De un día como el de ayer, tan cargado de noticias y de imágenes de solitario coraje de madre en medio de vergonzantes cobardías de hijos, me quedo con la historia de ese concejal del Ayuntamiento de Pamplona que se negó a gritar eso de ¡Viva San Fermín! a la hora de lanzar el chupinazo con el que se abren una de las fiestas más planetarias que existen. El individuo, llamado Javier Ezkubi (es fácil, pero mejor abstenerse de hacer el chiste de Scooby Do) se escudó en su condición de agnóstico para no festejar el patrón de la fiestas. Atenta al quite estuvo al alcaldesa, Yolanda Barcina, que cogió el micrófono y echó los gritos de rigor justo antes de disparar el cohete.
Polémica un poco tonta, no? Las fiestas de cada pueblo tienen un origen distinto. Muchas veces están dedicadas a la advocación de un Santo, como es esta de Pamplona, y otras no. Sin ir más lejos las de Elorrio tienen su origen en la feria agrícola y ganadera, y no se santifica a nadie (quizás a Baco, pero poco más) y hay casos extremos, como la Semana Grande de Bilbao, que no tiene ni origen ni tradición ni nada. Se busca una fecha adecuada, se organiza una juerga y se institucionaliza. Algunos incluso se han inventado un santo, como Celedón en Vitoria. S ele homenajea e, incluso, organiza su descenso de los cielos. Imagino al tal Ezkubi en la plaza de la Virgen Blanca, indignado, aterrorizado y lleno de enojo al ver como alguien baja de los cielos a al tierra trayendo la alegría y la fiesta. Qué vergüenza, qué ordinariez, dirá el concejal pamplonica, sin probar ni gota de champán ni nada por el estilo. De hecho es muy probable que ayer, después del cohete, abandonara la ciudad para huir de unas fiestas que homenajean a un Santo. No le veo yo disfrutando por la calle de la juerga, no...... En el fondo este hombre es el reflejo de esa casta de políticos (y no) que se están atribuyendo el derecho de modificar las cosas y hacer que todo el mundo cambie sus costumbres y tradiciones por sus meros antojos personales. Lo mismo pasa con los vegetarianos, ecologistas, amantes de la caza y pesca y colectividades varias y variadas. Todo el mundo interpreta su particularidad como algo obligatorio y general y eso no puede ser. Es muy poco democrático, si es que eso le importa a alguien.
Y lo que le espera a Ezkubi con la visita del Papa a Valencia. Despliegue de televisión, radio y prensa, homenaje a las víctimas del atentado, velas, misas y demás estética religiosa, y él inmerso en una bañera, con agua hasta el cuello esperando a que pasen esos días lo más deprisa posible. Quizas no debiera ser tan descreído, porque pruebas del más allá las hay. Ayer, sin ir más lejos, hubo una reunión del PSE con representantes de algo muy parecido al infierno, y a la salida estaba la imagen viva de la santidad, Pilar Ruiz, enjuta, fuerte y llorosa, como voz que clama en el desierto, abandonada a su suerte por los lobos que amenazan devorar no ya a su rebaño, al que ya cercenaron hace unos años, sino su memoria y libertad. Demasiado agnóstico de la decencia hay suelto por ahí.
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