Este fin de semana, con motivo de la boda de AAM, compañera de trabajo y, pese a ello, amiga, he tenido la oportunidad de disfrutar, junto a un selecto grupo ce compañeros laborales, de un fin de semana en Granada, ciudad en al que nunca había estado, y que por lo que he podido apreciar se enclava en uno de los parajes más espectaculares, abruptos y monumentales que yo haya visto. Subir Sierra Nevada en coche y ver como el valle se hunde en las profundidades a medida que el cielo se acerca, y le alcanzan los 2.000 metros de altura con esa facilidad es una sensación difícil de describir.
Y cuando uno piensa en Granda inevitablemente se llena la cabeza de imágenes de la Alhambra, joya absoluta del arte islámico y universal. Con previsión habíamos cogido entradas para visitarla el Sábado por la mañana, dado que la boda era por la tarde noche. Éramos siete los visitantes al recinto, pero no tardé demasiado en quedarme sólo, quizás porque era el único que no había estado nunca en dicho recinto, y también porque, embriagado por el lugar, necesitaba verlo y disfrutarlo a mi propio ritmo. Para los que no hayan estado nunca allí es complicado que pueda hacerles una descripción exacta de qué es la Alhambra. Porque es un monumento, sí, y una ciudadela, y un jardín, y un museo, y un enclave fortificado, y lo es todo a al vez, y muchas cosas más. Me parece que una palabra que define bien el lugar, pero que evidentemente se queda corta, es armonía. Armonía de agua en los patios, de estancias pequeñas, decoradas de infinitas filigranas y tracerías, de estanques, nenúfares y arcadas reflejadas, como en un delicado juego de espejos, que a veces se rompe cuando tocamos la lámina de agua y esa geometría se torna en suave oscilación. Armonía de pobres materiales, de yesos, barro y ladrillo, tratados de una manera y con una delicadeza que los elevan a monumento comparable a la piedra o el mármol, de edificios feos, toscos y oscuros por fuera, como tristes moles defensivas, que esconden en su interior estancias llena de luz y de una elegancia absoluta. Armonía del conjunto frente, mejor, sobre una ciudad, en la que como dice la guía que acompaña a la visita, se yergue como un barco en la tormenta, protegiéndola y vigilándola. Y armonía de jardines. Verde por todas partes, avenidas de cipreses, setos, flores, y otras especies crean uso recintos y espacios únicos. En cualquier parte hay bancos para sentarse desde los que, en pocos metros de distancia, se aprecia un conjunto vegetal artificial, hecho pro la mano del hombre, pero lleno de una belleza y una frondosidad que embarga. La arquitectura se torna naturaleza y viceversa, y el conjunto resulta poseer todas las ventajas de la unión de ese desparrame de la vegetación y del arte y precisión del hombre que traza líneas ocultas y divide espacios sin que se aprecien rupturas. Es curioso, pero esta conjunción entre naturaleza, arquitectura y humanismo es muy similar a la que se alcanza en, por ejemplo, un monasterio cisterciense o benedictino, estilos no muy distantes en el tiempo con el que se muestra en Granada, sí separados por formas, modos, creencias, ritos y tradiciones, pero igualmente deseosos todos ellos de lograr exaltar la comunión entre el hombre, la naturaleza y Dios. Y en mi opinión, todos ellos triunfadores en su empeño.
Dice la tradición que fue la madre de Boabdil, último soberano nazarí de la Granada musulmana, la que pronunció esa dura frase con la que, en su inicio, he titulado hoy la entrada del blog. Independientemente de si eso fue así o no, el viajero sufre esa misma desazón cuando comienza a descender el promontorio en el que se enclava el complejo, camino a la Plaza Nueva, o cuando desde San Nicolás observa todo el conjunto, y sabe que no va a volver en tiempo. El goce de lo que ha visto se une a la pena por la marcha, y al menos este modesto turista no se avergüenza de reconocer que se le aproximó el espíritu de ese último rey moro, y pudo sentir alguna lágrima al despedirse de esa fortaleza mágica, al bajar entre la vereda, hacia Granada.
1 comentario:
No cabe duda que si hubieramos leído este relato antes la alhambra sería ahora una de las maravillas del mundo.Precioso.
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