lunes, julio 17, 2006

¡¡¡Taxi!!!, ¡¡¡Taxi!!!

¿Alguno ha visto la película “Jo, qué noche”? Trata de las desventuras y desgracias que les suceden a unos infortunados en una noche en Nueva Cork. Su intención es divertirse un rato y volver a casa, pero se ven envueltos en medio de situaciones de delincuencia, violencia, riesgo y desenfreno no previsto. Aunque sin llegar a esos extremos, el final de la noche del pasado sábado tuvo su toque surrealista no programado, lo cual no deja de ser curioso, y nos demuestra lo cerca que está el caos y desorden de nuestra (aparentemente) planificada vida

Para volver de cierto evento a Madrid había que coger unos autobuses contratados al efecto. Llegó la hora de irse pero, al haber menos bajas de las previstas en al hora anterior, no todos entramos en el último autobús, por lo que siete personas nos quedamos en tierra, y llamamos a dos taxis. Cuatro querían seguir la fiesta y una pareja y yo nos íbamos para casa. Tras mucho esperar conseguí hablar con teletaxi y logré pedir dos vehículos. Pasó el rato y allí no aparecía nadie, y optamos por la táctica de buscar distintos números de teléfonos y pedir la mayor cantidad de taxis posibles, a ver si alguno nos hacía caso. Pero no. Pasaban los minutos y nada. Tras mucho hilo musical volví a contactar con la operadora anterior y me dijo que no le había dado la dirección correcta y que los taxis habían pasado por un lugar en el que no había nade. Volví a repetirlo todo, y al cabo de un cuarto de hora pasó un solitario taxi. El grupo de cuatro lo cogió y yo me quedé con la pareja, que estaba empezando a discutir, a cuenta de las copas que llevaba él y su empeño por buscar un autobús en medio de la nada. Tras unos gritos, el chico se fue, y la chica y fuimos en sentido contrario en busca de otro transporte. Un taxi apareció al cabo de otro cuarto de hora y, pese a intentar convencer al novio de que bajase de un bus que había tomado, él se mostró impasible, y se fue.

Y así es como acabé yo a eso de las 4:30 de la mañana en una escena digna del Paul Auster, en un coche llevado por un hombre de leve acento marroquí y una desconocida muy enfadada con su pareja, medio presa del llanto y de la ira el ver como su novio se iba en medio de la noche y su cogorza sólo en un bus. Como el paseo en coche fue largo pude hablar un poco con ella, pero no era ni el momento ni el lugar ni el estado de ánimo más indicado para conocerse, seguro. Ella se bajó primero y yo continué hasta casa, dudando si lo que había vivido y visto era cierto o no, y sintiendo que, aunque me dolía bastante todo el cuerpo, a mi azarosa compañera de viaje ahora le estaba doliendo el alma.

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