La imagen es muy reveladora y
supone un duro golpe para su campaña electoral a la presidencia de EEUU.
Hillary se acerca a su coche de campaña, uno de esos enormes monovolúmenes
negros tintados que parecen tanques que tanto abundan en EEUU, tras abandonar
el homenaje a las víctimas del 11S tras un oficial “golpe de calor”. Rodeada de
guardaespaldas y fieles, la vemos de lejos, de espaldas, titubeante, y a menos
de un metro del citado vehículo, se desploma, mareada, y es sujetada entre los,
supongo, atribulados que la rodean, impidiendo que caiga al suelo. El círculo
de personas se cierra en torno a ella y no vemos más.
¿Cuántos
votos le puede costar esta escena a Hillary? Porque esa, y no otra, es la
pregunta de fondo que atraviesa todos los actos, gestos y actitudes de los
candidatos a las presidenciales. Desde el entorno de Trump se lleva meses
criticando a Clinton por todo, y también porque oculta su verdadero estado de
salud. Se dice que está mucho peor de lo que ella afirma y que elegirla como
presidenta es poner a un enfermo al cargo del país y debilitar la institución,
lo cual tiene mérito dicho desde el entorno de alguien mentalmente tan sano
como Trump. Lo cierto es que esta escena del 11S ha sido un duro golpe para la
campaña demócrata, tanto por la imagen de debilidad transmitida como por la
razón parcial que otorga a los argumentos republicanos como, sobre todo, por la
sensación de que algo trascendente relacionado con la salud de la candidata se
ha ocultado a los votantes. En un par de días Hillary reconocía que le estaban
tratando de una neumonía mal curada, y que las pastillas que toma por ello
junto al calor habían sido los desencadenantes del mareo y posterior
desvanecimiento. Rápida de reflejos, ha admitido que cometió un error al
ocultar este asunto, creyendo que no le iba a pasar factura, y se ha
comprometido a hacer púbico su historial médico de manera detallada. Esta
rectificación de una política anterior basada en el ocultismo es una buena
táctica para salvar el problema, aunque deja la duda en el electorado de qué
otras cosas se habrán ocultado y que, como el desmayo del 11S, pueden acabar
surgiendo en algún momento. La salud de los candidatos presidenciales en EEUU
y, en general, en todos los países, es un tema de estado, más cuanto más
relevante es la figura que encarna el cargo y mayor son sus atribuciones. Los
reyes de sus naciones, tengan poder o sean sólo representativos, generan
noticas médicas que son relevantes, y sólo tenemos que acordarnos de los partes
que, referidos a la rodilla y a otro tipo de males, eran cada vez más
habituales al final del mandato de Juan Carlos I. Este problema de la salud
puede ser muy relevante en naciones en las que la presidencia encarna el Poder,
con mayúsculas, y los casos más obvios y cercanos son Francia y EEUU, y ambas
naciones tienen anécdotas de todo tipo sobre presidentes que, en el ejercicio
del cargo, han ocultado su situación médica para que no afectase a su
credibilidad. Pudiera parecer algo menor que la salud de un dirigente afectase
a sus expectativas de voto y capacidad de ejercer el cargo, pero una enfermedad
es vista como síntoma de debilidad en aquel que encarga las virtudes y
fortalezas de un país, del “comandante en jefe” como a veces es presentado el
Presidente de EEUU. Por ello, sea cierto o no, siempre ofrece una imagen de
salud, vitalidad y vigor a prueba de bombas, y una vez dejado el cargo se
comprueba si eso es realmente así o no. Pero es condición necesaria para que te
voten los electores el que seas tan fuerte y vigoroso como aparentas ser.
Quizás la mejor opción de Hillary para superar
este bache es que se ría de su traspiés y que, en algunos de esos shows
televisivos que abundan en las noches televisivas, aparezca como una desahuciada
en un hospital, a punto de la nada, y que haga muchos chistes sobre ello. El
humor, bien utilizado, puede ser un arma muy poderosa para responder. Sobre
este tema la serie “El Ala Oeste de la Casa Blanca” en la que aparece todo,
también posee una subtrama, que dura varias temporadas, sobre la enfermedad que
sufre el ya (ficticio) presidente Bartlett y cómo se afronta el hecho de
comunicarla o no, los riesgos que supone para el ejercicio de sus funciones y
su posterior campaña para la reelección. Se exponen allí argumentos de todo
tipo y que son muy convincentes. No lo duden, dejen de leerme y véanla.
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