martes, marzo 21, 2017

El último engaño de ETA

Anunció ETA el viernes pasado, en medio de relativa sorpresa, su disposición al desarme completo y unilateral, mediante un comunicado enviado al periódico francés Le Monde, y que luego fue distribuido por medios de todo el mundo. En él ETA anuncia un calendario de señalamiento de zulos a los gobiernos español y francés, y con su pomposa retórica habitual, se erige en garante de un proceso que autocalifica de histórico. Tras la última exhibición de desarme, que consistió en un ridículo paripé que sólo generó chistes y burlas, trata ETA de darle algo de solemnidad a uno de sus últimos actos como banda terrorista. No le concedamos ni eso siquiera.

La historia de ETA, en gran parte escrita a través de sus odiosos actos, es la de un fracaso absoluto. Junto con la guerra civil y el franquismo compone lo peor del pasado siglo XX de nuestro país. Su extensión más allá de las leyes de amnistía supuso el propósito explícito de mantener una postura de violencia, terror y desprecio por los demás, que no hizo sino acentuarse a lo largo de las siguientes décadas. ETA ha sido lo más ruin y zafio de la España democrática, lo más repulsivo, y sus seguidores se han mostrado como los más intolerantes y cobardes de entre los que nosotros han existido. ETA comienza su declive muy tarde, no cuando se dio cuenta de que tenía la batalla perdida, porque nunca la podía ganar, ni cuando sus miembros empezaron a ver que el negocio en el que se habían metido era inviable, no. ETA empezó a decaer cuando algunos sectores de la población vasca empezaron a hartarse, a avergonzarse, a sentir como propio el dolor que ETA infringía en su entorno. Manifestaciones de repulsa de ciudadanos anónimos, valientes, héroes en medio de la nada, sin ningún respaldo político, social o económico. Las fuerzas vivas de la sociedad, los políticos, los religiosos, los responsables sindicales, y un largo etcétera de cargos y atribuciones, no estuvieron presentes al inicio de la respuesta cívica contra el terror, un inicio en el que el componente mafioso de la banda y su dominio de la sociedad, especialmente en los pueblos y ámbitos pequeños, era casi total. Ganar la batalla a ETA fue un proceso de reconquista de la libertad de la sociedad vasca y española, pero de la sociedad en su sentido amplio, conformada por estamentos plurales, ocupaciones diversas, rentas variadas, ideologías discrepantes, que nada tenían en común excepto la sensación de opresión ante la dictadura terrorista. En aquellos años los arsenales de ETA eran plenamente operativos, y sólo caían los que las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado lograban incautar, con mucha dificultad, y nula cooperación por parte de quienes, pudiéndolo, en nada les ayudaban. La derrota de ETA fue lenta, dura, desagradable, llena de momentos de dolor, de pena y rabia, y de ninguna alegría. Cuando hace algunos años ETA anuncia el cese de su actividad, ya muy descabezada, el único balance que queda de su trayectoria es el de más de ochocientas personas asesinada, decenas de secuestrados, miles de extorsionados, millones de euros en pérdidas, y lágrimas sin fin. Se empezaba a cerrar un capítulo negro de nuestra historia que ha retratado a muchos, a pocos ensalzando su figura, a tantos poniendo al descubierto su cobardía, a no pocos con un buen saco de nueces como cosecha obtenida. Por eso que ahora, tras todo lo sucedido, y que nada ni nadie podrá reescribir, por mucho que se intente, por parte de algunas autoridades y partidarios de la banda, que ETA se pretenda erigir en juez y parte del proceso de su liquidación resulta, cuando menos, indignante. Y chusco, muy chusco. Casi nada de lo que haga ya los cuatro asesinos que quedan al frente de ese fantasmagórico tinglado será tomado en serio, ni tendrá relevancia alguna. Hace mucho, al menos medio siglo, que pasó su tiempo.


Lo que debe hacer ETA es anunciar su disolución, pedir perdón y emitir un comunicado en el que reconoce que su historia ha sido un fracaso, y que a todos aquellos a los que ha afectado en su vida, sólo ha causado perjuicio. Sus presos, los últimos engañados, vuelven poco a poco a una libertad tras sentir cómo gran parte de su vida ha sido un fracaso, una mentira por la que fueron seducidos para ser usados como peones del terror. Los arrepentidos muestran al resto el camino de lo que deben hacer para redimir, moralmente, no judicialmente, sus penas. Y las víctimas, las cientos, miles de víctimas, sólo recuerdan una placa de mármol bajo la que yacen los suyos, o una esquina en la que el fanatismo nacionalista y xenófobo de ETA los mató. Nada más. Sólo lágrimas y amargos recuerdos llenan sus arsenales vitales.

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