Tras una semana de experimentación, ya puedo decir que tengo
Internet en casa. No es algo que vaya a usar en exceso, porque como trabajo más
de lo debido paso poco tiempo en el hogar, y me va a dar una cierta pereza
arrancar el portátil cunado allí llegue, pero en previsión ante lo que pueda
pasar con mi empleo (todo el país está en el aire, y yo más) es bueno estar
conectado. Otra de las razones es que cada vez hay más webs capadas en el
trabajo, y twitter es una de ellas. Y Twitter quería conocerlo y usarlo para
ver si realmente es tan interesante como se dice.
Y lo es, aunque no sea la panacea, como por otro lado era de
esperar. Suple la exigencia d la brevedad con la posibilidad de conocer lo que
piensan, dicen y expresan multitud de personas conocidas, mejor dicho
interesantes, que uno ve habitualmente en los medios de comunicación, debates,
tertulias y foros, y allí se los encuentra casi en directo, de la manera más
natural posibles sin conocerles en persona. Como su propio nombre indica, esa red
social puede convertirse en un lugar de chismorreo, y quizás por eso su éxito
ha sido tan fulgurante, pero sobre todo puede ser un lugar de intercambio de
información, impresiones, debates, avisos y sensaciones que, bien utilizada,
puede hacer de ella el foro perfecto para poner en contacto a personas de
procedencias dispares pero intereses (y admiraciones) comunes. Además permite
hacer cosas impensables, como que un pobre bloguero como yo siga los
comentarios de Don Antonio Muñoz Molina y pueda mandarle un mensaje a él, a Don
Antonio, dándole
las gracias por, por ejemplo, su última columna del Babelia, y con la mayor
de las probabilidades de que él la lea que están a mi modesto alcance. Y quien
dice Muñoz Molina dice Pérez Reverte, Carlos Alsina, José Carlos Díez, Mónica
López, y tantos otros personajes de interés. Sin embargo el formato que impone
twitter tiene un problema de origen, que es insalvable. La obligación de
ceñirse a los 140 caracteres por entrada supone que se debe extractar mucho,
resumir demasiado, y ahí dos alternativas: O se es muy brillante y se logra la
genialidad en cuatro palabras, cosa que está al alcance de pocos (yo no estoy
entre los escogidos) o se cae en el riesgo de la soflama, el eslogan o la, por
así llamarlo “titularitis” el titular rápido, fácil e impactante, que
normalmente suele estar tan alejado de la realidad como este verano de la
lluvia. Así, las posibilidades de enfrentamiento entre twiteros crecen porque
no se pueden poner contextos o explicaciones a lo que uno escribe, y la
profundidad mental de muchos de los mensajes puede ser simplemente nula. En ese
aspecto no es una herramienta de reflexión, como es un blog, ya que no permite
ningún tipo de argumentación mínimamente expresada. Frente a la serenidad del
blog, que como una carta o artículo deja el tiempo y espacio necesario para
explayarse en los argumentos, twitter es la llamada telefónica, la inmediatez,
la prisa, al necesidad imperiosa de ser breve conciso y directo al grano,
buscando muchas veces al respuesta igualmente rápida y contundente por parte
del lector. Los blogueros, al menos es mi caso, buscamos no sólo compartir
nuestras ideas, que también, sino sobre todo suscitar un debate, una reflexión,
un conocimiento. Usamos nuestra columna diaria, semanal o de periodicidad
irregular para contar cómo vemos el mundo desde nuestra particular atalaya, en
la esperanza de que no estemos solos en la cofia, y que haya otros como
nosotros que observan el mar desde una perspectiva similar, pero igualmente
buscamos a otros navegantes, a otros barcos, a otros puestos de mando, a otras
cofias, que no ven lo mismo que nosotros, y queremos compartir su vista,
apreciarla y, quién sabe, unirnos a ella. Twitter equivale a ese llamado de
barco a barco, pero con mucha espuma de por medio…
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