Todo se acaba, menos la crisis, y en ese todo se incluyen
las vacaciones, como no. Al menos han pasado a la historia las que me he cogido
el mes de Julio, en las que no ha sucedido nada reseñable salvo el encuentro
con los amigos, familiares y el descanso en plan abuelo jubilado, en el que el
único exceso que he cometido ha sido, precisamente, el de no caer en ninguno en
concreto. Como muchos Domingos por al tarde, ayer hice el viaje de vuelta a
Madrid pero con una diferencia sustancial respecto a los últimos diez años. Lo
hice conduciendo.
Y mi primera vez fue suave, relajada e indolora. Desde que
tengo un coche muerto de risa en Elorrio pensé en la posibilidad de traérmelo,
no para venir a trabajar, ya que el metro me cubre el trayecto sin problema
alguno, pero sí para experimentar un trayecto de conducción largo y hacer
algunos kilómetros por Madrid, que ya me la conozco lo suficiente como para no
perderme dentro de ella en la vida diaria pero, por no tener vehículo aquí,
sigo sin saber qué calles son de único sentido, y plantado en un punto dado
tendría serias dificultades para saber como se va en coche desde allí a cualquier
otra parte (es lo malo de que el coche no quepa en el metro, jeje) La cuestión
es que salí de casa a las 15:30 pasadas y llegué a mi barrio escasas cuatro
horas después, habiendo hecho una parada para repostar en Briviesca, a unos 130 kilómetros de la
partida y 270 del destino, aproximadamente. Ha sido el viaje más largo que he
hecho conduciendo, y pese a que tenía algo de prudencia en el cuerpo, sobre
todo a medida que me aproximaba a Madrid y al circo de carreteras que es esto,
finalmente no tuve problemas en la M30 para encontrar la salida que da
directamente a mi barrio. Como llegué pronto incluso me permití el lujo de ir a
un centro comercial cercano a casa y comprar provisiones, por lo que como hace
casi todo el mundo, aproveché el coche para cargar en el los cartones de leche
que cada ciertas semanas me hacen sufrir cuando los llevo con el carrito camino
a casa. Creo que en todo el viaje no dejé de sentirme raro, y mucho más dentro
de Madrid. No se si por ser mi primera vez al volante en esta ciudad o porqué,
pero bajando por la M30 me sentía algo irreal, desubicado, extraño… subiendo
por la calle que da a mi casa me notaba en una postura rara, y es que iba
sentado, pero con los brazos estirados sobre un volante, no se si me entienden…
me parecía en cierto modo como si no fuese real del todo, como si en un momento
dado una voz surgiría de alguna parte diciendo algo así como “vale, ya te has
divertido bastante, ahora vuelve a caminar”. Sin embargo la voz no apareció y,
con el maletero lleno de la compra, aparqué muy cerca de casa, bajo un árbol
que espero proporcione sombra a la carrocería, y descargué las cosas camino al
portal, dejando allí al coche que, si pudiera hablar, se sentiría tan extrañado
como lo estaba yo, dado que nunca ha hecho en su corta vida un esfuerzo
semejante al de ayer. Seguro que esta noche ha dormido a gusto, pero al
despertarse se va a sentir muy perdido.
2 comentarios:
Curiosamente yo también conduje ayer de manera "extra-ordinaria" y tuve sensaciones parecidas. A mí no me importó perderme los nimbos, acumulados o no: ví por el retrovisor una espectacular puesta de sol, y delante de mí la capacidad de control que dio alas a una libertad ya olvidada.
Enhorabuena por recuperar un trocito de libertad.
Es curioso como notamos que las alas de la libertad se despliegan pero no nos damos cuenta de cómo día a día las plegamos cada vez más... muchas gracias!!!
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