miércoles, marzo 29, 2017

Hoy comienza el Brexit

Transcurridos nueve meses, en una especie de embarazo con náuseas y mareos incluidos, ayer Theresa May firmó la carta en la que invoca, de manera oficial, el artículo 50 del Tratado de Lisboa. Hoy esa carta llegará a las instituciones europeas, se hará acto de recepción de la misma y, con ese trámite que algo tendrá de histórico, comenzará de manera oficial la negociación para el abandono de la UE del Reino Unido. La incorporación de este país al club comunitario se produjo en 1973, por lo que han sido 44 años de relación formal, más que muchos matrimonios, con momentos dulces y amargos, y serias discusiones, como muchos matrimonios. Hoy empieza el divorcio, que es como acaban, también, muchos matrimonios.

A partir de ahora sí se puede usar con propiedad esa expresión que hace referencia a “aguas no cartografiadas” porque entramos en un terreno desconocido. En el club europeo se sabe cómo agregar países, como unirlos. Se sabe hacer bien ese proceso, incluso se sabe hacer mal, pero establecer la salida y las condiciones de relación posterior es algo de lo que, afortunadamente, no se tiene experiencia, dado que hasta ahora todo ha sido crecer, a veces de manera ordenada, otras a lo loco. Se habla de un plazo de 18 meses a dos años para cerrar un acuerdo, aunque hay opiniones para todos los gustos sobre si esos periodos de tiempo serán suficientes o no. Y sobre el contenido final del acuerdo, las voces consultadas ofrecen tantos escenarios que resulta imposible hacerse a la idea de qué es lo que puede acabar sucediendo. Ambas partes están interesadas, a priori, en que dos aspectos de la relación queden lo más inalterados posibles: la libre circulación de ciudadanos y las relaciones comerciales, y eso sería la base de un acuerdo común rápido y lo que se ha denominado “blando”. Pero también hay intereses para que se produzca una salida “dura”. La UE no puede ofrecer un puente de plata al Reino Unido y dar la señal de que fuera del club se disfruta de muchas de sus ventajas a coste cero. Los británicos, encabezados por May, también pueden querer una salida brusca para contentar a sus bases eurófobas, que no son pocas ni silenciosas, y siempre pueden jugar con la carta de convertirse en una especie de paraíso fiscal, una vez que se escapen de la regulación financiera común, para hacer la competencia a Bruselas y así forzar la negociación. Puede usted poner sobre la mesa uno tras otro los muchísimos temas que tendrán que estudiarse y podrá elucubrar alternativas negociadoras que sean beneficiosas para una parte, parta la otra o para ambas, y tentaciones mutuas para hacerse daño. En el fondo parece que nos enfrentamos a un gran juego, de esos de los que la teoría lleva estudiando décadas, donde será difícil distinguir los faroles de las posiciones ciertas, y que resulta totalmente imposible, a priori, determinar cuál será el punto de equilibrio. Mi opinión es que, sea cual sea el acuerdo al que se llegue, la situación será peor para ambos que la actual, de unión, por lo que me conformo con que se minimicen los daños, pero doy por sentado que los va a haber, en la parte británica y en la comunitaria. Y eso de por sí ya es una mala noticia. Y como fruto de la ola populista que nos zarandeó en 2016 ya tenemos el primero de sus amargos productos, que no sabe a mermelada británica ni a galleta danesa ni a gofre belga ni a croissant francés o torrija española. Sólo es amargo, y de mal sabor para todos.


En todo caso, hay un aspecto básico de la negociación que debiera quedar muy claro para los socios comunitarios, y es la necesidad de mantener una postura común entre ellos y no actuar por libre. Una de las bazas del Reino Unido es ofertar a los distintos países diferentes contrapartidas, la que mejor le venga a cada uno de ellos, para crear una disensión entre los socios e impedir un acuerdo. Debe haber una postura común y sólo Michell Barnier, el encargado por la Comisión de organizar este difícil proceso, debe ser el portavoz y voz autorizada en la negociación. El “divide y vencerás” puede ser muy efectivo en este caso. Hay que evitarlo.

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