Hacia tiempo que no veía un experimento tan curioso como el que ha organizado el Washington Post, y además con el difícil y confuso fin de adivinar como las personas, si lo hacemos, captamos la belleza. La idea consistía en poner a un famoso violinista de conciertos, Joshua Bell, a tocar en la estación de metro de L’enfant, en pleno centro del DC, y se suponía que la gente, al pasar, se daría cuenta de que está ante un virtuoso, cuyos conciertos son exclusivos y cuestan muchos euros de entrada. Además el repertorio se iniciaba con obras de Bach, de muy difícil interpretación pero de gran belleza. La pregunta sería, ¿hubo masas arrebatadas de fans ante el genio? ¿o no?
Pues más bien no. El resultado fue decepcionante si el objetivo era descubrir la aclamación del público. En tres cuartos de hora de actuación Bell sacó unos 30 dólares de recaudación y, en general, contó con una solemne indiferencia de la gente, que apresurada, pasa delante de él sin hacerle mucho caso, aunque si hubo algunos que reconocieron el talento y calidad del genio que allí estaba. Se puede objetar el diseño del experimento, diciendo que una estación de metro es un lugar ruidoso que no invita a escuchar nada bien, y que la gente a esas horas (y a cuales no?) va muy deprisa y no se para ante nada, ni ante accidentes o dolores ajenos. Y todo eso es cierto, pero no lo es menos que muy probablemente ninguno de ustedes, lectores, y desde luego yo no, hubiésemos sido capaces de distinguir a este genio junto a unas simples máquinas expendedoras de billetes de metro. Cuenta la noticia que días antes Bell había ofrecido un concierto con entradas a 100 dólares, incluso más, y que se llenó hasta la bandera. La verdad es que el asunto no deja de ser curioso, ya que una sensación similar tuve yo antes de Semana Santa en un concierto de música sacra de lso que pude disfrutar, y que relaté aquí. El grupo en cuestión Al Ayre Español, de Eduardo López Banzo, llenó apenas la pequeña iglesia de Atocha, cuando es un grupo célebre y vende muchos discos en su género. De hecho, quién me acompañó los había visto en el Teatro Real hace ya un año pagando sus muchos euros, y en medio de un lleno absoluto. Se ve que esto de aparecer en los carteles y en al publicidad hace mucho para que la gente se anime a gastar y agolparse ante las taquillas, y creo que el experimento de Washington reafirma eso de que al final la inversión en propaganda y publicidad es muy rentable.
En Madrid hay u grupo de música clásica callejera que toca habitualmente lso fines de semana en al calle Preciados o El Carmen, y lo hacen muy bien. Violín, viola, contrabajo y otros instrumentos que se conjunta a la perfección y que logran reunir a una colección de público que, variable pero fiel, se mantiene a su alrededor aplaudiendo a cada pieza, y dándoles algo de dinero en su bolsa. A uno de los que interpreta el violonchelo lo “descubrí” yo en la estación de metro de Canal, y me quedé un día unos veinte minutos oyéndole como tocaba a Bach, aunque aquella vez salí de mi anterior trabajo con unas ganas infinitas de oír algo que me pudiera relajar. No se si será un genio o no, pero me encantó, y con eso basta. Y eso, probablemente, sea la belleza.
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