miércoles, noviembre 26, 2014

La iglesia, el Papa Francisco y la pederastia


Son de momento tres los sacerdotes, junto a un laico, los detenidos en el marco de la operación policial por el supuesto caso de pederastia que se ha descubierto en Granada. El aparentemente líder de la trama, un tal Román, creo una estructura sustentada en el poder y el culto a la personalidad, que se hacía llamar los “Romanes” y que, con tácticas muy próximas a lo sectario, ha tenido sometidos a varios jóvenes durante años, habiendo practicado presuntamente abusos sexuales continuados y de todo tipo. Hay muchos puntos aún por desvelar en este caso, pero esa parece ser, en esencia, la estructura delictiva desmantelada.

Estamos ante otro caso, uno sería demasiado, de abusos sexuales en el seno de la iglesia católica. Cierto es que delitos de abuso sexual se cometen, triste e incomprensiblemente, en muchos otros ámbitos, tanto por parte de criminales que buscan víctimas ocasionales, como el del violador de ciudad lineal, detenido hace pocas semanas, como por depravados que realizan actos viles y continuados amparados en estructuras sociales, colegios e instituciones deportivas, por ejemplo. En el caso de la iglesia el delito es el mismo pero el pecado es, si me permiten, doble, dados los votos consagrados y la pátina de limpieza y pureza que se le supone a los que en ella viven y consagran su existencia. Sin embargo, este caso de Granada puede marcar, afortunadamente, un antes y un después en lo que hace a este tipo de situaciones, y ello debido principalmente a la implicación del Papa Francisco. Sabido es que una de las víctimas de los abusos escribió directamente al Papa para explicarle lo que pasaba, dado que no confiaba en la jerarquía de la Diócesis (punto fundamental en todo este asunto). Y el Papa ordenó a esa jerarquía, al obispo, que actuase para que esto no volviera a suceder. Como las órdenes de Roma no acabaron cumpliéndose y las denuncias seguían, Francisco hizo que la historia saliera a la luz, animó a la víctima a que lo denunciara ante la justicia y el caso estalló para la opinión pública. Esto equivaldría, más o menos, a que fuera Rajoy el que, ante denuncias de un militante, hubiera denunciado a Bárcenas o a Granados, provocando su caída. Inimaginable, ¿verdad? Pues en el caso de la iglesia hasta ahora también era impensable que algo así sucediera. El papado de Juan pablo II, elogioso por tantos aspectos, tiene sombras, y quizás la más oscura fuera la permisividad con la que estos asuntos fueron tratados, tapándolos y buscando que no salieran a la luz, incluso con escándalos tan sonados como el de Marcial Maciel, fundador de los muy rígidos y estrictos Legionarios de Cristo, cuya vida era la de un absoluto delincuente sexual. La llegada de Ratzinger al papado supuso un giro en esta situación. El Papa alemán aborrecía estos comportamientos, pero fue incapaz de hacer virar al trasatlántico eclesial, quizás por su carencia de fuerzas físicas y de apoyos. Se ha especulado mucho con que esta fue una de las razones fundamentales que provocaron su histórica renuncia a la silla de San Pedro. Francisco, cargado de fuerza y respaldo social, consideró la batalla contra la pederastia (y los abusos sexuales en general) como un deber imperioso, una necesidad inexcusable. No basta con pedir perdón ante el delito, aunque sea necesario, no es suficiente implorar un “lo siento” en público. Parafraseando el evangelio, a Dios lo que es de Dios, el perdón, y al César lo que es del César, el juicio y la prisión si se demuestra el delito. Esta es la única manera de luchar para que estas repugnantes conductas no se repitan. Luz, taquígrafos, policía y jueces.

Por eso señalaba que un punto fundamental es la desconfianza de la víctima ante su jerarquía, en este caso el Obispo de Granda, porque esa jerarquía es la que ha amparado, ocultado, comprendido o simplemente silenciado estos casos durante años. Bien está que el Obispo y todos los implicados se postren ante el altar implorando perdón, pero mejor estará que testifiquen ante el juez sobre qué sabían sobre todo esto. Desde esta semana se ha terminado la impunidad sobre el delito sexual en la iglesia, y el causante de ello es el propio Papa. Una decisión, que en verdad es justa y necesaria, y que le honra a él tanto como vergüenza debiera causar a tantos otros.

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