Ayer Domingo, tras mucho tiempo sin siquiera intentarlo, luche denodadamente y conseguí hacer una cosa que, hace años, cuando era más joven, casi era normal. A veces te dejaba exhausto, agotado y hecho polvo, pero te recuperabas mucho más rápido, e incluso sentías un cierto placer, tanto en el transcurso del acto en sí como al final, cuando saboreabas suavemente lo experimentado, pensabas en ello, e incluso tenías ganas de volver a hacerlo nuevamente, a pesar de lo tarde que podía haberse hecho...... ayer volví a ver una película por la tele.
El motivo del “sacrificio” fue la emisión de United 93 en TVE1. Esta película narra, casi en tiempo real, los hechos acaecidos en el vuelo del mismo nombre, el cuarto de los aviones secuestrados el maldito 11 de septiembre de 2001, y que tras una rebelión del pasaje, acabó estrellado en unos campos de Pensilvania, no logrando alcanzar su objetivo final, presumiblemente El Capitolio. La película es muy buena, directa, casi en formato documental, sin actores conocidos, y describe muy bien no sólo las angustiosas sensaciones del pasaje, sino que en paralelo, relata la sucesión de acontecimientos en las torres de control y centros de mando de vuelo, tanto civiles como militares, la descoordinación que se vivió ese día y el caos y el terror que se apoderó de la nación norteamericana, y del mundo entero por extensión. Sin embargo, más que la tensión de la trama ayer, viéndola por la tele, sentía uno la indignación contra el programador y toda la tropa de sujetos que consiguen destruir una película en su emisión televisiva. Y hace mucho que no veía una película por la tele porque no aguanto los innumerables cortes publicitarios. Dura poco más de noventa minutos, y ayer la “pública” nos obsequió con casi dos horas y media de emisión, lo que conlleva una hora completa de anuncios. Algo infame, sí, y encima en ese ente que pregona su carácter nacional y de servicio público, tan prescindible como el resto de entes autonómicos. Las privadas son también horrorosas, pero al menos me salen gratis, pero ayer pagué la emisión de la “peli” y una tonelada de anuncios que no me interesaban para nada. Un plan maravillosos. En cada corte me explicaba no sólo porqué hace tiempo no me someto a esa tortura, sino también el triunfo del DVD, o más aún, el crecimiento desaforado de Internet, las descargas de películas y el autoservicio, sin depender de un programador que corta la trama por donde le da la gana para meter esos anuncios, muchos de ellos de calidad indiscutible, por encima de la media de la programación habitual de las cadenas, pero que no eran ayer el objeto de mi atención. Y es que encima está el hecho del corte indiscriminado y traidor. Todos sabemos que, a falta de escasos minutos para que se acabe, nos van a meter el último bloque de anuncios. Muchas veces me he levantado en ese punto y, mentando a la madre del programador, el montador y los técnicos de la cadena, me he ido a la cama hecho una furia, sin ver el final, harto de ser estafado., Ayer, pro primera vez desde hace mucho tiempo, aguanté.
Pero el enfado no me lo quitó nadie, porque algún descerebrado se cargó, así, del todo, el final de la película, que consiste en una larga, compleja y violenta escena, en la que el pasaje se rebela y trata de llegar a la cabina para hacerse con los mandos del avión. La angustia de los pasajeros, y los inútiles esfuerzos de los secuestradores para defender con sus vidas la puerta de la cabina fueron cruelmente cercenados por 8 minutos de anuncios al final del pasillo, ya junto a la cabina del piloto. Infamia. Un destrozo en toda regla, algo como rajar un cuadro en un museo o tirar una ánfora romana al suelo, únicamente asida por una de sus argollas. Confío en que pase mucho tiempo hasta que me vuelva a autoengañar para sentarme otra vez frente a la tele.
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