Ayer tuvo lugar en la explanada del complejo en el que trabajo la presentación del Plan Movele, siglas del MOVilidad ELÉctrica, un proyecto piloto que comandado por el Ministerio de Industria, y en colaboración con los ayuntamientos, trata de hacer real la presencia de coches eléctricos en las calles de nuestras ciudades, todo ello envuelto en el ecologismo y la necesidad de ahorrar vía reducción de las importaciones de petróleo. En el acto de presentación estuvieron el Ministro de Industria, Miguel Sebastián, y los alcaldes de Madrid, Barcelona y Sevilla, primeras ciudades que se suman a este proyecto.
Aunque cargado de voluntarismo, este plan adolece de problemas técnicos y estratégicos que pueden llevarle al fracaso. Los coches que ayer se presentaron son caros, por encima de los 15.000 euros, pequeños y, al estar dotados únicamente de baterías, dependen de las recargas que se deben hacer cuando su autonomía, ligeramente superior a los 100 kilómetros, se acaba. A mi modo de ver son prototipos experimentales, no proyectos comerciales de coches para ser comprados y usados por el ciudadano corriente. El coche eléctrico es limpio, sí... pero en el lugar en el que funciona, y no tiene porque serlo en el punto en el que se produce la electricidad que lo pone en marcha. Eliminaría la contaminación de las ciudades, cosa que urge hacer cuanto antes, pero piénsese la producción de electricidad necesaria para abastecer un parque de millones de coches que se recargan todos los días. ¿Cómo la producimos? ¿Con petróleo? ¿energía nuclear? Volvemos a un debate sobre recursos y producción. Además es necesario crear una red de puestos de abastecimiento, unas “electroneras”, donde recargar los coches, y eso costará mucho tiempo y esfuerzo. Piense el lector que cuando se sube al coche lo hace al final de una enorme cadena industrial y de servicios que soporta el que pueda girar la llave y empiece a moverse, y eso incluye desde las fábricas de coches hasta los superpetroleros que se mueven por el mundo cargados de crudo, habiendo en medio millones de personas trabajando en industrias relacionadas (extracción, refino, logística, distribución, etc) Sea cual sea la solución al motor de combustión interna, y hay que implantarla para dejar de quemar petróleo, costará muchos años, esfuerzos e inversiones el que sea rentable y operativa. En mi opinión la única alternativa real que puede llegar a suplir al petróleo es el hidrógeno. Se crea usando electricidad para disolver la molécula de agua y, puesto en un vehículo adaptado, se produce el camino inverso, generando electricidad, que es la que mueve el motor del coche, y produciendo como residuo agua. Si se fijan nuevamente tenemos que gastar electricidad para producir el hidrógeno libre, que no está a nuestra disposición en la atmósfera. Si esa producción es limpia entonces los coches y toda esa industria lo serán. Sino volveremos a estar en un proceso de traslado del punto de la emisión de CO2 desde la ciudad a la planta de producción de hidrógeno. La ventaja inicial de este proceso es que todos los países tienen agua, y por ello pueden llegar a ser energéticamente independientes si se logra producir el hidrógeno de una manera limpia.
Como en todo caso el proceso sería a muy largo plazo, una primera prueba real de implantación pudiera ser la de sustituir los autobuses urbanos de una ciudad (¿por qué no Madrid, Bilbao, Barcelona?) por autobuses hidrogenados, alimentados por la planta de producción de hidrógeno municipal correspondiente. Como los vehículos públicos “duermen” en hangares fijos, que es donde repostan, no es necesario crear inicialmente esa red de “hidrogeneras”, disminuyen así algo los costes, y puede servir como experiencia práctica para evaluar el proceso de producción del combustible a una escala real y su uso práctico. ¿Sería posible? ¿rentable? Así empezaron las fábricas de gas del siglo XIX, ¿por qué no empezar a crear las fábricas de hidrógeno del siglo XXI?
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