Aunque lo parezca, no he sido muy creativo con el título del
artículo, pero es que cuando uno encuentra una genialidad copiar es síntoma de
admiración, no de falta de originalidad. Y es que así titulaba la semana pasada The
Economist uno de sus principales artículos, referidos al escándalo de
manipulación del Líbor por parte de Barclays y de gran parte del sector
financiero de la City londinense, en connivencia más o menos clara con el Banco
de Inglaterra y con el Exchequer, que es así como allí se denomina al
Ministerio de Economía. Toda una trama de corrupción de muy altos vuelos.
Si Libor les recuerda a Euribor no van mal desencaminados,
porque en esencia es lo mismo pero para el mercado anglosajón. Representa el
tipo de interés de préstamo de las operaciones intradía que se fija entre los
bancos británicos en la City, y es la referencia, como sucede con el Euribor,
de hipotecas y productos financieros en medio mundo. La sola idea de que se
produzca una manipulación en un índice así resulta tremenda, porque indica
hasta que punto la podredumbre ha llegado al sistema financiero y de lo poco
que uno puede fiarse ya a estas alturas. Sin embargo parece que eso ha
sucedido, y si Barclays ha sido el principal banco implicado, no es menos
cierto que esa manipulación no podía llevarse a cabo, al menso durante tanto
tiempo como parece haber sido realizada, sin la colaboración o el conocimiento
silencioso (cobarde quizás sería mejor) de otras entidades financieras, que probablemente
también ganaban algo en todo esto, y del regulador público, en este caso los
dependientes del gobierno británico y el independiente Banco de Inglaterra,
mostrando, otra vez más, el absoluto fracaso de los reguladores en un nuevo
episodio de compadreo, cohecho y falta de supervisión hasta sus últimas
consecuencias. Si este escándalo se investiga a fondo puede suponer un
auténtico desastre en el entramado financiero londinense, que aporta algo más
del 10% del PIB de la economía del reino Unido, todo el concentrado en los
escasos kilómetros cuadrados de la City y del Cannry Wharf, su extensión
natural. La primera vez que visité el Cannary, a principios de los noventa,
estaba terminada sólo la gran torre de punta piramidal que se sitúa en el
número uno de Canada Square, pero ya a su lado surgían solares sobre los que se
levantarían nuevas torres, y una de ellas, de similares dimensiones, que iba a
ser un poco más pequeña, estaba destinada a alojar la sede del Barclays.
Inaugurada en 2005, ha
sido desde ese punto donde se ha cocinado la estafa financiera que, a base de
engaños, ha permitido ganar intradía mucho dinero a operadores, directivos y
asociados de la entidad, mientras que miles, millones de pagadores de
préstamos, hipotecas y demás créditos, han abonado más dinero de lo debido en
sus cuotas mensuales al estar sujetos a un tipo de referencia que llevaba
escondida una “prima” que, al abonarla, les hacía parecer unos “primos” a los
sufridos clientes. Aunque muy sofisticado, retorcido y difícil de investigar,
este no es sino el último de la serie de escándalos que ha sacudido al sistema
financiero en todo el mundo, que desde 2008 se encuentra en estado de
descomposición, víctima de sus excesos, derivados de las instintivas y lógicas
ansias de ganancia, pero que, no frenadas por los reguladores, que han
fracasado en su labor, se han convertido en el origen de un cáncer que está
devorando las entidades, arruinando el prestigio de empresas con decenas,
cientos de años de antigüedad, y sobre todo, está logrando que el cliente
pierda toda la confianza en su entidad. Entrar en un banco se empieza convertir
en síntoma de sospecha, de saberse rodeado de lobos que tratarán de quedarse
con el dinero de uno y, para un negocio cuyo principal activo es al confianza,
eso es letal.
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