Este pasado Viernes Hugo Chávez se paseó por Madrid, en medio de gritos y alabanzas, coros de aduladores y defensores de los derechos civiles venezolanos que aprovecharon la oportunidad que les brinda una calle libre en España para decir lo que en Caracas les puede costar la cárcel o cosas peores. Entre otras cosas, Chávez se dio un paseo por la gran Vía, entró en las sede central de La Casa del Libro, donde he estado cientos de veces, y se compró unos cuantos volúmenes, uno de ellos “El Capitalismo Funeral” de Vicente Verdú, que exhibió como una bandera a la salida del establecimiento.
Si se fijan ustedes en las imágenes del paseo, Chávez aparece todo el tiempo acompañado de un señor calvo y con gafas, sonriente, que le sigue y responde a las gracias del dictador con sonrisas y gestos cariñosos. Este hombre se llama Antonio Brufau, presidente de Repsol YPF, y el motivo de tanta gracia es que las concesiones que Repsol posee en Venezuela han encontrado una enorme bolsa de gas que puede abastecer parte del consumo español, y cuya explotación supondrá grandes beneficios para la petrolera española y, como no, el gobierno del propio Chávez. Hay un diálogo antológico en El País, publicado el pasado Sábado, en el que Chávez y Brufau compadrean y debaten como colegas de toda al vida el cómo repartirse el yacimiento, escena en la que de haberse colado un loro con un parche en el ojo sería digna de cualquier película de piratas, de esas en las que los compinches se juntan delante del cofre de monedas y discuten como llevarse cada uno la mejor parte posible. Lo del Viernes fue un espectáculo mafioso indecente a más no poder. Fue otro ejemplo, enorme y en castellano, de hasta que punto los gobiernos e intereses occidentales se pliegan (nos plegamos) ante las dictaduras que, repletas de recursos naturales, los usan para satisfacer sus ansias de poder y mantener así a la población de los países originarios cautiva y sometida a sus brutales regímenes. La gira de Chávez por Europa ha consistido en la firma de enormes contratos de suministro de armamentos, principalmente por parte de Francia y Rusia, a pagar todos ellos con dinero que Europa proporciona a Venezuela a cambio de sus recursos de petróleo y gas. No se engañen, en muchos aspectos Chávez y otros de su calaña como Ahmadineyad nos tienen cogidos por nuestras queridas partes y a veces aprietan para demostrar quien manda aquí. Sin petróleo y gas Chávez sólo sería un patético payaso que daría pena, y es probable que, de llegar al poder, poco tiempo hubiera permanecido allí, pero el dinero que le proporcionan los pozos blanquea su dictadura y el permite asistir como invitado de honor al festival de cine de Venecia, algo vergonzoso, en medio del aplauso de los curiosos y los elogios de vendidos a su dinero, como Óliver Stone, cuya cuenta corriente habrá engordado con creces a la par que su compromiso por la revolución bolivariana, y su amor al dictador se habrá hermanado con su adoración a los fajos de dólares que este le regala por rodar panfletos hagiográficos.
Y el caso es que el espectáculo se repite, porque hace dos semanas se tuvo constancia de que la liberación del terrorista libio retenido por el atentado de Lokerbie por parte del gobierno de Inglaterra no tuvo el carácter humanitario que se vendió, sino que respondía a una negociación entre Downing Street y el gobierno de Gadaffi por la que, a cambio de la liberación, British Petroleum se hacía con contratos de explotación petrolífera en la zona. En fin, que a veces la realidad es tan oscura, sucia y mugrienta como el maldito petróleo, que parece que todo lo inunda, pringa y pudre. Qué duro es admitir que el mundo funciona así, verdad??
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