El único consuelo que le puedo
encontrar a la patética situación política española es la deriva a la que se
enfrenta una Europa asaltada por los populismos. Hasta final de año tenemos dos
citas muy importantes, una cumbre en Bratislava este septiembre, sobre el
futuro de la UE tras el Brexit, en la que pintaremos aún menos de lo habitual,
y el referéndum constitucional italiano de noviembre, que si fracasa puede
hacer caer al gobierno de Renzi. Pero visto el panorama, cada elección que se
va a dar en el continente va a ser una lucha sin cuartel contra el populismo,
que avanza por todas partes.
El
último caso ha sido el de las elecciones regionales en el estado alemán de Mecklemburgo-Pomerania
Occidental (nombre sencillo, sí) uno de los más pequeños en tamaño y
población del país, sito al norte, encima de Berlín, antiguo territorio del
este, que pesa poco a la hora de las elecciones federales, pero que es el lugar
de nacimiento de Ángela Merkel, es su terruño, por así decirlo. Allí la CDU de
Merkel lleva ganando desde la reunificación, pero el resultado de este domingo
no supuso sólo la derrota de esa CDU a manos de los socialdemócratas del SPD,
sino su relevo al tercer puesto, dado que también fue superada por Alternativa
por Alemania, AfD, el partido de extrema derecha xenófoba, valga la
redundancia, que por primera vez logra convertirse en uno de los dos más
votados en un territorio. Su discurso, extremista, falaz, populista y vociferante,
que tiene a los refugiados en todo momento como objeto de ataque, ha calado en
la población del estado que, quizás, haya visto menos refugiados de toda
Alemania. Ese discurso del miedo ha calado en una población que vive bien, que
no es la que posee más renta de todo el país, pero que tampoco ve “amenazada”
su posición por la llegada de inmigrantes al territorio. Simplemente AfD ha
sembrado el miedo en unas gentes que siempre están, estamos, dispuestas a temer
a lo desconocido, y su táctica ha sido muy exitosa. Frente al 30% de los votos
cosechados por el SPD y el 20% de la CDU, AfD logra un excelente y muy
preocupante 21%, y se convierte en una alternativa de poder real para el
conjunto del país. Desde el recuento de la tarde del domingo son tres, no dos,
los partidos que cuentan con opciones de ganar en las elecciones federales
alemanas, que son el año que viene, y uno de ellos tiene un programa repleto de
basura, demagogia, populismo y ruido. Como se podrán imaginar, la noticia, que
era esperada por muchos y temida por casi todos, ha sentado como un jarro de
agua congelada en la política alemana y, no es para menos, en la europea. En un
momento de dificultades serias para el proyecto de la Unión, de falta de rumbo
y alternativas, de presión para que en la referida cumbre de Bratislava surja
un impulso político y moral que encarrile una desnortada UE, el creciente peso
de los populismos en Alemania y Francia (elecciones presidenciales el año que
viene) suponen una amenaza de primer orden, no ya sólo contra el sueño de una
Europa Unida, sino simplemente contra la convivencia, la democracia y el estado
de derecho en nuestras naciones. Formaciones de este tipo, que crecen en todos
los países al calor de los efectos sociales de la crisis (aquí nos ha tocado
Podemos) son una fuente de inestabilidad social que aún no alcanzamos a
comprender en toda su dimensión. Urge una respuesta unificada, creíble, seria y
sólida por parte de la política de verdad, frente a estos movimientos. Si no
existe el serio riesgo de que alguno de ellos se haga con poder efectivo en uno
de los grandes países, y el panorama entonces será demencial.
Lo repito una y mil veces. Tenemos en frente a
unos señores equivocados, creyentes en una fe de odio, miedo y exclusión, con
el nacionalismo, el radicalismo, la xenofobia y el intervencionismo por
bandera. Equivocados, sí, pero creyentes y combativos. Luchan sin descanso por
lograr sus objetivos, y poco a poco avanzan. Y en el bando de los demócratas,
mucho ruido, indefinición, discusiones, posturas enfrentadas y ninguna
coordinación para salvaguardar las esencias e ideas que hacen de Europa el
espacio de libertas y seguridad más grande y complejo del mundo. Si nosotros no
luchamos por defender ese ideal, por mal que funcione en la práctica, no
esperemos que nuestros enemigos nos ayuden. Hay que responder.
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