Una de las cosas que más me fascinan del verano madrileño es
el inmenso desperdicio que supone el sol que, día a día, nos golpea sin piedad.
Uno tras otro, el sol sale por la mañana, da todo su paseo y se pone por el
oeste, en ese juego figurado en el que realmente quien gira es la tierra.
Ninguna nube, calor a raudales, paredes de las casas ardientes, ventanas
intocables, aire caliente corriendo por todas partes, y toda esa energía se va
a la porra, a puro calor residual sin que nadie ni nada la aproveche. Me parece
un desperdicio insoportable.
Y los usos que hasta ahora se han desarrollado para utilizar
esta energía solar no pasan de lo anecdótico e experimental. Dejando aparte el
problema de los huertos solares y las primas que reciben, que hoy serán
recortadas por el Consejo de Ministros en la presunta revolución eléctrica, me quiero
fijar en la historia de ese avión, que puede que ustedes hayan visto en los
medios, que alimentado
exclusivamente por energía solar, ha realizado un vuelo desde Suiza a
Marruecos con escala en Madrid. El
Solar Impulse, que así se llama el aeroplano y el conjunto del proyecto, es
muy distinto a los aviones que conocemos, ya que se dota de una envergadura
inmensa, de punta a punta de ala es como un Airbus grandote, para transportar
un habitáculo en el que apenas entra el piloto y la instrumentación. Esa
envergadura, unida al pequeño peso del aparato, fabricado íntegramente en fibra
de carbono, hacen que las hélices, movidas por motores alimentados por las
placas solares sitas en las alas, puedan hacerlo despegar, creando en vuelo una
extraña imagen en la que el avión parece levitar más que volar, siendo la
inmensa ala la que domina su figura se mire por donde se mire. El proyecto ha
sido un éxito, de primeras porque ha logrado que el avión vuele, que aunque
parezca una trivialidad no lo es en lo más mínimo (empiecen a hacerlos de papel
y a ver que éxito tienen) y de segundas porque ha conseguido relevancia en los medios,
incluso en épocas como estas en las que la economía se lo come todo, y en las
que la ciencia tiene que luchar con todas sus garras para arañar algunos
segundos en la emisión de los informativos. Sin embargo resulta evidente que el
avión no es viable en el sentido que entendemos por vehículo de transporte. Es
un prototipo sugerente, bello, atractivo, pero tan curioso como poco práctico.
Lo más importante de este experimento es, como siempre, no las utilidades que
de él se extraigan, sino lo que se ha podido aprender en su desarrollo, lo que
ha permitido que la estructura vuele, y las diferencias que hay entre el
prototipo probado y la idea original de la que partían los ingenieros que una
vez lo imaginaron. Pero no nos engañemos, este avión y su tecnología no es la
alternativa al queroseno que llena nuestros aeropuertos y se quema en los
reactores clásicos. Usando una escala equivalente, este avión se parece mucho
al triciclo de juguete que Daimler creo a finales del siglo XIX, utilizando
para ello el motor de combustión interna en una muy primitiva pero, por primera
vez, funcional versión. Ese triciclo era poco más que un curioso juguete para
casi todo el mundo que lo vio, pero su desarrollo alteró nuestro mundo de una
manera que no somos capaces ni de imaginar. ¿Será el Solar Impulse una nueva
versión de ese triciclo de Daimler? ¿Se le recordará como el precursor? Sólo el
tiempo y el desarrollo tecnológico lo dirá.
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