Ayer
en el Congreso fue rechazado el decreto ley de la estiba, tras la abstención de
Ciudadanos y el voto en contra de casi toda la oposición. PP y PNV votaron
a favor, pero no fue suficiente. Según he visto por ahí es la tercera vez que
en democracia el parlamento rechaza la convalidación de un decreto
gubernamental, muestra nuevamente de la precariedad del gobierno de Rajoy,
expresión práctica de que 137 es un número alto, pero insuficiente, y nuevo
argumento de fricción en el pacto que el PP tiene con Ciudadanos. El ambiente
“preelectoral” sube de grados según algunos analistas. Habrá que ver si los
presupuestos con el PNV impiden ese adelanto o no.
Esto de los estibadores va camino
de acabar como lo de los controladores, y no sólo porque ambas profesiones
rimen, sino porque los dos colectivos han mostrado los riesgos del abuso de
poder que les otorga su posición de privilegio. Pero, entiéndaseme bien, no un
privilegio salarial, que es de lo que mucha gente habla, y me parece el menor
de los aspectos, sino estratégico. Un estibador gana mucho más dinero que yo, y
también genera más negocio que yo. No me importa que su sueldo sea diez veces
el mío o veinte o siete, eso me da igual. Lo que se está discutiendo aquí es la
posibilidad de que yo, si quisiera, pudiera llegar a ser estibador, y las
restricciones de mercado que, los ya inmersos en el puesto, ponen a los
potenciales candidatos que desean incorporarse al gremio. La estiba, como el de
los controladores o los maquinistas, es un trabajo de gran responsabilidad, y
crucial para el desarrollo de un país, y que es desarrollado por un número muy
pequeño de profesionales. La ausencia de uno de ellos implica enormes
restricciones y contratiempos, en lo logístico y lo económico y, por tanto,
otorga un poder al trabajador que no existe en otras profesiones como, por
ejemplo, la mía. Si yo hoy no vengo a trabajar porque estoy enfermo o hago
huelga, la verdad es que poco se notaría mi ausencia. Muchos de mis quehaceres
serían desarrollados por compañeros y otros deberes se quedarían a la espera,
pero la sociedad no notaría mi ausencia (es así, y pasa con la mayor parte de
los profesionales). Un maquinista que no acude a su trabajo es un tren sin
conductor y un retraso amplificado en una cadena de convoyes que afecta a miles
de personas en una mañana de camino al trabajo. Un controlador que no sube a su
torre implica retrasos en los vuelos de un aeropuerto y un efecto que se puede
extender más allá. Poseer ese poder implica gestionarlo, y a veces eso se hace
con cabeza, y otras no. Normalmente se busca, por parte de los trabajadores,
una situación de privilegio, que no es sólo salarial, en forma de derechos
adquiridos, días de libranza, condiciones muy mejoradas respecto a otros
colectivos y, sobre todo, restricciones al acceso a la profesión, para seguir
siendo una masa lo suficientemente pequeña que pueda autocontrolarse y carezca
de oposición. Este es el origen de las “licencias” o impuestos privados para
acceder a determinados negocios, como el taxi o la farmacia, que no son sino
barreras de entrada gremiales diseñadas para mantener cerrado y controlado el
coto de una profesión. La ruptura de esas barreras ocasiona conflictos, porque
los que viven protegidos por ellas no quiere, como es fácil de entender,
renunciar a esa posición de privilegio que han construido con el tiempo. A
veces es la normativa o la ideología o un gobierno el que trata de romper esa
situación de privilegio, como pasó antes con los controladores y hoy con la
estiba. Otras es la propia historia y el avance tecnológico, como puede que en
pocos años suceda con el sector de la movilidad ante la llegada del coche autónomo.
En todo caso siempre hay disputas y broncas, derivadas de la defensa de una
posición privilegiada de poder. Esa es la historia de fondo, no algo relacionado
con derechos laborales, disfraz de conveniencia muy utilizado para enmascarar
situaciones que nada tienen que ver con el mundo del trabajo.
Cuando llegó la crisis financiera
y se tuvo que rescatar a los bancos cundió la ira en la sociedad por los
privilegios que tenía ese sector frente a otros. Ira razonada, pero sobre todo
por la escasa explicación de los gobernantes sobre lo sucedido. Y es que los
bancos, como los estibadores, ocupan una posición sistémica en el entramado
económico, su derrumbe arrastraría a otros sectores, y no se podía consentir.
Esa otorga a los bancos, como a los estibadores, una posición de poder, que
usaron y usan en su propio y exclusivo beneficio. Con razón la sociedad ve mal
este abuso por parte de la banca y recela de ella. ¿Por qué ve bien, entonces,
a los estibadores o los taxistas si, a escala, hacen exactamente lo mismo?.
El Lunes es festivo en Madrid, no
habrá artículo. Hasta el martes 21 y muy feliz primavera
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