viernes, septiembre 02, 2016

Los testigos no son siempre fiables

Los testigos juegan un papel primordial a la hora de fijar en la memoria colectiva detalles de los sucesos, presentes y pasados. Sus relatos son una fuente imprescindible para saber qué pasó en un momento dado, los detalles del acontecimiento y cómo transcurrió todo. En los juicios poseen un papel determinante, y en muchas ocasiones su testimonio dirime a un condenado entre la libertad y la cárcel (o la muerte). Sin embargo, los profesionales y entendidos en el tema saben que el testimonio de un testigo es, en muchas ocasiones, una visión distorsionada de la realidad, y que a veces es muy difícil saber qué es cierto y qué sugestión.

Ayer se dio un caso de estos en Madrid. En medio de la psicosis colectiva de atentado que vivimos en occidente gracias al mal hacer de los fanáticos islamistas, una avería en el metro de Madrid se convirtió en un episodio de histeria terrorista. Algunas explosiones o reventones en un convoy que se averió, parece ser que en el contacto del tren con la catenaria (pantógrafo es el nombre de ese dispositivo que la toca) hicieron creer a muchos pasajeros que lo que oían no eran estallidos mecánicos, sino disparos, o explosiones de otro tipo, y el pánico empezó a correr, libre como es él. Gritos, carreras, confusión, nervios, escenas aceleradas en las que lo importante era escapar de un peligro que muchos, sin duda, no habían presenciado, pero que podían percibir en los rostros de los que les rodeaban. Con el tiempo y la intervención de la seguridad del metro el incidente se aclaró, y todo quedó convertido en un susto sin consecuencias, pero a la hora de relatar su experiencia no eran pocos los testigos que afirmaban que sí habían escuchado algo que era parecido a disparos, tanto que a buen seguro tenía que serlo. Una pasajera afirmaba incluso haber visto a una persona con una pistola en la mano disparando. Relatos cruzados que, en todo momento, describían la escena de un tiroteo real, de un atentado terrorista. Dado que ahora sabemos que nada de eso se produjo, ¿cómo interpretar estos testimonios? Es difícil asumir que no son ciertos, y sobre todo será muy difícil hacerlo para aquellas personas que tuvieron la certeza de sentirse protagonistas, rehenes, víctimas de un atentado que finalmente no ha existido. Su cabeza les decía que había disparos, pero eso no era cierto. Esa señora que vio a un hombre con el arma en la mano, no tengo duda alguna, lo vio, pero sólo ella, en su interior. Su mente le hizo ver esa escena para que cuadrara con la sensación y las percepciones que le llegaban. Su estrés, sus nervios, le fabricaron una imagen que concordaba con la realidad que creía percibir. Ante cualquier tribunal, polígrafo o corte que podamos imaginar, esa mujer relataría, serena, que vio al atacante, porque ella realmente lo vio, pese a que no existiera. ¿Cómo se sentirá hoy esa mujer? Seguramente muy mal, y sin motivo alguno para ello, porque nada malo ha hecho, pero la certeza de haber vivido una escena que no era cierta no deja de ser una experiencia perturbadora. Pónganse ustedes en su pellejo, en el de la creencia absoluta en algo real, palpable, físico, no un ente paranormal o religioso, que es tan falso como el objetivo de déficit público. Seguro que no les haría ninguna gracia, y que la reacción de muchos de sus conocidos al esterarse de este episodio les iba a resultar desagradable, ya que no serían pocos los que, disimuladamente o no, se reirían de usted. Pero es probable que, ante un hecho similar, en las mismas condiciones, muchos de ellos también hubieran “visto” ese atacante y pistola.

La escena de ayer en el metro nos pone, nuevamente, ante el dilema de hasta dónde podemos creer los testimonios de testigos que asegura, “sin duda alguna” que “eso fue así”. Hay una escena en una película de los Hermanos Marx en la que Groucho, engañando como siempre a la ricachona de turno, y ante las dudas de ella por sus comentarios, le suelta “pero señora, ¿a quién va a creer más, a lo que ven sus ojos o a mi?”. En el contexto de la trampa la frase es un chiste muy bueno, pero fuera de ese citado contexto, se convierte en una cruda reflexión sobre lo que es la realidad, lo que percibimos de ella y lo que recordamos. Y normalmente esas tres cosas son distintas, en ocasiones ligeramente. A veces, radicalmente. Un libro recomendable al respecto, y excelentemente escrito, es “El sentido de un final” de Julian Barnes.

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