Día nefasto ayer para PP y PSOE,
en el que se evidenciaron claramente sus fracturas internas, sus luchas y
problemas de fondo. Por méritos propios es el PP el que se llevó la mayor parte
de los titulares, encarnado en una lideresa que hasta hace poco era exhibida
como estandarte de todas las virtudes habidas en el mundo entero, y cuyo nombre
ya no es pronunciado por el líder del partido, que usa esa táctica de
escapismo, tan infantil, para hacer saber a los suyos y demás que la caída en
desgracia del personaje ya es efectiva. A la cada vez más larga lista de
palabras tabú de Mariano Rajoy se han añadido dos nuevas: Rita Barberá.
Políticamente destruida desde que
los tribunales encausaron a todo su equipo por las prácticas corruptas en las
que ha estado sumido el PP valenciano desde tiempos inmemoriales, Barberá se
parapetó tras las murallas de un Senado vacío de significado, y que para muchos
ciudadanos quizás ya sólo sea un lugar desde el que los políticos buscan
defenderse de la justicia. Otra institución rota por el mal uso que de ella se
ha hecho. La posición de Barberá se hizo completamente indefendible el martes,
tras la admisión a trámite por parte del Supremo de la investigación de esa
trama corrupta, y el clamor de voces dentro del PP para que la antigua jefa se
largase del todo crecía con fuerza, sobre todo desde las agrupaciones de País
Vasco y Galicia, que ven con horror cómo el principal oponente a sus campañas
es su propio partido. Rajoy, como quien oye llover desde la ventana, miraba y
nada hacía, muy en su tónica, y sin mover un dedo esperaba que la acusada diera
el paso para no ejercer el liderazgo por el que cobra, pero para el que no es
válido ni resolutivo. Ayer
por la tarde Rita emitió un esperado comunicado, en el que cedía un brazo, pero
mantenía una posición de peineta ante todo el mundo desde el otro que bien que
conservaba. Dejaba de ser militante del PP, pero no renunciaba a su escaño
en el Senado, por el mero hecho de ser su último parapeto para que no sea
encausada por el tribunal ordinario que juzga a todos los que antaño fueran los
suyos. Como orgullosa pasajera de primera clase, el Senado es su bote
particular en el que trata de huir del hundimiento del Titanic valenciano,
mientras que los que algún día estuvieron bajo su cargo se ahogan, en medio de
la indiferencia absoluta de su jefa. En ese escrito Barberá usa excusas
baratas, lanza amenazas insidiosas a sus compañeros, a los que acusa de ser
responsables únicos de los malos resultados electorales que puedan obtener, y
demuestra un egoísmo que raya con los psicótico, haciendo propio, como si del
anillo de poder se tratase, un escaño, “su tesoro” que no obtuvo por voto
popular, sino por designación autonómica. Bien sabe que no se presentó a
elecciones para conseguirlo y que, por tanto, se repitan una o más veces, no se
lo quitará el sufragio electoral. Rita se ha hecho fuerte en su silla, la base
de su privilegio, y le da igual que su posición suponga la deshonra de la
institución y el desprecio a la ley y los tribunales, no le preocupa en lo más
mínimo. Quizás porque es lo que lleva haciendo desde hace muchísimos años, con
la connivencia y aplauso de tantos, empezando por sus propios jefes, y se cree investida
de un derecho natural, de una atribución especial que recae sobre sus hombros y
bolso. Como otros tantos en el pasado, llámense Pujol, Matas, Rato, Chaves,
Maleni y un rosario de nombres que pueden poner ustedes de aquí hasta la Luna,
Barberá actúa como si estuviera más allá, en otra sociedad, en otro mundo, en
el que la norma, la ley, la ética y la responsabilidad fueran ajenas. Porque de
hecho, hasta hace nada, lo han sido.
De cara a ese concepto tan bonito que es la
ejemplaridad pública, puesto de moda por el filósofo Javier Gomá, Barbera es el
contraejemplo perfecto y, por tanto, una fuente de la que aprender mucho. Como
se decía de Fernando VII, el peor Rey de la historia de España, basta con saber
lo que hizo y hacer justo lo contrario para ser un buen gobernante. Con Barberá
pasa lo mismo. Estudien sus gesto, sus actitudes, acciones y declaraciones, y
hagan exactamente lo contrario, y ahí tienen la receta para el político
honesto, modesto, preocupado por su sociedad, responsable de sus actos y
ejemplar en sus actitudes. Barberá, con sus formas, y en el fondo, desnuda a
muchos que como ella son, en su partido y en otros. Y los vuelve a todos
insoportables.
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