Qué fina es la frontera entre la
tragedia y el esperpento, cuánto se rozan ambos sentimientos y qué hábil debe
ser el narrador de una escena de corte trágico para evitar caer en ese vicio
que provoca, a veces, la risotada de los espectadores cuando menos es
demandada. La situación que vive ahora mismo el PSOE bordea ese estrecho y
resbaladizo filo, y es complicado saber hacia qué lado se decantará la historia
que se vive en Ferraz y aledaños, en medio de una crisis de proporciones
inmensas para una formación centenaria, que ha vivido años muchos más oscuros
que los actuales, pero que no resta gravedad al dilema al que se enfrenta.
Tras la dimisión de los críticos
de la ejecutiva federal, consumada ayer por la tarde, el enroque de Sánchez al
frente de la secretaría general del partido es absoluto, numantino y,
probablemente, condenado a acabar como las ruinas romanas de esa ciudad. La
batalla que se vivió ayer sobre la interpretación de los reglamentos internos
del partido refleja una división total, sin cuartel y, probablemente, sin
solución hasta que una de las dos partes ceda. Y muestra también la total
pérdida de legitimidad del liderazgo de Sánchez, que no ha sabido conducir esta
crisis ni afrontar la situación, terriblemente complicada, en la que se
encuentra el PSOE desde hace algunos años, indefinido en lo ideológico, sin discurso
económico, desmembrado territorialmente y asediado por otra formación, que se
dice de izquierdas, y que ayer debió pegarse un banquete de palomitas y champán
viendo por la tele la retransmisión, en directo, del hara kiri socialista. No se
si Sánchez se merece la editorial que hoy le dedica El País, fiera como pocas
veces se ha visto, pero es cierto que es el gran culpable de la situación
que vive ahora mismo su partido. Pero no es menos cierto que un fracaso de
estas dimensiones, y que ha llegado a generar escenas como las vividas ayer, es
también un fracaso colectivo, de todos los que conforman ese partido y, desde
luego, de sus dirigentes, barones y demás cargos orgánicos. Las derrotas se han
sucedido en el PSOE a nivel nacional y regional, los amagos de golpe y rebelión
de los críticos han sido muchos pero ninguno claro, y siempre amagados cuando
tenían que salir a la luz en los órganos de dirección. Sánchez ha fracasado
como líder y el PSOE lo ha hecho como colectivo político. Cierto es que estas
crisis en los partidos son frecuentes y, casi siempre, se producen en ausencia
de poder, ese gran aglutinante que lo cohesiona todo. Pónganse a pensar en la
situación en la que estaría un PP en la oposición y seguro que empiezan a
imaginarse batallas y enfrentamientos de órdago. El PSOE es un partido de
gobierno, de poder, y la ausencia del mismo mina su organización. La apelación
a la militancia por parte del secretario general atrincherado frente a la
presunta deslegitimación de los órganos federales de gobierno es una forma de
atrincherarse en el populismo casi tan intensa como la de aquellos que,
habiendo ganado elecciones en algunas regiones, pretenden erigirse en voz única
en el partido, exhibiendo unos galones que son mucho más grandes de lo que sus
escasas pecheras les permiten llevar. Entre unos y otros tienen al partido
sumido en una gresca cruel y sucia, que destroza por completo sus expectativas
electorales a cortísimo plazo y lo sume en el desconcierto y parálisis. Y España
es un país que necesita a un PSOE fuerte y, sobre todo, con ideas sobre qué hacer.
Durante estos cuarenta años de democracia suyos han sido la mayoría de los
gobernados, y para bien y para mal, sus políticas definen nuestro país. Su
recuperación es necesaria para todos.
¿Qué es lo que va a pasar ahora? Imposible
saberlo, sobre todo si Sánchez, como alumno aventajado de Rajoy, opta por no
moverse y seguir manteniendo la ficción de que lidera un partido. Me da la
sensación de que las terceras elecciones, las de diciembre, se alejan, porque
en esta coyuntura los 85 escaños del PSOE en el Congreso son para ellos un
cielo más que un suelo, pero es muy arriesgado predecir algo en medio de una
situación tan convulsa y, hasta cierto punto, absurda. Confío en que, en pocos
días, el panorama se aclare y las aguas se tranquilicen, pero es esta otra
crisis, local, que añadir a la crisis, global, en la que se encuentra la política
española. Y ese es, a mi entender, el aspecto más grave de todo este asunto.
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