A lo largo de la semana pasada tuvieron lugar una serie de atentados protagonizados por los talibanes en Pakistán que dejaron un balance cercano a los doscientos muertos. Sí, sí, doscientos, un 11M de manera progresiva. Los talibanes ya no se conforman con poner bombas en convoyes militares en las montañas, sino que han empezado a atacar cuarteles del ejército en ciudades importantes, en una ofensiva en toda la regla contra el gobierno de Islamabad, que se ha visto obligado a contraatacar con el ejército en la región de Waziristán.
Un panorama envenenado, desde luego. Para acabar de rematar la historia, aunque quizás no haya escogido el verbo más adecuado (o sí) el Domingo tuvo lugar un atentado suicida contra la guardia revolucionaría ....... iraní. Cerca de cuarenta muertos, entre ellos algunos de los dirigentes de este cuerpo de élite militar, principal brazo armado de loa Ayatolás en su labor de control del país persa. El atentado se produjo en una región que es fronteriza con Pakistán, y recordemos que Irán, Pakistán y, adivinen quién falta, Afganistán, comparten frontera. La primera reacción, explosiva, por parte de Teherán, fue culpar a los servicios secretos occidentales, británicos y estadounidenses en concreto, azuzando así un rencor que no beneficia en nada en las conversaciones sobre el programa nuclear iraní que se están desarrollando ahora mismo. Ahora la cosa ha derivado un poco, porque si bien el régimen sigue manteniendo el discurso de que el occidental es el culpable, ha empezado a acusar a Pakistán de estar detrás de estos actos, o de al menos ofrecer refugio y cobijo a los planificadores del atentado dominical. Así las cosas, y de mientras el avispero afgano degenera hacia no se sabe donde, en medio de acusaciones de fraude electoral masivo y cancelación de votos, Irán y sobre todo Pakistán se inestabilizan a marchas forzadas. Pareciera como que el objetivo de los talibanes, denominando así a toda esa serie de fanáticos islamistas que actúan en al zona, que incluye a los seguidores de Bin Laden y a otros, tratasen de derribar al gobierno pakistaní. Le han cogido manía y han decidido derrocarlo. Pakistán es un país grande, con 160 millones de habitantes, fronterizo con la India, poseedor de 50 cabezas nucleares reconocidas, misiles balísticos, un gran ejército y unos servicios secretos, el ISI, bastante desarrollados y que están involucrados en todos los “fregados” habidos en la zona desde hace muchos años. Posee enormes recursos naturales y un valor estratégico inmenso. Sinceramente creo que es muy difícil que el gobierno de Pakistán se hunda, y si lo hiciera me apuesto lo que quieran a que los militares, que controlan de facto el país desde hace tiempo, darían un golpe de estado “duro” y atacarían con fuerza a los talibanes. Pero de momento la situación en el país es grave, con atentados perpetuos, zonas del mismo descontroladas, como Waziristán, otras recién reconquistadas, como el valle de Swat, que ha costado mucho esfuerzo recuperar al ejército pakistaní, y una frontera con Afganistán que más que un coladero es una ratonera. Un escenario de pesadilla en el que, me da la sensación, los acontecimientos se están precipitando a toda velocidad, y el caos y el desorden imperante no dejan de crecer, y eso no es nada bueno ni, en primer lugar para los que allí viven, ni para nadie en su conjunto.
Quizás se pregunte, cuando lea todo esto, si a mi me importa algo lo que suceda allí o no, más allá del hecho de tener las tropas en Afganistán y lo que pueda pasarles. Pakistán, Irán, Waziristán.... dónde están??? Eso está muy lejos, pensará, y así es físicamente. Pero no se engañe, lo que suceda allí, y lo que allí surja, nos afecta y afectará en gran medida en el futuro. Como recomendación, lea el libro, magníficamente escrito, titulado La torre elevada, recién publicado en España, en el que verá como de una serie de pordioseros fanáticos en medio de unas cuevas puede surgir una imagen del infierno hecha realidad a mucha distancia, tanta como la que separa las cuevas de Tora Bora del downtown de Manhattan.
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