jueves, diciembre 04, 2008

Ruinas

En la semana de vacaciones que me cogí en septiembre hubo una tarde soleada en la que, gracias a mi amigo DAG, fui a dar una vuelta por la costa. La intención del paseo era visitar San Juan de Gaztelugatxe, un promontorio rocoso que se adentra en el mar como si de una minipenínsula se tratase, unido por un puente artificial que tiene un aspecto tan rocoso como si fuera originario del mimos terreno. Tras esa visita seguimos camino por la costa hacia la zona de Plencia y Barrika, donde nos tomamos algo en una terraza sobre el mar llamada Golfo Norte.

En ese periplo por la costa hicimos, a petición mía, una pequeña y breve parada, no podía tener allí a mi amigo muerto de risa más tiempo del debido, en la central nuclear de Lemóniz. El complejo se alza en una pequeña bahía excavada en su gran parte a la costa, con una minúscula presa cercana, cuyo destino final era abastecer de líquido refrigerante a los reactores. La carcasa del edificio está completa, con sus dos pequeñas torres abovedadas, destinadas a contener en sus orígenes dos reactores nucleares. Lemóniz costó millones de las antiguas pesetas, miles de horas de trabajo, y todo ese esfuerzo no sirvió absolutamente para nada, y todo porque una banda mafiosa llamada ETA se metió a ingeniera nuclear, y decreto que Lemóniz no se abriese nunca. Hubo manifestaciones, altercados, y ETA asesinó a cuatro personas, entre ellas a José María Ryan, ingeniero jefe del proyecto de la central, al que, tras un secuestro exprés, ejecutó a sangre fría y abandonó en una cuneta como si fuese un montón de escombros. La muerte de Ryan fue el tiro de gracia, literalmente, del proyecto, la construcción se detuvo y ya nada continuó. De hecho si hoy pasa uno por allí tiene la sensación de que el tiempo se ha detenido. Hay carteles de diseño de los años setenta, roñosos, ajados y tristes, que informan de la peligrosidad de una líneas de alta tensión que jamás han conducido electricidad, ningún panel informa de que es lo que uno está viendo, cual es el origen del mastodonte que se alza ante los ojos y porqué está así, y desde luego nada hay de homenaje, recuerdo, o simple información, sobre las vidas de los que murieron a manos de ETA en ese principio de la década de los ochenta. En cierto modo Lemóniz es una tumba, no sólo de un proyecto nuclear, sino figuradamente de esas personas asesinadas. Las vasijas nunca contuvieron combustible nuclear, pero sí el hálito de vida y el recuerdo de la sangre derramada por su nombre, y las autoridades, municipales, regionales y nacionales, parecen sentir un repelús cuando el nombre de Lemóniz se pronuncia, y nada hacen con ese lugar, deseando internamente que la lluvia y el viento costero lo erosionen y destruyan con el tiempo, lo borren de la faz de la tierra y así su recuerdo se olvide para ellos y para toda la población, y que viva tranquila y feliz sin saber que es lo que allí paso.

Lemóniz es un monumento a la infamia, a la vergüenza y a la cobardía de un país llamado España, de una región llamada País Vasco, y de un conjunto de decenas de millones de personas que se dejaron chantajear por una banda de mafiosos asesinos. Lo malo es que treinta años después pocas cosas han cambiado.
Esa banda terrorista sigue asesinando en medio de la indiferencia general, como si fuese algo propio del paisaje, y la cobardía, nuestra cobardía, puede quedar nuevamente en evidencia. Ojala no sea así, pero treinta años después de Lemóniz los políticos a sueldo y rédito del terror siguen en sus escaños, ayuntamientos y gobiernos, y muchos, demasiados, continúan mirando hacia otro lado.

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