jueves, marzo 16, 2017

Tres hurras por Holanda

Por primera vez en bastante tiempo no nos hemos levantado por la mañana, puesto la tele y encontrado con una desagradable sorpresa. Aún recuerdo cómo se me indigestó la victoria del Brexit, que era derrota a media noche, y la maña mañana que me hizo pasar (y las que luego vinieron y vendrán). Esta vez los sondeos a pie de urna no han fallado, las últimas encuestas tampoco, y el resultado de las elecciones holandesas ha supuesto la derrota de las posiciones xenófobas y populistas de Wilders, que asciende en votos y escaños desde su anterior registro, pero que no hace sombra a la victoria del primer ministro, el liberal Mark Rutte.

A lo largo del día se iba viendo que la afluencia a las urnas era muy alta, superior a la de anteriores comicios, y había varias explicaciones posibles a este hecho. Una, la mala, era que Wilders, pese a todo, había logrado movilizar a votantes desencantados, habitualmente abstencionistas, y esa participación reflejaba su aumento. La otra, explicación, la buena, y a posteriori parece la correcta, era que sí se trataba de abstencionistas movilizados, pero con el objetivo de frenar al movimiento xenófobo de Wilders. Una de las lecciones de los dos desastres de 2016, Brexit y Trumo, es que se produjeron no tanto por la gran movilización de los partidarios de estas corrientes políticas, por llamarlas de una manera, como por la desmovilización de los que las combatían, que o bien pensaban que era imposible que algo así llegara a suceder o porque estaban seguros de su propia victoria. Por una u otra causa el electorado moderado estaba, en Reino Unido y EEUU, mucho menos movilizado, acudió menos a votar y otorgó, en su desidia, la victoria al lado oscuro que nunca imaginaba que pudiera llegar a mandar. Y en Holanda no ha pasado eso. La movilización trataba de frenar ese populismo peligroso, y lo ha logrado. Pese a ello, y como se esperaba, el panorama político del país queda convertido en una muy complicada sopa de siglas e ideologías. Rutte ha conseguido 33 escaños, y la mayoría absoluta del Parlamento se alcanza con 73. Sí, sí, el ganador no tienen ni siquiera la mitad de los escaños necesarios para llegar al poder. La existencia de coaliciones, por tanto, no es una necesidad, sino una obligación, como ha sido a lo largo de las últimas décadas de gobierno en los Países Bajos, en otra muestra de cordura que nuestra política debiera interiorizar. Los populistas de Wilders suben y se quedan con 19 escaños, que son muchos para aquel parlamento, pero que saben a derrota, muy cruda, tras las expectativas que se habían organizado. Pero no debemos eludir la amarga realidad de que muchos holandeses han votado a esa formación, y que parte de su discurso nacionalista y abiertamente racista se ha colado en la agenda política de las demás formaciones. Grupos como los de Wilders quizás no lleguen a gobernar, pero su tóxico mensaje logra contaminar el espacio político en el que se encuentran y radicalizar las posturas del resto de formaciones. Y eso, reconozcámoslo, es una victoria moral para esa gente. Y quizás sea el rastro más duradero y difícil de erradicar de estas formaciones, que sufrirán altibajo, como todas. El resto de partidos, muchos y de siglas y nombres impronunciables, muestran comportamientos de todo tipo. Es de destacar el derrumbe de los socialistas, que concurrían bajo la sigla de PvdA, que pasan de 38 a 9 diputados, un desastre sin paliativos, que vuelve a clamar al cielo la crisis en la que se encuentra inmersa la social democracia europea. También destaca, como contrapartida, el ascenso de los ecologistas, que alcanzan catorce escaños, y parecen recolectar el voto desencantado del socialismo clásico. En Holanda, también, se ha producido una radicalización de la izquierda y un estrechamiento del centro político.

No es para abrir el champán, porque estamos como estamos, pero viniendo de donde venimos, hoy es un día de fiesta en Europa y, sobre todo, en Bruselas. Las instituciones comunitarias veían a Holanda como un riesgo serio que, afortunadamente, se ha despejado, y deja ahora libre el camino a las elecciones francesas, las realmente determinantes en este año, aún más que las alemanas, porque el riesgo de una victoria de Le Pen sería demasiado peligroso. El resultado holandés es muy amargo para la candidata extremista francesa, que puede ver cómo la victoria de sus “aliados” en Reino Unido y EEUU ha servido de vacuna para alertar a la población de la llegada, real, de unos líderes desquiciados. Ojalá dentro de algo más de un mes, en París, gane quien gane, se pueda festejar la derrota del Frente Nacional.

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