jueves, septiembre 15, 2016

La nada ejemplar Rita Barberá

Día nefasto ayer para PP y PSOE, en el que se evidenciaron claramente sus fracturas internas, sus luchas y problemas de fondo. Por méritos propios es el PP el que se llevó la mayor parte de los titulares, encarnado en una lideresa que hasta hace poco era exhibida como estandarte de todas las virtudes habidas en el mundo entero, y cuyo nombre ya no es pronunciado por el líder del partido, que usa esa táctica de escapismo, tan infantil, para hacer saber a los suyos y demás que la caída en desgracia del personaje ya es efectiva. A la cada vez más larga lista de palabras tabú de Mariano Rajoy se han añadido dos nuevas: Rita Barberá.

Políticamente destruida desde que los tribunales encausaron a todo su equipo por las prácticas corruptas en las que ha estado sumido el PP valenciano desde tiempos inmemoriales, Barberá se parapetó tras las murallas de un Senado vacío de significado, y que para muchos ciudadanos quizás ya sólo sea un lugar desde el que los políticos buscan defenderse de la justicia. Otra institución rota por el mal uso que de ella se ha hecho. La posición de Barberá se hizo completamente indefendible el martes, tras la admisión a trámite por parte del Supremo de la investigación de esa trama corrupta, y el clamor de voces dentro del PP para que la antigua jefa se largase del todo crecía con fuerza, sobre todo desde las agrupaciones de País Vasco y Galicia, que ven con horror cómo el principal oponente a sus campañas es su propio partido. Rajoy, como quien oye llover desde la ventana, miraba y nada hacía, muy en su tónica, y sin mover un dedo esperaba que la acusada diera el paso para no ejercer el liderazgo por el que cobra, pero para el que no es válido ni resolutivo. Ayer por la tarde Rita emitió un esperado comunicado, en el que cedía un brazo, pero mantenía una posición de peineta ante todo el mundo desde el otro que bien que conservaba. Dejaba de ser militante del PP, pero no renunciaba a su escaño en el Senado, por el mero hecho de ser su último parapeto para que no sea encausada por el tribunal ordinario que juzga a todos los que antaño fueran los suyos. Como orgullosa pasajera de primera clase, el Senado es su bote particular en el que trata de huir del hundimiento del Titanic valenciano, mientras que los que algún día estuvieron bajo su cargo se ahogan, en medio de la indiferencia absoluta de su jefa. En ese escrito Barberá usa excusas baratas, lanza amenazas insidiosas a sus compañeros, a los que acusa de ser responsables únicos de los malos resultados electorales que puedan obtener, y demuestra un egoísmo que raya con los psicótico, haciendo propio, como si del anillo de poder se tratase, un escaño, “su tesoro” que no obtuvo por voto popular, sino por designación autonómica. Bien sabe que no se presentó a elecciones para conseguirlo y que, por tanto, se repitan una o más veces, no se lo quitará el sufragio electoral. Rita se ha hecho fuerte en su silla, la base de su privilegio, y le da igual que su posición suponga la deshonra de la institución y el desprecio a la ley y los tribunales, no le preocupa en lo más mínimo. Quizás porque es lo que lleva haciendo desde hace muchísimos años, con la connivencia y aplauso de tantos, empezando por sus propios jefes, y se cree investida de un derecho natural, de una atribución especial que recae sobre sus hombros y bolso. Como otros tantos en el pasado, llámense Pujol, Matas, Rato, Chaves, Maleni y un rosario de nombres que pueden poner ustedes de aquí hasta la Luna, Barberá actúa como si estuviera más allá, en otra sociedad, en otro mundo, en el que la norma, la ley, la ética y la responsabilidad fueran ajenas. Porque de hecho, hasta hace nada, lo han sido.

De cara a ese concepto tan bonito que es la ejemplaridad pública, puesto de moda por el filósofo Javier Gomá, Barbera es el contraejemplo perfecto y, por tanto, una fuente de la que aprender mucho. Como se decía de Fernando VII, el peor Rey de la historia de España, basta con saber lo que hizo y hacer justo lo contrario para ser un buen gobernante. Con Barberá pasa lo mismo. Estudien sus gesto, sus actitudes, acciones y declaraciones, y hagan exactamente lo contrario, y ahí tienen la receta para el político honesto, modesto, preocupado por su sociedad, responsable de sus actos y ejemplar en sus actitudes. Barberá, con sus formas, y en el fondo, desnuda a muchos que como ella son, en su partido y en otros. Y los vuelve a todos insoportables.

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