En el fondo somos unos aburridos. En este país siempre pasan las mismas cosas en las mismas fechas del año, y las aceptamos con una resignación cristiana digna del mejor mártir lapidado en el Coliseo romano. Todos los años se inunda algún pueblo en al costa levantina, pueblo de esos en los que se gastan millones de euros en urbanizaciones faraónicas pero ni uno sólo en un sistema de alcantarillado o en el encauzamiento de los ríos y limpieza de sus márgenes. Y todos los inviernos nieva, y cientos de personas se quedan atrapadas en una autopista de peaje, y nadie hace nada por sacarlas de allí.
En esto de la nieve la secuencia siempre es más o menos la misma. Da igual que el temporal esté anunciado desde variaos días atrás, como ha sucedido esta última vez en Asturias, o sea de improviso, porque las predicciones del tiempo las ven los abuelitos en casa y gente rara como yo. Con un cielo negro y encapotado, el pardillo conductor hispano llega a una de esas imponentes hileras de cabinas de peaje donde le sangran convenientemente, e incluso a veces le dicen buen viaje. Allá va, camino a su destino, y su preocupación crece a medida que caen los copos de nieve y los quitanieves, esos camiones con una pala que se usan en España y que no sirven para nada cuando cae una buen, no aparecen por ningún lado. “Seguro que están en el refugio viendo la tele” piensa el conductor, con el parabrisas cada vez más cubierto por el polvillo blanco. En estas que, de repente, llega aun atasco, originado por esa nieve que no deja de caer, y se da cuenta de que en pocos minutos él y otros conductores, los que le anteceden y preceden, están irremediablemente atrapados bajo un manto de nieve que crece y crece. El conductor se pone nervioso, saca el móvil y trata de llamar a algún pariente para que le informe del estado del tráfico, a sabiendas de que, cuando es necesaria, la web de la DGT nunca le va a decir la verdad, y eso si llega a acceder a ella. Él y otros infortunados llaman al 112 pidiendo rescate, pero saben que están en España, y que los mensajes de tranquilidad que les llegan por el móvil son tan falsos como blanco el paisaje que les amenaza. Si por lo menos estuviese cerca de la frontera francesa podría llamarle a Sarkozy y ese seguro que nos saca, piensa el conductor, pero estando entre León y Asturias a ver que le cuento al gabacho para que deje de mirar obnubilado a Carla Bruni y se espabile.... Y pasa la noche, y el frío aumenta, el depósito de combustible baja poco a poco y allí no aparece nadie. Puede que haya niños, ancianos, personas con salud débil, o simplemente asustada, que se empiecen a poner nerviosos y no sepan que hacer, pero saben que al menos hasta que pasen unas veinte horas nadie, ni del gobierno nacional, ni del autonómico de una u otra región, ni del ejército ni de la Benemérita ni de la Guardia de Corps de Godoy va a ir a rescatarle. Su única esperanza es que amaine el temporal, y que cuando el convoy de vehículos pueda avanzar por sus propios medios y no sea necesario aparecerán la policía y los antidisturbios y cincuenta políticos, que con un poco de suerte usarán a los rescatadores como fuerza defensiva ante la ira de los ciudadanos abandonados. Porque el conductor sabe que está en España, un país de sinvergüenzas que cobran por todos los servicios posibles pero que a la hora de la verdad no ofrecen ninguno.
Pasados los días habrá una rueda de prensa de los (i)responsables de la autopista afirmando que ellos han actuado correctamente, y que ofrecen la posibilidad de recuperar el dinero cobrado en el peaje, previo relleno de una serie de formularios, y la conservación de este ticket que apunto estuviste tú, amigo conductor , de quemar en la hoguera que te salvó de la congelación, y aparecerá un (i)responsable del Ministerio de Fomento y de la Comunidad Autónoma que dirá que el operativo de emergencia fue correcto, y que la culpa, como siempre, es de esos conductores que se dedican a molestar a las autoridades viajando sin necesidad de un lado a otro, pudiendo estar tranquilamente en casa viendo en la tele..... el tiempo.
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