobre todo, los héroes del Ëbola
son los misioneros y cooperantes que día tras día están en Äfrica, jugándose la
vida y dándola por entero para salvar a los pobres que sufren esa enfermedad, y
otras tantas. Tras el fin de la noticia nadie volverá allí a entrevistarles, es
algo que no vende, y salvo que otro enfermo llegue a nuestro país, no creo que
vuelvan a oír nada sobre el ébola y sus pacientes. Volverá a ser un asunto de
pobres, y de héroes que les ayudan en la soledad
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