martes, julio 18, 2006

Lo que el viento se llevó

Ayer estuve de visita en casa de un conocido con motivo de llevarle una serie de regalos varios. Fuimos a la típica urbanización del extrarradio, de grandes bloques en manzana amplia, con piscina y demás equipamientos en una plaza interior gigantesca, y todo ello rodeado de un inmenso erial, descampado y vacío. Es una imagen muy típica en las ciudades de hoy, y dificulta mucho saber realmente donde esta uno. ¿estuve ayer en las afueras de Madrid, de Bilbao, de Washington? Quizás lo único distintivo era el secaral producto de la sequía, que denotaba su ubicación lejos del norte, pero por lo demás, era todo muy clónico. Un asunto interesante para pensar, pero no es ese el tema, no.

En eso que estábamos en la terraza de la casa tomando algo (quién tuviera una terraza, que lujo...) cuando empezó a levantarse un viento fuerte y algo molesto. La previsión para la tarde anunciaba tormenta, y desde luego nubes oscuras había en el horizonte. Sumado el viento al inevitable y siempre presente polvo de una zona en construcción, en breves minutos se levantaron unas nubes de polvo y restos dignas de la mejor película del oeste. Sólo faltaban los pistoleros en la calle, porque las balas de paja rodaban sin parar. De repente, pude ver que en el séptimo piso del bloque de enfrente, en su extremo, dos hamacas colgaban de la barandilla de uno de los balcones. No era nada divertido, porque con el vendaval y la altura que había la caída de una de ellas sobre la cabeza de alguien podría tener efectos graves. De repente, una se soltó de su apoyo y empezó a caer bamboleada por el viento. Quiso la casualidad que acabase su vuelo sobre la terraza del primer piso del bloque, sin llegar a tocar la acera, mientras nosotros veíamos la escena en medio de la sorpresa y el temor. La segunda silla se quedó enganchada en la baranda y no cayó, pero de vez en cuanto vecinos del bloque se asomaban a las ventanas para ver que pasaba, aunque quién no dio señales de vida fu el propietario del piso y las sillas.

Intuyo que, si estaba fuera de casa, al llegar se sorprendería al ver una de sus tumbonas en una posición acrobática en el balcón, mientras que le faltaba la otra. ¿Dónde estará? ¿la habrán robado?. Aunque para cara de sorpresa, la del dueño de la terraza del primero, que al abrir la puerta de la misma descubriría, asombrado, una tumbona hecha trizas recostada sobre su terrazo. ¿Cómo ha legado esto aquí? ¿y sí estuviese asomado y me cae en la cabeza? En fin, que frágil es el mobiliario de ocio, y que poco seguras son nuestras vidas cuando los elementos se desmadran, cosa que sucede incluso en una de esas clónicas urbanizaciones de diseño.

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