miércoles, noviembre 05, 2014

Teresa Romero, curada del Ébola, recibe el alta


Creo que está ya analizado el proceso por el que una noticia logra ascender desde la nada a lo más alto de los titulares para, desde ese punto, ir decayendo y perdiendo espacio frente a otras que experimentan ese mismo proceso de crecimiento viral, como enfermedades que se solapasen unas sobre otras. Sin embargo, la realidad a la que suelen hacer referencia esas noticias no sigue ese ritmo. El ébola mata hoy en África lo mismo que hace tres semanas, sin que podamos leer crónicas al respecto, cuando días atrás no dejábamos de hablar de esa enfermedad. Hoy habrá un repunte con la salida del hospital de Teresa Romero, y luego, probablemente, la nada.

La curación de Teresa, su salud recobrada, su liberación del obligado encierro al que ha sido sometida desde hace meses, es lo único que me parece positivo de toda esta desgraciada historia de enfermedad, hipocresía, politiquero barato, alarmismo y demagogia en la que, como sociedad, hemos mostrado lo peor de nosotros mismos. Desde unos políticos que, con el contagio, lo primero que trataron fue de eludir sus responsabilidades y tratar de que el muerto, expresión poco afortunada en este caso, recayera sólo en la enferma, hasta unos medios de comunicación que, con excepciones, no prestaron atención alguna a lo que pasaba en África hasta que el caso llegó aquí, momento en el que hicieron todo lo posible por conseguir exclusivas morbosas y fotos denigrantes, y una sociedad alarmada y alarmista, que ha mostrado un grado de irracionalidad extremo con una enfermedad que no es ni de lejos tan grave como se la pinta… todo lo relacionado con el ébola en España ha sido deprimente y, como en los casos de corrupción, nos ha retratado fielmente. La táctica común a casi todos los implicados en esta historia ha sido la de eludir sus responsabilidades, tratar de escaquearse, colgarse medallas cuando fuera posible y declarar que de nada eran responsables cuando llegaban los auténticos problemas, estrategias zafias que, por otra parte, vemos cada día en todos los asuntos públicos que nos atañen, sean de la gravedad que sean, en los que la asunción de responsabilidades brilla por su ausencia, el cuelgue de medallas es más o menos constante y las desgracias, como las nubes, las trae el viento de las borrascas atlánticas. Sin embargo, como en el caso de las tarjetas negras de CajaMAdrid, donde hubo cuatro inocentes frente a ochenta y dos culpables, aquí también hay honrosas excepciones que deben señalarse. Teresa ni es culpable ni es inocente. Es simplemente una enferma, que se contagió de un virus y ya está. Es así de simple. Culpables de su contagio serían quienes no vigilaron el cumplimiento de esos protocolos fantasmas a los que todo el mundo se agarra, y que una prometida investigación (que nunca se hará, esto es España) debiera aclarar. Los héroes principales de esta historia, y casi únicos, son los que han trabajado día a día en el Carlos III atendiendo a Teresa, a los dos misioneros que fallecieron y a las decenas de posibles casos que han pasado por ese complejo durante las semanas de la histeria. Personas anónimas, profesionales de lo suyo, trabajadores de fichaje o no, que día tras día acuden a su puesto de trabajo, en este caso un hospital, y cumplen con su labor. Esos son los héroes de esta historia, los responsables de que haya acabado bien, a quienes Teresa debe la vida (y a sus genes), a los que seguramente nunca conoceremos. Hoy por la mañana, antes del alta de Teresa, darán una rueda de prensa conjunta, en la que veremos muchos rostros anónimos, que seguramente nunca más volvamos a contemplar, y que, ojalá me equivoque, ninguna autoridad pública reconocerá como los que han trabajado sin descanso para derrotar a la enfermedad. Tras esa rueda de prensa volverán a sus batas, habitaciones y pasillos, algunos permanecerán, otros serán despedidos (así de ingratos somos) y nadie se acordará de ellos.

El otro héroe nacional de esta historia es Fernando Simón, el profesional al que, tras días de inepto comportamiento del gobierno nacional y autonómico, se le encargó la labor de comunicar a la sociedad qué era el Ébola y que pasaba con la salud de Teresa y el resto de enfermos. Y sobre todo, los héroes del Ëbola son los misioneros y cooperantes que día tras día están en Äfrica, jugándose la vida y dándola por entero para salvar a los pobres que sufren esa enfermedad, y otras tantas. Tras el fin de la noticia nadie volverá allí a entrevistarles, es algo que no vende, y salvo que otro enfermo llegue a nuestro país, no creo que vuelvan a oír nada sobre el ébola y sus pacientes. Volverá a ser un asunto de pobres, y de héroes que les ayudan en la soledad

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