El gran tema de hoy, sin duda alguna, es que hemos alcanzado la cota de los tres millones de parados, tres millones de fracasos sociales y tres millones de razones por las que sentirse avergonzados, pero parece que esto no le importa a nadie. En una situación que debiera ser de emergencia nacional el gobierno mira para otro lado y no hace nada, la oposición dice poca cosa y menos que puede hacer, los sindicatos se preocupan más por encontrar fosas de fallecidos que por aliviar la desazón de los vivos, y todo el mundo mira hacia otro lado, como una sociedad anestesiada y borreguil, quizás merecedora del castigo que se le avecina.
Así que hoy, en medio de este panorama, no me apetece enfadarme con el país, y voy a recordar la figura de un artista. Este pasado viernes falleció el arquitecto danés Joern Utzon. Es probable que este nombre no diga mucho a la mayor parte de la gente, pero en el haber de Utzon se encuentra el diseñar uno de los iconos del siglo XX, quizás el primero de esos edificios espectáculo que llevan riadas de turistas a sus ciudades y que, con el paso del tiempo, ha ido adquiriendo una aureola de grandeza y un emblema de objeto artístico que está fuera de toda duda. Utzon fue el arquitecto que proyectó y dirigió, en parte, las obras del teatro de la ópera de Sydney, y digo que las dirigió en parte porque estas obras, que se eternizaron en el tiempo, acabaron lejos de las manos de su creador, por motivos económicos y por discrepancias con las autoridades locales. Independientemente de todo ello, a Utzon es al único que se puede atribuir el mérito de atreverse a engrandecer aún más el idílico entrono que conforma la bahía de Sydney, un espacio natural bendecido ay de por sí por una armonía y una belleza rotunda. El edificio, con sus caparazones o velas crecientes, extendidas como si fueran alimentadas por los vientos del pacífico, posee una imagen reconocible en el mundo entero. Como antes he dicho este fue, quizás, el primero de los edificios espectáculo de corte moderno que luego se han ido prodigando por todas partes con el objeto de situar a una ciudad en el mapa económico, simbólico y mediático. El teatro de la ópera fue el primer Guggenheim de Bilbao, y el primero que triunfó en este aspecto. Y quizás sea el caso de Bilbao con su museo el representante más exitoso de esta moda, que a veces lo único que provoca es una mera inflación en la nómina de los estudios de arquitectura y composiciones que cada vez son más chocantes y arriesgadas, pero que aún están por ver como van a soportar el paso del tiempo, tanto el físico y meteorológico, que ambos son muy crueles con los edificios, como el de las modas, que hacen que un trozo de titanio retorcido sea visto como una joya en bruto ahora mismo y, puede que en quinde años, otra corriente lo satanice y hunda en la miseria. En el arte, y la arquitectura lo es a enormes dimensiones, el paso del tiempo es quizás el juez supremo, el que dictamina hasta que punto las obras perviven o pueden acabar en el cubo de la basura. A Utzon el tiempo le ha bendecido, su edificio está ahí, majestuoso, y pese a que su obra ya no está con nosotros, su obra ya es un legado universal para poder ser disfrutado y cuidado entre todos.
¿Se hubiera podido hacer un edifico como este en España, pagado por el gobierno? Si lo hubiese hecho el PSOE el PP lo pondría a parir, y si lo hubiera hecho el PP el PSOE lo trataría de derrumbar, siendo como son ambos dos tan incapaces, y quizás algún intelectual, solitario y valiente como es el caso de Antonio Muñoz Molina, se escaparía de ese debate, hablaría claro ante todo el mundo y dijese si aquello le gusta o no, pero huyendo de pueriles y estúpidas discusiones de política barriobajera, como hizo este Sábado en un soberbio artículo al respecto de la cúpula de Barceló que todo el mundo debiera tener impreso en su mesilla de noche. Y de Australia ya he vuelto, casi sin querer, a las miserias patrias.... pobre Utzon, que poco te ha durado la gloria.
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