Hoy en día, a una sola cosa. Coches. El tráfico lo absorbe todo, lo invade y llena el espacio de un ruido enorme, que se prolonga como un murmullo de fondo durante todo el día hasta más allá de los límites de nuestras urbes. Vivimos bajo un manto de ruido que nos es familiar, y no debería ser así, porque hace apenas un siglo que empezó la mecanización. Antes, sin coches, y sin luz para los altavoces, cuáles eran los sonidos que dominaban en los pueblos y ciudades? Los gritos de la gente, las trompetas de los anunciantes, el agua de los ríos y la fuentes..... y las campanas.
Hay muchos campanarios en el mundo, y todos ellos suenan, aunque algunos ay ni se oyen. El de la Puerta del Sol de Madrid, por ejemplo, no es muy bonito, y casi es inaudible, y en Nochevieja ni les cuento. El Big Ben de Londres se oye bien, y suena como en las películas, y en pueblos como Elorrio las campanas de la torre de la Iglesia se siguen oyendo bien, aunque cada vez menos al aumentar el rumor de fondo del tráfico (menos mal que aún las voltean el Sábado a las 14:00 y entonces sí que se oyen). En Roma el tráfico es horroroso, caótico y aún más ruidoso que en España, pero gracias a que el centro histórico tiene calles tan estrechas son más las motos que los coches los que se mueven en su interior, y la abundancia de iglesias, linternas y campanarios hace que las horas en punto sean un festival de “gongs”, “clins” y demás golpes de badajo. Hay campanarios románicos preciosos, como el de Santa María in Cosmedin o el de San Francesca romana, y curiosamente el Vaticano no exhibe unas campanas acordes al resto del edificio. La de las horas, sita en la parte superior izquierda de su fachada, vista de frente, se oye, pero no demasiado. El campanario más alto de toda la ciudad es el de Santa María la Mayor, la más interesante de las cuatro grandes basílicas (ella, el Vaticano, San Juán de Letrán y San Pablo extramuros) y la única de ellas en la que se respira un aire de ser más una iglesia que un museo para turistas. La preciosa torre románica de campanas se eleva sin llegar a tocar los ochenta metros, pero es inmensa, y acabada en un tejado respingón a cuatro aguas similar al campanile de Venecia. Bien, pues mi primera noche llegué a la plaza trasera de la iglesia, a la que da la torre, a casi a las 21:00, y las campanas del reloj dieron la hora. Correctas, audibles, pero en franca lucha por sobreponerse al tráfico que rodea la iglesia sin piedad alguna. Como hacía calor bebí un poco de la fuente sita junto a la columna conmemorativa que remata la plaza, que trata de enfrentarse de tú a tú al campanario de la iglesia, y me senté un rato a descansar. Y a los dos minutos más o menos se oyó una campana solitaria, grave, que poco a poco empezó a sonar, primero con golpes de frecuencia similar al horario, y luego acompasados en grupos de dos, algo así como un Bong-Bong... Bong-Bong, etc, con un tono gravísimo, que retumbaba en toda la plaza, y por primera vez en mucho tiempo empecé a oír a una campana que lograba tapar el tráfico que no dejaba de circular. En ese campanario había algo antiguo, probablemente enorme, y que más que anunciar el comienzo de la noche o alguna festividad trataba de sobreponerse a la modernidad, de hacerse notar en medio del caos, de sacar la cabeza frente a lo que le rodeaba y agobiaba... y lo lograba.
Y yo allí, embobado, mirando a un campanario que sin iluminación apenas se distinguí en medio de la oscuridad, no dejaba de maravillarme, y, no me va vergüenza decirlo, emocionarme. Era un sonido precioso, enorme, poderoso.... El repique duró algo mas de dos minutos y a partir de ahí las campanas ya no sonaban hasta la mañana siguiente. Y todas las noches de estas vacaciones, estuviera donde estuviese, cogía un autobús, o corría lo que fuese necesario para lograr llegar a Santa María la Mayor a las 21:00, sentarme junto a la columna y la fuente, y prepararme para oír el espectáculo que manaba de ese soberbio campanario, una de las cosas más puras y bellas que he oído, mejor sentido, en todo el viaje.
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