Uno de los signos más visibles, y
obviados, de la opulencia en la que vivimos, es la disparada esperanza de vida
de la que podemos disfrutar y de la salud que nos rodea. Nuestras posibilidades
de vida son enormes si las comparamos apenas con las de unas pocas
generaciones. La esperanza de vida en los países occidentales crece a ritmos de
más de un año por década, lo que es asombroso, y quizás por eso la aparición de
la enfermedad, antaño compañera ineludible, se ve hoy como algo tan repelente y
desmoralizador. El cáncer nos tortura, pero sus crecientes tasas indican, sobre
todo, la supervivencia de individuos que antaño no hubieran podido tener
cáncer, porque hubieran muerto antes de otra causa.
¿Es en todo occidente así? No, como
una aldea gala que se resiste a la tendencia, pero con la extensión de un
continente, EEUU muestra unos datos que son completamente ajenos al del resto
de naciones. Es más, el análisis de dichos datos nos da la imagen de dos EEUU
muy diferentes, tan opuestos en lo externo como en este aspecto tan
trascendente como es la mortalidad. En un estudio de hace poco más de un año se
recopilaban datos sobre mortalidad en distintas naciones europeas, y frente a
ellas, segmentos de población en EEUU. Pueden
ver aquí los resultados de ese análisis. Las tasas decaen de manera
continuada para el tramo de edad analizado, población de entre 45 a 54 años,
con una clamorosa excepción, que es el segmento de población norteamericana que
conforman los blancos no hispanos, el americano medio de toda la vida. En este
caso, su tasa de mortalidad no sólo desciende, sino que tiende a repuntar
ligeramente a lo largo de los años de estudio. Frente a ella, la tasa de
mortalidad de los hispanos norteamericanos muestra un patrón de descenso quizás
no tan acusado, pero sí comparable al de naciones como Canadá, Alemania o
Suecia. También muestra el enlace que les incluyo un análisis de las causas de
muerte de este segmento de población. Hay variables derivadas de enfermedades que
muestran un comportamiento plano, como es la diabetes, o ligera mejoría, como
el cáncer de pulmón, fruto de la reducción en el consumo de tabaco, pero
resulta asombroso comprobar cómo aumentan los casos derivados del mal
comportamiento, o mal estilo de vida, por llamarlo de alguna manera. Las cirrosis
y otras enfermedades hepáticas crecen bastante, asociadas sin duda a un aumento
en el consumo de alcohol, pero ese crecimiento se queda en nada si lo
comparamos con el disparo en los datos de suicidio, que pasan de 10 a 25
puntos, o el desmadre de los datos de fallecimiento por sobredosis de drogas,
que más que triplican su importancia en apenas una quincena de años. Es decir,
más que la salud y su cuidado, que no es tan bueno en el país como aquí, por
motivos culturales, alimenticios o de diseño de los sistemas de salud, los
americanos blancos no están muriendo de enfermedades, se están matando entre
ellos, de manera individual. Que las muertes por suicidio casi igualen a las de
cáncer pulmonar es algo asombroso, pero lo es más que sea el consumo de drogas,
sea cual sea el tipo de las mimas, la primera causa de mortalidad entre las aquí
analizadas. Estos datos, agregados, son los causantes de que en la gráfica
comparativa con los otros países este segmento de población aparezca como una
observación anómala, un “outlier” que se dice en el argot estadísticos. Los frenos
sanitarios no paran la mortalidad entre estos individuos como en otras naciones
y hay aceleradores profundos, y muy oscuros, que hacen que mueran con mucha
mayor frecuencia. Estos gráficos y datos son devastadores.
¿Qué
está pasando aquí? Moisés Naím lo analizaba con detalle en una columna de este
pasado fin de semana, y concluía que, en gran parte, se debe a un problema
de expectativas. Muchos de esos ciudadanos se encuentran en una situación económica
en declive, provienen de una época dorada, o así la perciben, y están
desilusionados con el futuro que les espera. Son ricos, pero saben que van a
menos. Frente a ellos los hispanos, que son pobres, saben que van a más y que su
futuro pinta próspero, y sus expectativas están disparadas. Y cada uno de estos
grupos vota en las elecciones, los primeros a Trump. Lean el artículo de Naím,
es muy interesante, y nos habla de un tema que, a menor escala, o más
localizado, también puede llegar a pasar entre nosotros.
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