martes, julio 10, 2007

Yo contra los elementos

Una de las cosas que tiene el verano es el cambio de ropa y telares varios derivados del calor, que llega para quedarse a vivir con nosotros una temporada. Lo de la ropa no tiene mucha mística, pero ayer aproveché para hacer la cama y dejarla sólo con sábanas, cosa que en Madrid puedo permitirme el lujo de disfrutar durante tres meses y en Elorrio durante tres días. Hasta aquí todo normal, mete uno las sábanas sucias en la lavadora y ya está, pero tenía una manta, solo una, pero gordita, y me dije que habría que lavarla. Al ser cama de matrimonio es lo suficientemente grande como para meterla en la lavadora. ¿Qué hacer entonces?

Pues nada, la sistema artesanal del pilón, y la metí en al bañera para darle un remojón en agua y jabón. Eché un montón de agua fría, el detergente, conseguí empapar la manta, que costó más de lo previsto, y allí me puse a darle vueltas con los brazos. Si ya seca pesaba un rato, mojada la condenada era un fardo firme, casi rocoso. Apoyando las rodillas en el canto de la bañera, y con los brazos a modo de palas, me limitaba a girarla poco a poco, como si fuera una enorme masa de harina para hacer bizcocho, y yo los brazos de la amasadora. Al poco estaba agotado, y aunque tenía las ventanas abiertas para hacer corriente, empezaba a sudar de lo lindo. Tras cinco minuetos más concluí que la manta ya estaba lo suficientemente agitada, así que quité el tapón de la bañera y, con el agua cayendo por el desagüe, me propuse escurrir el trasto ese y colgarlo, pero al primer intento de levantarla comprobé que aquello se había convertido en un fardo inabordable. La maldita manta había más que triplicado su peso, y era totalmente incapaz no ya de levantarla de la bañera, sino incluso de cogerla por completo. Es cierto que tener un baño tan pequeño como el mío dificulta estas cosas, pero aún en un palacio de Roca sería incapaz de atacar a aquel engendro. Empecé a escurrir las esquinas de la manta para intentar que cayera agua y así limitar el peso, pero el fardo era inabordable. Tras media hora de esfuerzos logré hacerme con él, y trastabillando, llegué hasta la ventana del cuarto donde tengo las cuerdas que dan al patio, para colgar la ropa. Y esa era mi intención, colgarla, pero al apoyar el bulto sobre el tendido empezó a chirriar de una manera que me asusté, y desistí de colgarlo.

Con la maldita cosa esa en el alfeizar de la ventana, pensé que hacer con ella. Quise arrojarla, pero no era plan, así que saqué las sábanas sucias de la lavadora, las puse sobre el suelo de la habitación y deposité el fardo sobre ellas para que se secase durante la noche. Al poco vi que la maldita cosa estaba tan húmeda que había traspasado las sábanas y empezaba a mojar el parqué del suelo, y allí corrí, maldiciendo con saña al fabricante de la manta, a su madre y demás familia y, derrotado, acabé por dejar manta y sábanas en la bañera, donde han pasado toda la noche, y estarán todo el día de hoy, a ver si así se secan un poco. Vaya con la vida de soltero amo de casa...............

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