Pocas sorpresas, realmente
ninguna, tuvieron lugar el viernes en el hemiciclo del Congreso, donde en
segunda vuelta Rajoy salió rechazado por los repetidos 180 votos registrados
dos días antes. El ambiente, si quieren ustedes, era más tenso, y las
despectivas alusiones del portavoz del PP Rafael Hernando a Ciudadanos y la
velada intención que dejó el incauto Pedro Sánchez de volver a hablar con
quienes ya le traicionaron hace unos meses fueron las únicas notas de interés
en una sesión deprimente, fracasada y abocada a la nada, como todas las habidas
desde las elecciones del pasado diciembre. Ya llevamos un embarazo de fracaso.
Dos minutos después de esta
votación, se hacía pública la noticia del
nombramiento del exministro de Industria, Jose Manuel Soria, como representante
español en el Banco Mundial, ocupando un puesto de director ejecutivo.
Soria es funcionario de carrera, pertenece al cuerpo de Técnicos Comerciales y
Economistas del Estado, uno de los más prestigiosos y de acceso más difícil de
los que existen en la administración (conozco a unos cuantos, varios han sido
jefes) y está dentro de las prerrogativas de ese cuerpo el acceder a los
puestos que ocupa España en los organismos económicos internacionales. Visto
desde la asepsia exterior, el nombramiento de Soria para el cargo es coherente.
Pero estaremos todos de acuerdo en que eso no basta. Soria dejó el Ministerio
hace pocos meses a cuenta de los Papeles de Panamá, en los que figuraba él y su
familia, y tras un proceso de explicaciones en las que, día a día, se iba
hundiendo en la confusión, tuvo que cesar de su cargo en medio del abandono de
todos, también los suyos. Soria, sí, se fue del Ministerio por la puerta de
atrás, dejando un balance de luces y sombras que, sobre todo en lo referente al
déficit de tarifa eléctrico, es positivo. Pero esa forma de irse, esa causa, lo
empañó todo. Otorgar ese puesto, puestazo, a Soria, es una manera de
recompensarle por la baja en el gobierno, y sobre todo, vuelve a ser un mensaje
de cara a la sociedad, diciendo alto y claro que no importa si alguien ha
cometido delitos o no, o ha usado el presupuesto público para su beneficio, o
ha eludido sus obligaciones. Si ese alguien es de los míos, sus malas artes
serán recompensadas. Y si usted ha cumplido fielmente con las obligaciones
tributarias, fiscales y de cualquier otro tipo, “pringao” que ha sido. Este es
el mensaje que lanza el nombramiento de Soria. Nuevamente el PP, con Rajoy a la
cabeza, organiza una operación absurda en la que el propio partido es el
perjudicado gracias al afán de ayudar a un “amigo” que se ha sacrificado por
nosotros, dejando nuevamente ver ante la sociedad el concepto patrimonialista,
usurpador, privativo que de la política y de los cargos públicos posee gran
parte de nuestra dirigencia. Ocurrió en el pasado con el PSOE, ahora es el PP
el que aprovecha todo lo que puede, y entre ambos, con gestos absurdos e
inmorales de este tipo, alientan el populismo barato de Podemos, que se
encuentra con una ventana abierta en el cielo en forma de nombramiento
innombrable.
Muchas veces aquí les he hecho
referencia al concepto de la ejemplaridad que desarrolla el filósofo Javier
Gomá a lo largo de su obra. El fondo de la idea es que en una sociedad abierta
no basta con cumplir la ley, siendo ese un prerrequisito, sino que de nuestra conducta
y comportamiento públicos se deducirá si somos dignos de admiración o no, si
con nuestro ejemplo nos ganamos el respeto. El nombramiento de Soria, que
debiera ser rectificado de manera inmediata, es un magnífico ejemplo de lo que
no es ejemplaridad, una prueba de que el propósito de la enmienda está muy
lejos de entrar en la mollera de los dirigentes públicos y, en este caso en
particular, en un Rajoy que sigue ajeno a la realidad.
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