Parece que este año se va a cumplir el refrán ese que dice “todos los santos, nieve en los altos” e incluso en los bajos, dado el virulento temporal que se nos ha echado encima. Es curios, pero pensaba yo hace unos días, viendo los índices bursátiles y las periódicas inundaciones que este año atacan sin piedad el levante y el sur de Andalucía en que, casualmente, el 2008 está siendo un año turbulento a más no poder en dos ramas, la meteorología y la economía, que se caracterizan por su impredecibilidad, caos y falta de asunción de responsabilidades por las autoridades cuando algo se pone feo.
Cuando he salido esta mañana de casa llovías, sí, pero no demasiado, al contrario que durante la noche, en al que ha habido momentos de lluvias intensas. A medida que avanzaba por la acera camino al paso de cebra que me separa de una de las bocas de metro de m barrio ha empezado a caer cada vez con más fuerza. Llegados al semáforo, puesto en rojo para peatones al alcanzar su linde, la lluvia se ha convertido en una furiosa e impenetrable cortina de agua. Me he echado para atrás y me he refugiado bajo un pequeño toldo que apenas cubría la mitad de mi paraguas, esperando a que el semáforo me dejase pasar nuevamente. ¿y qué hace en estos casos la gente que suele estar en las esquinas, esperando habitualmente al descubierto? Cuando yo accedo al metro suele salir una chica de gafas y rizos que llega hasta el paso de cebra y espera a que un compañero de trabajo, que viene en coche de avenida arriba, llegue hasta ese punto, le recoja y se vaya. Para cuando yo llegaba al paso ella lo hacía justo en frente, pero mientras yo he corrido a refugiarme, ella ha intentado cruzar la calle, teniendo que quedarse en la isleta del medio de la avenida cuando se ha abierto la luz para los coches. Sin paraguas, con apenas un pequeño impermeable, la tromba le ha pillado lo más desguarecida posible. Intuyo que se ha empapado por completo, porque cuando se podía volver a cruzar la calle lo ha hecho con una parsimonia y tranquilidad típica del que ya no se va a mojar más, porque es imposible. En este caso la previsión ha acertado, y el mal tiempo está aquí, pero resulta triste ver como una persona se moja, a pocos metros de ti, y no poder hacer nada, porque los coches no paran, la lluvia no cesa y desde mi improvisado refugio, para que negarlo, me sentía guarecido. Me apuesto lo que sea a que esa chica estará bastante constipada ya para el mediodía, y esta noche tendrá toses y dolores de cabeza, agudizados pro el frío que viene, y que aún no es muy intenso. Si durante el resto de la semana no le veo en el paso de cebra no me quedará más remedio que suponer que esta enferma en casa, víctima de la lluvia y de un semáforo que la vió, y decidió amargarle la mañana.
Y es que los días de lluvia en una ciudad son molestos e incómodos, y no sólo para los que conducen (para ellos todos los días son iguales de malos, me temo) Andar por las aceras con los paraguas abiertos es una versión moderna de los torneos medievales de lanceros, siempre en pos de ensartar una varilla en el ojo de alguien. Acceder al metro bajo la lluvia hace sustituir los ríos de las alcantarillas por riadas de personas en las escaleras. Y pese a que nos quejamos malhumorados por las salpicaduras y las goteras, la verdad es que hace tanta falta que llueva que debiéramos alegrarnos, aunque cuéntele usted lo de la sequía a mi “vecina” de paso de cebra.
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