Son de momento tres los
sacerdotes, junto a un laico, los detenidos en el marco de la operación
policial por el supuesto caso de pederastia que se ha descubierto en Granada. El
aparentemente líder de la trama, un tal Román, creo una estructura
sustentada en el poder y el culto a la personalidad, que se hacía llamar los
“Romanes” y que, con tácticas muy próximas a lo sectario, ha tenido sometidos a
varios jóvenes durante años, habiendo practicado presuntamente abusos sexuales
continuados y de todo tipo. Hay muchos puntos aún por desvelar en este caso,
pero esa parece ser, en esencia, la estructura delictiva desmantelada.
Estamos ante otro caso, uno sería
demasiado, de abusos sexuales en el seno de la iglesia católica. Cierto es que
delitos de abuso sexual se cometen, triste e incomprensiblemente, en muchos
otros ámbitos, tanto por parte de criminales que buscan víctimas ocasionales,
como el del violador de ciudad lineal, detenido hace pocas semanas, como por depravados
que realizan actos viles y continuados amparados en estructuras sociales,
colegios e instituciones deportivas, por ejemplo. En el caso de la iglesia el
delito es el mismo pero el pecado es, si me permiten, doble, dados los votos
consagrados y la pátina de limpieza y pureza que se le supone a los que en ella
viven y consagran su existencia. Sin embargo, este caso de Granada puede
marcar, afortunadamente, un antes y un después en lo que hace a este tipo de
situaciones, y
ello debido principalmente a la implicación del Papa Francisco. Sabido es
que una de las víctimas de los abusos escribió directamente al Papa para
explicarle lo que pasaba, dado que no confiaba en la jerarquía de la Diócesis
(punto fundamental en todo este asunto). Y el Papa ordenó a esa jerarquía, al
obispo, que actuase para que esto no volviera a suceder. Como las órdenes de
Roma no acabaron cumpliéndose y las denuncias seguían, Francisco hizo que la
historia saliera a la luz, animó a la víctima a que lo denunciara ante la
justicia y el caso estalló para la opinión pública. Esto equivaldría, más o
menos, a que fuera Rajoy el que, ante denuncias de un militante, hubiera
denunciado a Bárcenas o a Granados, provocando su caída. Inimaginable, ¿verdad?
Pues en el caso de la iglesia hasta ahora también era impensable que algo así
sucediera. El papado de Juan pablo II, elogioso por tantos aspectos, tiene
sombras, y quizás la más oscura fuera la permisividad con la que estos asuntos
fueron tratados, tapándolos y buscando que no salieran a la luz, incluso con
escándalos tan sonados como el de Marcial Maciel, fundador de los muy rígidos y
estrictos Legionarios de Cristo, cuya vida era la de un absoluto delincuente
sexual. La llegada de Ratzinger al papado supuso un giro en esta situación. El Papa
alemán aborrecía estos comportamientos, pero fue incapaz de hacer virar al
trasatlántico eclesial, quizás por su carencia de fuerzas físicas y de apoyos.
Se ha especulado mucho con que esta fue una de las razones fundamentales que
provocaron su histórica renuncia a la silla de San Pedro. Francisco, cargado de
fuerza y respaldo social, consideró la batalla contra la pederastia (y los
abusos sexuales en general) como un deber imperioso, una necesidad inexcusable.
No basta con pedir perdón ante el delito, aunque sea necesario, no es
suficiente implorar un “lo siento” en público. Parafraseando el evangelio, a
Dios lo que es de Dios, el perdón, y al César lo que es del César, el juicio y
la prisión si se demuestra el delito. Esta es la única manera de luchar para
que estas repugnantes conductas no se repitan. Luz, taquígrafos, policía y
jueces.
No hay comentarios:
Publicar un comentario