Y no me refiero el ritmo de crecimiento interanual del PIB, que también, ni a al tasa de desempleo o de morosidad, que crecen aceleradamente, ni al nivel de deudas que tenemos en nuestras sufridas cuentas corrientes. Pudiera referirme a los ingresos, las ganancias y beneficios que percibimos, pero no es el caso, porque para una magnifica noticia que nos ha dejado esta semana es una pena que la catástrofe financiera se la haya comido, y no ocupe el sitio que se merece en los titulares de los periódicos. Quizás, en el fondo, las buenas noticias nunca son noticia, así que desde aquí, comentémosla y alegrémonos por ello.
Donde vamos más despacio es en la carretera, y quizás ahí esté la causa de que la siniestralidad lleva cayendo todo el año. Esto es muy bueno, pero es que el pasado fin de semana, el último de septiembre, murieron ocho personas en accidentes de tráfico. Ocho personas son muchas personas, sí, pero es la cifra más baja registrada en los últimos 45 años. Una marca, un logro. De hecho el Viernes y el Domingo no murió nadie en las carreteras españolas, y si pensamos en las cifras habituales de muertos en un fin de semana, que se sitúan en torno a la veintena más o menos larga, supone apenas un tercio de ese registro. Las muertes en carretera son una lacra que este país lleva adosada desde hace muchos años, y se consideraba normal que unas 6.000 personas falleciesen al año en accidentes, un poco menos que los habitantes de Elorrio, aunque ha habido años de más de 7.000 muertos. Parece que poco a poco estamos convirtiendo esas pistas de asesinato consentido en las que a veces se transforman nuestras carreteras en lugares de paso, vías de comunicación y de disfrute, que no otra cosa debieran ser. Tras brindar con champán por algo así debiéramos preguntarnos a que se debe esta reducción. Como hay factores que siempre pesan en pos de la bajada de los accidentes, especialmente el diseño de los coches y sus cada vez más poderosas medidas de seguridad activa y pasiva, sólo se me ocurren de golpe dos causas que justifiquen esta afortunada ruptura de la tendencia mortal. Una es coercitiva, y se basa en el que el gobierno se ha puesto las pilas a al hora de sancionar los delitos del tráfico, que son delitos, no deslices ni imprudencias. El carné por puntos, pese a sus problemas prácticos de aplicación, la instalación de radares, muchos de ellos recaudatorios, pero algunos efectivos, y los mensajes de la DGT sobre la posibilidad real de ir a la cárcel si uno hace tontería sal volante parece que empiezan a calar en el pie del conductor, demostrando que el dicho de “la letra con sangre entra” se vuelve dramáticamente real en este caso. Pese a algunas medidas equivocadas, creo que el trabajo de la DGT está siendo muy bueno, y su director, Pere Navarro, que es un personaje algo curioso, ha conseguido presentar unas cifras alentadoras, por lo que hay que reconocer su parte de mérito en la gestión de un problema que parecía imposible de abordar. Sin embargo, he comentado que se me ocurría una segunda causa, muy poderosa, que poca gente he oído que la comente, y me parece tan importante como lo anterior, sino más, y es.... sí, sí, la crisis.
La gasolina se ha puesto muy cara, y empieza a ser un cierto lujo dar vueltas con el coche, y sobre todo, pisar mucho el acelerador. Los periódicos se llenan de consejos en pos de una conducción ahorrativa, y no lo hacen por la ecología, no, sino por el bolsillo del sufrido conductor. El que en la práctica este año no haya habido ni operación salida ni retorno, ni monumentales atascos (ni canción del verano, que bien!!!) creo que se ha debido a eso que llamamos crisis, que hace que viajemos menos y mas despacio, así que si las tormentas financieras contribuyen a salvar vidas en nuestras carreteras algo positivo le hemos encontrado a la coyuntura actual. En todo caso, felicitémonos, porque cada día se salvan vidas.
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