martes, julio 31, 2012

Superhéroes más grandes que Batman


Justo el día en el que me iba de vacaciones, el pasado viernes 20, tuvo lugar una espantosa matanza en un cine de Denver, Colorado, durante el estreno de la tercera parte de Batman. En una sala repleta un psicópata entró armado hasta los dientes y cubierto por una máscara, y disparó con saña sin fijarse en quién mataba o quién dejaba herido. El público, creyendo al principio que todo formaba parte del montaje publicitario de la película, tardó demasiado en darse cuenta de lo que estaba sucediendo. El balance, doce muertos, es muy descriptivo del horro que allí se debió vivir.

Un par de días después, y tras haber desactivado todo el montaje que el sujeto tenía en su apartamento para matar a los que allí fueran a cazarle, fue detenido al autor de semejante salvajada, un joven llamado James Holmes, cuyo perfil biográfico le deja a uno sumido en la desesperanza. No estamos aquí ante el típico psicópata, proveniente de una familia desestructurada, con cruel pasado y escasos conocimientos, no. Se trata de un genio, becado a través de uno de los programas más prestigiosos de EEUU en neurociencia, que estaba realizando un doctorado en la materia después de licenciarse con unas notas maravillosas. Alguien de cuyo currículum sólo se espera el éxito profesional ha acabado con su carrera de la manera más absurda y cruel imaginable, llevándose la vida de doce inocentes y dejando mal heridas a varias decenas de personas más. Leyendo artículos variados sobre este “Holmes del mal” frente al detective de Baker Street, cada vez me sentía más angustiado y sin respuestas, porque quizás no las haya al maldito “Por qué” que no dejamos de repetir ante episodios como este, una pregunta muy natural, que nuestra mente trata de responder sin fin, y que puede conducirnos a la angustia al darnos cuenta no sólo de que no hay respuesta, sino que la propia pregunta carece de cualquier sentido. Sin embargo, en medio de este panorama moral uno es capaz de encontrar signos de esperanza en los humanos, gestos que nos dignifican y hacen que mirarse en el espejo sea un acto soportable. Y como suele suceder en estos casos, es en las víctimas donde encontramos esas actitudes nobles. Leer las mínimas reseñas publicadas sobre los doce fallecidos nos muestra un grupo de personas heterogéneo, de clase media, joven, con la vida muy formada para su edad en muchos de los casos, y que ante el horror que se les hizo presente adoptaron una actitud de héroe que para sí quisiera Batman, Superman o cualquiera de los muchos justicieros salidos de la imaginación de escritores y dibujantes. Es el caso de Alexander Teves, de 24 años, licenciado en psiquiatría, que al comenzar los disparos se abalanzó sobre su novia Amanda para cubrirla, lo que salvó la vida de ella y acabó con la suya. Esta misma aptitud fue la que adoptó Jonathan Bunk, de 26 años, Marine entrenado a conciencia, que sacrificó su vida para salvar la de su amiga Jansen Young, o Matthew McQuinn, de 27 años, empleado de un centro comercial, que sin dudarlo cubrió a su novia y al hermano de ésta, salvándoles a los dos pero falleciendo en el intento, o Gordon Cowden, de 51 años, comercial inmobiliario, que acudió al cine con dos de sus cuatro hijos, a los que pudo salvar, y sólo pudo decir “os quiero” antes de morir delante de sus ojos.

Frente a la oscuridad, la pura maldad de lo que hizo James Holmes, lucen como soles los cuatro ejemplos que aquí he mencionado, y otros más que, sin duda, se debieron producir en el interior de la sala de proyecciones durante esos horribles minutos. Si Holmes es un nuevo ejemplo de lo que debemos evitar, rechazar y repudiar, Alexander, Jonathan, Matthew y Gordon son ejemplos de lo que debemos ser, de lo que debiéramos ser en nuestro día a día, y sus familias, que les lloran desconsoladas, deben estar muy orgullosas de lo que hicieron en el último momento de su preciada vida. Su muerte dio vida a otros. Es lo más bello que se puede hacer en este mundo.

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