Ya estoy de vuelta.... por motivos laborales, y esto sí que es raro, estas vacaciones han sido algo más largas de lo previsto, lo cual es muy de agradecer, y encima me lo he pasado muy bien, por lo que el negocio ha sido redondo. Estuve el Martes en una reunión de trabajo en Ermua, Vizcaya, con motivo de la clausura de un proyecto, a la que asistió gente conocida en el País Vasco e incluso un ministro, y después me fui para Elorrio, por lo que el día extra de descanso ha sido bien recibido.
Tampoco es que haya hecho nada extraordinario, no. En estos tiempos de competencia exacerbada, donde la vuelta de vacaciones suele convertirse en una disputa de a ver quién se ha ido más lejos, o al destino más exótico, y en todos los casos el más caro, suelo destacar por unas escapadas algo frugales y tranquilas. En este caso estuve un día de excursión con unos muy buenos amigos por La Rioja, visitando Logroño, ciudad en la que nunca había estado, y algunos pueblos como El Ciego y La Guardia, en una jornada soleada y radiante, en la que al parecer no dejo de llover y relampaguear allí donde no estábamos. Yo deseaba ver unos rayos en medio de la campiña, que lucía verde y fresca pero al final no pudo ser, lo que alegró mucho a mis acompañantes, claro. La visita fue bonita, e ideal para relajarse, porque estos pueblos del interior son sitios tranquilos a más no poder, aunque llenos de coches de turistas. Especialmente sangrante es el caso de El Ciego, pueblo pequeño, arracimado en una colina y dotado de casas solariegas de muy buena planta y de una iglesia con dos torres no muy gemelas que parecen mascarones de barco y arco de entrada de factura muy notable. Pues bien, allí se ha inaugurado recientemente el hotel de las bodegas de Marques de Riscal, diseñado por Frank Gehry, que ha logrado dotar al municipio de una versión ampliada y más chillona del museo Guggenheim de Bilbao. A mi estos edificios no me gustan demasiado, y creo que son más un atractivo turístico que una obra arquitectónica, pero la verdad es que cumple su papel de atraer turistas y curiosos, que se arraciman en su vallas, intentando meter la nariz y las cámaras de fotos en el reducto vallado, exclusivo para los ricos y privilegiados huéspedes del hotel.
El resto ha sido pasear, andar en bici y tomar cafés en buena compañía con alegre e interesantes conversaciones, viendo como las nubes crecen en el horizonte y a veces descargan en forma de bella tormenta. Ayer, volviendo al volver en avión, pude ver unas preciosas nubes en formación, y como crecían y se arremolinaban, subiendo hacia el cielo azul sin límite, como si fueran hongos de enormes bombas que explotasen sobre la tierra. Un bonito colofón para unos interesantes días, la verdad, y encima no he pasado ningún minuto atascado en la carretera. ¿Qué más se puede pedir?
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