Rusia y Turquía comparten el
sentimiento de ser dos antiguos imperios, venidos a mucho menos, pero que cada
día tratan de reverdecer las viejas glorias en medio de discursos populistas y,
cada vez más autoritarios. Como grandes vecinos del este de Europa, lo que en
ellos sucede acaba influyendo de una u otra manera a nuestro continente. Nuestra
relación con Rusia siempre ha sido mejorable, por ser diplomáticos, y con Turquía
nos hemos apañado bastante bien desde su incorporación a la OTAN, pero esto está
cambiando a marchas aceleradas, y Estambul, o Ankara, que es la capital política,
empieza a ser sinónimo de problemas.
Lo sucedido este fin de semana en
Holanda es un ejemplo, extraño y algo absurdo, de esto. A mediados de abril
Erdogan ha convocado un referéndum, en el que arrasará, para legitimar una
reforma constitucional que convierte al país en un sultanato (por referirme a
las viejas glorias de su pasado) con él como máxima autoridad, por descontado.
El presidencialismo de la república será máximo y, de forma legal, Erdogan se
hará con el poco poder que aún no controla, tras la purga llevada a cabo tras
el fallido golpe de estado del verano pasado. Con motivo de este referéndum
varios ministros suyos están viajando por los países europeos en los que las
comunidades turcas son abundantes para hacer campaña entre ellos, dado que
pueden votar como no residentes. Ya la semana pasada hubo incidentes al
respecto en Alemania, donde fue prohibido uno de estos mítines, alegando las
autoridades germanas cuestiones de seguridad, a lo que Erdogan respondió
calificando al gobierno alemán, y al país en su conjunto, de nazis y
totalitarios, cosa que, como pueden imaginarse, escoció mucho dentro (y fuera)
de Alemania. Pero lo de este fin de semana en Holanda ha sido la bronca total.
Holanda celebra elecciones este miércoles, en la primera de las citas de “Europa
frente a los populismos” y la situación es tensa. El xenófobo Wilders, ese
candidato que parece una caricatura del Mozart de “Amadeus” tiene en el islam
uno de sus caballos de batalla, y para no fomentar más la bronca ni darle excusas,
el gobierno holandés prohibió a la ministra turca de familia el llegar al país
para dar uno de los mítines. Pero la ministra no hizo caso, entró en Holanda y
se dirigía camino al mitin convocado cuando las autoridades holandesas la
detuvieron y obligaron a dar media vuelta hasta alcanzar la frontera con
Alemania. La reacción de Erdogán no se ha hecho esperar y, usando un lenguaje
igualmente virulento, ha calificado a Holanda de sociedad nazi y totalitaria,
lo que viniendo de él suena a sarcasmo, y
ha declarado que el gobierno y el país se arrepentirán de lo que han hecho.
Y todo esto, como les comentaba, a tres días de las elecciones en los Países
Bajos. El extremista Wilders tratará de capitalizar este suceso, incidiendo en
su discurso de que todo musulmán debe ser expulsado de Holanda, el gobierno del
liberal Rutte buscará obtener rédito de una actitud dura frente al autoritario
Erdogan y de la defensa de las libertades naranjas, y todo será
instrumentalizado en una campaña electoral que, como bien es sabido, no
entiende de sutilezas ni matices. ¿A quién beneficia lo sucedido? No lo se,
pero lo cierto es que ahora mismo tenemos abierta una crisis diplomática de
primer grado entre dos naciones como son Holanda y Turquía, y una brecha de la
misma Turquía con Alemania, y no debemos olvidar que, entre otras cosas, sigue
vigente el pacto de la UE con Ankara sobre la gestión de los refugiados y el
papel de “policía” y “reserva” que Turquía realiza para evitar nuevas entradas
de refugiados en el territorio de la Unión. Como podrán ustedes imaginarse, ese
pacto puede ser utilizado como moneda de intercambio, o chantajeo si lo
prefieren, de cara a “suavizar” posiciones europeas.
Quizás hoy en su desayuno o
almuerzo de media mañana se tome usted un cruasán, ese bollo con forma, si se
ha fijado, de media luna. Ese es el aspecto que le dieron los pasteleros
vieneses al dulce, recordando cuando la ciudad estaba siendo sitiada por las
tropas turcas, y lo oriental estaba de moda (seguro que les suena la marcha
turca de Mozart o la ópera “el rapto en el serrallo”). La relación de Europa
con Turquía ha sido siempre compleja, en ocasiones sangrientas y, nunca, fácil.
La deriva autoritaria de Erdogan, que en abril será una certeza legal, hará que
esas relaciones empeoren en el futuro, y la nueva y buena relación entre Ankara
y Moscú pone a la UE frente a un nuevo reto (y van…) en el que debe actuar
conjunta y decididamente. No, no estamos en racha.
No hay comentarios:
Publicar un comentario