Transcurridos nueve meses, en una
especie de embarazo con náuseas y mareos incluidos, ayer Theresa May firmó la
carta en la que invoca, de manera oficial, el artículo 50 del Tratado de
Lisboa. Hoy esa carta llegará a las instituciones europeas, se hará acto de
recepción de la misma y, con ese trámite que algo tendrá de histórico, comenzará
de manera oficial la negociación para el abandono de la UE del Reino Unido.
La incorporación de este país al club comunitario se produjo en 1973, por lo
que han sido 44 años de relación formal, más que muchos matrimonios, con
momentos dulces y amargos, y serias discusiones, como muchos matrimonios. Hoy
empieza el divorcio, que es como acaban, también, muchos matrimonios.
A partir de ahora sí se puede
usar con propiedad esa expresión que hace referencia a “aguas no
cartografiadas” porque entramos en un terreno desconocido. En el club europeo
se sabe cómo agregar países, como unirlos. Se sabe hacer bien ese proceso,
incluso se sabe hacer mal, pero establecer la salida y las condiciones de
relación posterior es algo de lo que, afortunadamente, no se tiene experiencia,
dado que hasta ahora todo ha sido crecer, a veces de manera ordenada, otras a
lo loco. Se habla de un plazo de 18 meses a dos años para cerrar un acuerdo,
aunque hay opiniones para todos los gustos sobre si esos periodos de tiempo
serán suficientes o no. Y sobre el contenido final del acuerdo, las voces
consultadas ofrecen tantos escenarios que resulta imposible hacerse a la idea
de qué es lo que puede acabar sucediendo. Ambas partes están interesadas, a
priori, en que dos aspectos de la relación queden lo más inalterados posibles:
la libre circulación de ciudadanos y las relaciones comerciales, y eso sería la
base de un acuerdo común rápido y lo que se ha denominado “blando”. Pero
también hay intereses para que se produzca una salida “dura”. La UE no puede
ofrecer un puente de plata al Reino Unido y dar la señal de que fuera del club
se disfruta de muchas de sus ventajas a coste cero. Los británicos, encabezados
por May, también pueden querer una salida brusca para contentar a sus bases
eurófobas, que no son pocas ni silenciosas, y siempre pueden jugar con la carta
de convertirse en una especie de paraíso fiscal, una vez que se escapen de la
regulación financiera común, para hacer la competencia a Bruselas y así forzar
la negociación. Puede usted poner sobre la mesa uno tras otro los muchísimos
temas que tendrán que estudiarse y podrá elucubrar alternativas negociadoras
que sean beneficiosas para una parte, parta la otra o para ambas, y tentaciones
mutuas para hacerse daño. En el fondo parece que nos enfrentamos a un gran
juego, de esos de los que la teoría lleva estudiando décadas, donde será
difícil distinguir los faroles de las posiciones ciertas, y que resulta
totalmente imposible, a priori, determinar cuál será el punto de equilibrio. Mi
opinión es que, sea cual sea el acuerdo al que se llegue, la situación será
peor para ambos que la actual, de unión, por lo que me conformo con que se
minimicen los daños, pero doy por sentado que los va a haber, en la parte
británica y en la comunitaria. Y eso de por sí ya es una mala noticia. Y como
fruto de la ola populista que nos zarandeó en 2016 ya tenemos el primero de sus
amargos productos, que no sabe a mermelada británica ni a galleta danesa ni a
gofre belga ni a croissant francés o torrija española. Sólo es amargo, y de mal
sabor para todos.
En todo caso, hay un aspecto básico
de la negociación que debiera quedar muy claro para los socios comunitarios, y
es la necesidad de mantener una postura común entre ellos y no actuar por
libre. Una de las bazas del Reino Unido es ofertar a los distintos países
diferentes contrapartidas, la que mejor le venga a cada uno de ellos, para
crear una disensión entre los socios e impedir un acuerdo. Debe haber una
postura común y sólo Michell Barnier, el encargado por la Comisión de organizar
este difícil proceso, debe ser el portavoz y voz autorizada en la negociación.
El “divide y vencerás” puede ser muy efectivo en este caso. Hay que evitarlo.
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