Hoy es el primer martes después
del primer lunes de noviembre y eso, cada dos años, en Estados Unidos,
significa jornada electoral. La que nos toca hoy no es la de elección del
presidente, que tendrá lugar en 2016, sino las llamadas “mid term” elecciones a
mitad de mandato, en la que se renueva por completo la cámara de representantes
(casi 500 escaños, proporcionales a la población) y un tercio del senado,
compuesto en su totalidad por 100 escaños, dos para cada estado. Además estas
elecciones sirven para renovar gobernadores estatales, otros puestos públicos y
decenas de referéndums locales de todo tipo.
Normalmente estas elecciones
suelen usarse para castigar o, como mínimo, dar un toque de atención al
presidente. Se plantean de distinta manera si se trata de las que tienen lugar
en el primer mandato o en el segundo. Las que suceden en el primer gobierno son
vistas por el presidente como un ensayo general de las futuras presidenciales,
le sirven para probar estrategias de campaña y sondear muy bien el terreno de
cara a la futura renovación. Las del segundo mandato, como las de hoy, suelen
tener una lectura más de castigo (o refrendo) a la labor presidencial en su
conjunto, y sirven también como escaparate inicial para aquellos que se sienten
tentados a probar suerte en las futuras presidenciales, dado que el inquilino
de la Casa Blanca ya no puede presentarse. Tras ellas empieza el periodo
llamado de “el pato cojo2 en el que el presidente pierde poder a chorros a
medida que se acerca el día de su renuncia y la batalla entre los llamados a
sucederle se recrudece. De
cara a las presentes elecciones, la situación de Obama y, en general, el
Partido Demócrata, es mala, y con elevada probabilidad, empeorará tras el
recuento. La cámara de representantes, que se elige entera nueva, ya estaba
en poder de los republicanos, y todas las encuestas indican que así seguirá
tras el escrutinio. El senado, ahora en manos demócrata, tiene mucha papeletas
de caer también del lado republicano, por lo que con unas cámaras completamente
enfrentadas a Obama no le quedaría más remedio que tirar de decretos
presidenciales para sacar adelante sus iniciativas, y siempre que éstas no sean
demasiado ambiciosas, no vaya a superar el ámbito de sus poderes y
competencias. Con una popularidad a la baja y frustración creciente por parte
de los que le votaron en su momento, la imagen de Obama empieza a ser la de un
espectro de sí mismo, arrinconado en su despacho, con numerosas promesas
incumplidas (sobre todo dentro de su país, que son las que a ellos les
importan, obviamente) y se ha convertido en una especie de apestado en esta
campaña política (¿les suena?) en la que los candidatos demócratas suspiraban
porque el avión presidencial no hiciera parada en la localidad en la que ellos
celebraban su mitin o, por causas de fuerza mayor, se retrasase lo suficiente
como para que fuera imposible su asistencia al acto. El voto de castigo a Obama
va a ser la principal excusa que va a mover a un votante republicano
parcialmente movilizado y que dejará en casa a un votante demócrata cansado y,
en todo caso, decepcionado. Así, es de esperar un mal resultado para el equipo
presidencial, que probablemente se traduzca en cambios en el gabinete de cara
al último tramo de la presidencia que, por lo que he comentado, puede ser
bastante amargo para su actual titular.
Y todo esto se produce en un contexto interno en
EEUU extraño, por así decirlo. Con una economía recuperada de la crisis, que
crece a más del 3% y crea empleos, con el precio de la gasolina en mínimos tras
convertirse en el primer productor mundial de crudo, pero con la sensación de
la población de que la riqueza del pasado ya no volverá, con unas clases medias
que se ven agotadas, una imagen del país debilitada frente al ascenso chino, y
una sensación de hartazgo frente a los políticos y Washington, vistos como la
esencia de todos los males y el lugar desde el que todo se corrompe (también
les suena, ¿verdad?). Muchas nubes y claros en el sueño americano que hoy, otra
vez, vota y escoge su futuro.
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