Así se quedaron ayer los ciudadanos de Palma de Mallorca, y de gran parte de las Baleares, después de que otra subestación eléctrica ardiera y la corriente, la luz de toda la vida, se fuera, dejando casas a oscuras (poco, porque era de día), comercios desiertos y chiringuitos al borde del colapso nervioso. No ha llegado a las dimensiones del apagón de Barcelona, afortunadamente, pero si ha sido un susto, reforzado por el hecho de que vivir en una isla debe imponer siempre un cierto respeto y sensación de congoja, al saber que, para casi todo, dependes de los suministros que te llegan de fuera.
Seamos claros. Lo del apagón de Barcelona ha sido una vergüenza absoluta. Es difícil de creer que una caída de un simple cable sobre una subestación provoque un derrumbe en cadena de la red y un apagón de dimensiones colosales en una ciudad moderna. Se ha demostrado que las compañías eléctricas, con FECSA Endesa a la cabeza, no habían invertido lo suficiente para crear un circuito alternativo, o un sistema de bloqueo del apagón que extendiera su alcance, o cosas así, que tampoco soy yo un experto en redes eléctricas. Y los gobiernos municipal, autonómico y nacional han demostrado su ya habitual incompetencia, llenando la pantalla de declaraciones altisonantes pero no ofreciendo ni excusas, ni disculpas ni dimisiones (faltaría más, un político yéndose a la calle por su incompetencia.. que esto es España, por favor, ni que fuéramos un país civilizado). Ahora llega el momento de las reclamaciones, y los consumidores se enfrentarán a esas malditas máquinas de respuesta telefónica que no dejan de señalar lo ocupadas que están sus líneas, que le atenderán a uno en cuanto puedan, pero que inexorablemente te sueltan una música la mar de desagradable (si por lo menos pusieran Bach..) para, tras la escucha de los éxitos del momento cobrados a precio que ni de descarga legal en Internet, colgar la comunicación de manera igualmente automática. Y el enfado del pobre consumidor llega al hartazgo, y de ahí al desistimiento sólo hay un paso, probablemente el que busquen tanto las compañías eléctricas como las autoridades. Veremos a ver cuanto y quines son los afortunados capaces de cobrar una indemnización por el desastre, pero como en este caso los baremos estipulados para contabilizar las pérdida son de risa, de tal manera que lo máximo a percibir, si no recuerdo mal, son 300 euros, es probable que los propietarios de comercios y pequeños negocios pasen de reclamar olímpicamente.
Si, olímpicamente. Hace justo 15 años Barcelona deslumbró al mundo con unos juegos olímpicos de ensueño. Desde entonces, sin embargo, la ciudad adolece cada vez de más problemas estructurales, con un AVE que no llega (culpa de ineficaces gobiernos del PP y del PSOE) un servicio ferroviario que sería calificado de inmundo en Sudán y unas obras que, o bien destruyen barrios o apagan calles. Muchos vecinos del Carmelo perdieron su casa antes que la luz, y entonces tampoco dimitió nadie. En fin, Barcelona, ciudad en la que nunca he estado, no se merece unos dirigentes tan incapaces. Sus ciudadanos deben volver a disfrutar de su ciudad, y todos debemos sentirnos orgullosos de ella. Pero de momento, sólo ganan las quejas. Qué pena.
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