Esto podría ser el título de una de esas horribles y ruidosas películas americanas de terror adolescente, si no fuera porque todo es real, demasiado real. Desde ayer se puede ver en Internet el rostro fino, serio y que no parece decir mucho de Cho Seung-Hui, autor de la matanza del campus de la Universidad Tecnológica de Virginia, que ha segado la vida de 32 personas, se dice rápido, pero son 32 cuerpos, y que acabó por suicidarse cuando veía que se le acababan las balas o cuando toda su ira y rabia acumulada se había convertido en horror, al ver lo que había hecho. Quién sabe.
Mucho se ah debatido desde el Lunes sobre el asunto de la venta de armas en los EE.UU. como causante de todos estos episodios de violencia sádica e irracional. Y algo de razón no les falta a quienes así opina, porque es cierto que poner armas a la venta sin límite facilita que sujetos como Cho puedan llevar a cabo este tipo de planes. Yo, en uno de mis viajes al imperio, entré en una armería, y la verdad es que es aterrador ver los mostradores y lo que allí se expone. Daba miedo sólo de pensar lo que se podía hacer con todo eso. De todas maneras creo que el problema es otro, dado que aquí en España el control de armas es mucho más férreo (aunque viendo el tráfico de explosivos del 11M quién lo diría) y aún así tenemos una ristra de asesinatos, por ejemplo de mujeres, cometidos con todo tipo de objetos, armamentísticos o no. Señalaré dos problemas que no son exclusivos de EE.UU., pero sí creo que allí se dan con mayor incidencia, especialmente el segundo. Uno de ellos es la propia banalización de la violencia, a la que contribuyen mucho los videojuegos, películas y series de televisión, muchas de factura americana. A través de ellas mucha gente, especialmente adolescente, o adultos no muy bien preparados mentalmente, pueden ver que al violencia es la salida natural a sus problemas, angustias o simplemente ansias de diversión. En España se han puesto últimamente de moda las grabaciones de móviles en las que grupos de jóvenes se pegan, o apalean a terceros, en medio de risas y alegría desatada, y eso no es más que una pequeña muestra, a escala, del uso y abuso de la violencia con fines lúdicos. De eso a lo que reflejaba Stanley Kubrick en “La Naranja Mecánica” a través de Malcon y su cuadrilla de asaltadores quizás no haya demasiada diferencia.
El otro problema, mas genuinamente americano, es el de lo que se puede llamar el efecto de la frontera. Los EE.UU. tienen una violenta historia de conquista de la frontera, tal como siempre hemos visto en las películas del Oeste. La inmensidad del territorio, difícilmente asumible para un europeo, y ese pasado de autodefensa han contribuido a que el cuerpo social americano acepte las armas, y su posesión, como un derecho propio, cosa que a los europeos no nos entra en al cabeza, quizás porque siempre hemos sido víctimas de nuestros estados y no tanto de nuestros semejantes. En fin, mucho para reflexionar, pero el dolor de Virginia ya no lo eliminará pensamiento alguno. Existirá, y se quedará allí, en medio de los que sobrevivieron al día de la absurda masacre.
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