En medio del maremágnum en el que nos encontramos, más que
certezas, buscamos culpables, y más que respuestas demandamos causantes del
destrozo que sufrimos día a día. Sean reales o no, la sociedad quiere ver que
alguien pague sus culpas y sirva de expiación ante el resto de los ciudadanos.
Lo malo de este deseo, irracional, es que para llegar hasta donde hemos llegado
hay mucha gente culpable que debiera pagar por ello, y esa demanda de cárcel y
banquillo, a veces injustificada, es en esta ocasión más comprensible y cierta
que nunca.
Pues bien, ayer, entre la desolación de los indicadores
económicos patrios, hubo un rayo de esperanza judicial, que no fue otro que la
condena a María Antonia Munar a cinco años y medio de cárcel por corrupción en
el caso llamado maquillaje. Puede que haya gente que no conozca a Munar, no
les suene su nombre ni su rostro, pero créanme si les digo que representa el
arquetipo de la corrupción que ha devastado la economía y la moral de la
sociedad española. Creadora de un partido llamado Unión Mallorquín, UM, Munar
vio desde el principio a esta formación como la vía perfecta para enriquecerse,
y bien que lo hizo ella y sus colaboradores. Elección tras elección UM no
sacaba muchos votos, pero sí los suficientes como para convertirse en el partido
bisagra que podía decantar el gobierno a favor de, o bien el PP y sus socios, o
el PSOE y los suyos. Planteándose el gobierno como una subasta, UM y su
“lideresa” vendían su apoyo al mejor postor, y el PP y el PSOE cometieron el
inmenso y estúpido error de entrar en el juego. Así, durante más de una década,
UM apoyó a Jaume Matas y a ejecutivos del PP y, cuando se cansó de ellos o no
pujaron lo suficiente, se tiró a los brazos de Francesc Antich y el ejecutivo
de izquierdas que presidía el socialista. Entre tanto, ajena por completo a los
asuntos de gobierno, Munar se dedicaba a enriquecerse cada vez más, y de una
manera lo más ostentosa e impúdica. El apelativo de “la princesa” que se le
otorgó en Palma de Mallorca definía muy bien su estilo y tren de vida. No había
negocio, obra pública, concesión, contrata o demás actos administrativos
rodeados de dinero en los que UM y Munar no estuvieran presentes, llevándose
comisiones sustanciosas, regalos y toda clase de prebendas, logrando amasar con
los años un botín inmenso. Era la corrupción total, absoluta, el uso intensivo
de una formación política para llevar la cleptocracia y el desfalco a su más
elaborada y profunda versión. La podredumbre llegó a un punto en el que era
difícil saber si quedaba alguien en algún partido político en Baleares que no
robase, por decirlo claramente. Mientras tanto, qué hacía la policía, Guardia
Civil, fiscalía, jueces y demás instituciones de control? Seré bueno suponiendo
que no se quedaban con una parte del pastel, pero desde luego su trabajo no lo
hicieron nunca. Tampoco las asociaciones ciudadanas ni grupos de presión
denunciaron este conchabeo, salvo honrosas excepciones y algunos artículo de
prensa que vistos desde fuera de las islas parecían más las crónicas de los
bajos fondos de la mafia rusa que la descripción de una Comunidad Autónoma
española. Y así siguió la cosa hasta que cayó, pero si lo hizo fue por el
pinchazo de la burbuja inmobiliaria, que secó de fondos la trama y por lo de
siempre, porque un corrupto menor se sintió estafado por lo que se estaba
llevando y acusó por elevación para salvarse. Y allí empezó el derrumbe de
Antich, Matas, sus partidos, y finalmente, el de Munar.
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